LA INMORTALIDAD DE LAS ALMAS ANIMALES                                  11

 
LA INMORTALIDAD DE LAS ALMAS ANIMALES

 

 

Stanley Brandes

Departamento de Antropología, Universidad de California, Berkeley correo electrónico: brandes@berkeley.edu

 

RECIBIDO: 15 DE MAYO DE 2017; ACEPTADO: 2 DE SEPTIEMBRE DE 2017

 

 

Resumen: En occidente los animales están siendo crecientemente considerados como casi- humanos y tratados por sus dueños como si fuesen familiares. La tradición judeocristiana ya había adjudicado hace mucho tiempo un carácter espiritual a los animales no humanos, pero la creciente equivalencia conceptual entre humanos y animales ha difundido la creencia de que los animales poseen un alma y se reencontrarán con sus amos en el cielo. La evidencia de este argumento surge de varias fuentes, incluyendo el notable caso de las inscripciones sepulcrales en cementerios de mascotas en Estados Unidos y Francia.

 

Palabras clave: cementerios de mascotas, relaciones humano-animal, inmortali- dad, santidad, Estados Unidos, Francia.

 

Abstract: In the western world animals increasingly are considered to be quasi-human, and are treated by their owners as family members. The Judeo-Christian tradition for a long time has endowed non-human animals with spiritual qualities, but the growing conceptual equivalence between humans and animals has fostered the belief that animals possess souls and that that they will be reunited with their owners in heaven. Evidence for this proposi- tion derives from various sources of information, including the remarkable case of grave- stone inscriptions found in pet cemeteries in United States and France.

 

Key words: pet cemeteries, animal-human relations, immortality, sacredness, Uni- ted States, France.

 

Al cielo se entra por gracia; si fuese por mérito, tu perro entraría y te quedarías afuera.1

Mark Twain

 

¿Qué es lo que distingue a los seres humanos de las demás especies vivientes? Las numerosas respuestas a esta pregunta a lo largo de los años incluyen rasgos ana- tómicos (como nuestra naturaleza bípeda o el pulgar oponible) y psicológicos (auto-consciencia, capacidad reflexiva), así como el lenguaje y la cultura en sentido amplio. Recientemente el antropólogo biológico Richard Wrangham (2009) pro- puso el convincente argumento de la cocción de alimentos como la característica más distintiva de los humanos. Según Wrangham el uso del fuego para ablandar sustancias comestibles trajo consecuencias sociales, culturales e incluso anatómicas para la humanidad, mayores a las producidas por cualquier otra práctica.

Si consideramos en cambio el ámbito de lo sagrado, el estatuto de los seres humanos como criaturas únicas en la tierra se basa en buena medida, al menos en la tradición judeocristiana, en la idea del alma, que es la que nos hace posible vivir eternamente después de la muerte. Una buena parte de religiosos tanto cristianos como judíos cree en el carácter único del alma humana, y probablemente la gran mayoría de laicos en el mundo occidental, así como los fundamentalistas religiosos, comparten esta opinión. Por ejemplo, Harold Camping, popular presentador de radio, activo hasta hace muy poco tiempo en los Estados Unidos y presidente de la Radio Familiar Cristiana por muchos años, quien predijo en 2009 que Jesucristo regresaría a la Tierra exactamente el 21 de mayo de 2011. La explicación de Cam- ping de este milagroso acontecimiento incluía el así llamado Rapto, por el cual los creyentes verdaderos serían elevados en cuerpo y alma, atravesando la atmósfera, hacia el Cielo. Cuando la fecha anunciada pasó sin señales del regreso de Cristo, Camping adjudicó su error de cálculo a una intervención divina de último mo- mento (cabe mencionar que esta no fue la primera predicción fallida de Camping). Los devotos oyentes que, a través de 150 emisoras en todo el país, aguardaron expectantes las predicciones de Camping hasta su retiro hace muy pocos años, se cuentan entre los veinte y cuarenta millones de estadounidenses que están conven- cidos de que la Segunda Venida y su correspondiente Rapto son inminentes, y de que serán elevados al Paraíso junto con otros fieles, mientras los impíos permane- cerán en la Tierra.

Pero la duda que acosaba a los creyentes que se creían aptos para participar en el Rapto de 2011 era si sus mascotas serían salvadas con ellos. Varios de ellos, preocupados, contrataron agencias como la hoy inexistente Mascotas Terrestres

 

1 “Heaven goes by favor; if it went by merit, you would stay out and your dog would go in”.


 

Eternas (<eternalearthbound-pets.com>), especializada en localizar no creyentes dispuestos a cuidar a los amados perros, gatos y pájaros que permanecerían en la Tierra. Incluso antes de cesar sus operaciones, los miembros de Mascotas Terres- tres Eternas confesaron que la empresa era un fraude. Pero a pesar de esta revela- ción, lograron atraer clientes presentándose a mismos como ateos y proveyendo documentos legales que certificaban su no creencia en Dios. En tanto ateos, que- daban automáticamente descalificados para participar en el Rapto y por lo tanto disponibles como cuidadores de las mascotas abandonadas. No todos los creyentes en el Rapto cayeron en la trampa tendida por esta y otras empresas similares. Un denunciante —a la vez fundador del sitio de internet sobre profecías blicas Lis- to para el Rapto” (<raptureready.com>)— plant que en realidad las mascotas no tienen alma y por lo tanto permanecerán en la Tierra”, así que “no veo cómo podría uno llevarlas consigo”; y al mismo tiempo aconsejó a la gente que se preo- cupa por sus mascotas: “no si deberían confiar en ateos para que se ocupen de ellas”.

Si bien los fundamentalistas religiosos, incluyendo los creyentes en el Rapto, niegan a los animales el estatuto de criaturas sagradas, nunca hubo un consenso definitivo dentro de la tradición judeocristiana sobre si las bestias, domésticas o no, poseen un alma capaz de alcanzar la inmortalidad. Al menos en el mundo occi- dental, tanto las tradiciones populares como las eclesiásticas proveen suficiente evidencia sobre la creencia en los animales como seres sagrados e inmortales. Las Escrituras ofrecen cierto fundamento a la visión de que todos los animales, huma- nos o no, comparten el mismo destino escatológico. Por ejemplo en el Eclesiastés 3: 18-21 (versión Reina Valera Antigua), se lee:

 

Porque el suceso de los hijos de los hombres, y el suceso del animal, el mismo suce- so es: como mueren los unos, así mueren los otros; y una misma respiración [espíritu] tienen todos; ni tiene más el hombre que la bestia (…) Todo va a un lugar: todo es hecho del polvo, y todo se tornará en el mismo polvo. ¿Quién sabe que el espíritu de los hijos de los hombres suba arriba, y que el espíritu del animal descienda deba- jo de la tierra?

 

Los cristianos muy devotos suelen responder a esta pregunta citando dos pasa- jes blicos para confirmar su creencia en que los animales pueden y en efecto adquirirán vida eterna. En el Apocalipsis 19: 11-14 se declara que Jesucristo retor- nará a la Tierra con su ejército de santos en caballos blancos: Y vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que estaba sentado sobre él, era llamado Fiel y Verdadero, el cual con justicia juzga y pelea (…) Y los ejércitos que están en el cielo le seguían en caballos blancos, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio”. De acuerdo con la lógica de los creyentes, si los caballos son capaces de habitar el


 

Cielo, ¿por qué no lo serían otros animales también? Isaías 11: 6-9 predice que tras el retorno del Mesías prevalecerá un mundo en el que

 

Morará el lobo con el cordero, y el tigre con el cabrito se acostará: el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. Y el niño de teta se entretendrá sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna del basilisco. No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como cubren la mar las aguas.

 

Durante la primera mitad del siglo XIX, Edward Hicks (1780-1849), artista cuáquero de Pennsylvania, plasmó esta escena blica en más de sesenta pinturas al óleo, cada una ligeramente distinta, conocidas colectiva e individualmente como El reino apacible. Algunas pinturas incluyen las palabras de Isaías desplegadas en un amplio margen, y en todas se destaca la imagen de un niño plácidamente sen- tado junto a una variedad de animales, tanto domesticados como salvajes, en completa serenidad.

La creencia en las almas animales inmortales se extiende a lo largo de la Cris- tiandad misma (Hobgood-Oster, 2008). Quisiera tratar aquí tres leyendas de san- tos vinculadas con una amplia gama de cuentos populares.

Llamaremos al primer tipo animales divinos. La historia de Guinefort, un sabueso del siglo XIII de la diócesis de Lyon, Francia, es ilustrativa. Guinefort mata a una víbora que está a punto de atacar a un niño inocente (Schmitt, 1983). El dueño del perro, al regresar de su trabajo, ve la habitación del niño en caos y la boca del perro manchada con sangre e inmediatamente piensa que Guinefort atacó al niño. Lleno de furia, lo mata; al rato, debajo de las frazadas, el niño co- mienza a llorar, al lado de la serpiente muerta. El amo estupefacto se da cuenta de que en realidad el perro había matado a la serpiente para salvar al niño. Abruma- do por la culpa, crea un altar para Guinefort, quien se vuelve venerado en la localidad como el santo patrón de los niños, especialmente de los bebés. Se creía que San Guinefort, y todavía hay quienes lo creen, era capaz de realizar milagros. Este perro sagrado y venerado por el pueblo nunca adquir formalmente el rango de santo en Roma, pero a pesar de repetidas prohibiciones por parte de la Iglesia Católica el culto de San Guinefort prevaleció en la Francia central hasta la década de 1930. En realidad la historia de Guinefort es la versión religiosa de una leyenda muy extendida, con ligeras variaciones, a lo largo de Europa y tan lejos como la India y Malasia (las versiones europeas aparecen como un tipo de cuento Aarne-Thompson 178A, “El sabueso fiel”). La historia de San Guinefort fue dra- matizada en 1987 en el popular film Le moine et la sorcière (“El monje y la hechi- cera”) traducido al inglés como Sorceress. La película y las representaciones


 

actuales de San Guinefort en internet indican que el interés por este perro conti- núa en el presente.

Una segunda conexión entre los animales y el ámbito de lo divino surge de la leyenda medieval de San Cristóbal, la cual ejemplifica lo que podríamos llamar “animales como potencialmente divinos”. San Cristóbal fue a menudo retratado en la iconografía bizantina (así como al menos en dos manuscritos de las islas británi- cas [Cornwall y la Isla de Man]) con cabeza de perro. La historiadora del arte Debra Higgs Strickland (2003: 245-246) señala que la baja Edad Media estaba llena de imágenes de cabezas de perro monstruosas, caníbales e idólatras. Pero San Cristóbal constituye una rara excepción: una cabeza de perro con connotaciones venerables y sagradas. De acuerdo con la leyenda, San Cristóbal comenzó su vida como un gigante cinocéfalo (con cabeza de perro) llamado Réprobo. Tras aceptar a Cristo perd su cabeza canina pero permaneció gigante. Generalmente es repre- sentado como portando a un niño sobre sus hombros, a veces interpretado como representando al niño Jesús. Además de su transformación anatómica, la conver- sión religiosa implicó para el santo un cambio de nombre, de Réprobo, un nom- bre pagano peyorativo, a Cristóbal, que significa “portador de Cristo”, un nombre evidentemente aceptable para la Iglesia (Friedman, 1981: 72-74). Es posible afirmar que San Cristóbal, en su encarnación inicial como Réprobo, con cabeza de perro, no era una criatura sagrada, de estatuto equivalente a San Guinefort. Pero por otro lado, y en consonancia con una interpretación de los animales como portado- res de cualidades espirituales, podemos notar que el gigante Réprobo estaba dota- do de cualidades personales pías que le permitieron renacer como santo. San Cristóbal habría realizado, pues, su potencial divino.

San Francisco de Asís, en el siglo XIII, también provee un ejemplo famoso y pertinente de la espiritualidad animal. Pero su leyenda representa un tipo distinto entre la relación de los animales con el mundo espiritual, que podemos denomi- nar “animales como merecedores de lo divino”. Como santo patrón de los anima- les, San Francisco es retratado generalmente en compañía de aves y bestias salvajes. Existe un extenso registro folklórico reunido principalmente en una colección conocida como I fioretti de San Francesco, publicada en Vicenza en 1476— de episodios en los cuales aparece comunicándose con animales no domes- ticados (véase también Brown, 2010 y L’Engle and Heywood, 1998). Alrededor del 4 de octubre, día de la festividad de San Francisco de Asís, las iglesias y otras instituciones a lo largo de los Estados Unidos celebran un servicio especial en el cual la gente trae a sus mascotas para que sean bendecidas. Laura Hobgood-Oster (2008: 107-128), tras examinar brevemente la escasa documentación sobre bendi- ciones a los animales en la historia cristiana, observa que el crecimiento de estos rituales a partir de finales del siglo XX es notable”, y agrega que “seguramente inspirados en el servicio de la Catedral de San Juan Divino en Nueva York (…) se


 

propagaron a numerosas congregaciones cristianas de diferente denominación, a eventos inter-religiosos e incluso en el mundo secular. A comienzos del siglo XXI hay cada año cientos, si no miles, de estas bendiciones” (Ibid.: 106).

Yo mismo presencié una de esas misas el 29 de septiembre de 2012 en la pa- rroquia episcopal de San Albano, en Washington D.C. Era un sábado soleado y el servicio se realizó puertas afuera, con una mesa de comunión colocada junto a una Cruz de la Paz sobre un amplio césped desde el que se podía observar a la distan- cia el monumento a Washington. Entre 30 y 40 dueños de mascotas participaron con sus animales en la misa del mediodía (los concurrentes iban y venían), junto a tres clérigos —la rectora, su asistente y un sacristán—, un coro de niños y su direc- tor. El servicio, que duró media hora, comenzó con un conocido himno episcopal que celebra en general a todas las criaturas vivientes y que incluye el siguiente estribillo:

 

Todas las cosas brillantes y bellas, criaturas grandes y pequeñas Todas las cosas sabias y maravillosas, Dios nuestro Señor las hizo Cada pequeña flor que florece, cada pajarillo que canta

Él hizo sus colores radiantes, Él hizo sus pequeñas alas.2

 

Durante la misa los concurrentes cantaron varios himnos más, conducidos por un coro de jóvenes vestidos con hábitos claramente religiosos. Durante la misa hubo varias referencias a “Dios, el Padre y el Espíritu Santo”. El servicio concluyó con la Sagrada Comunión y, al final, un rezo. La misa incluyó, como de costum- bre, con un reparto de pan y vino durante la comunión. Pero en esta ocasión hubo una inesperada adición de golosinas para los animales provistas por dos marcas comerciales, una para el único gato presente y otra para los perros. Antes de dis- tribuir las hostias de comunión, la rectora expli a los presentes que ella y otros clérigos se habían reunido para decidir mo brindar algo especial a los animales. Entre todos tuvieron la idea de las golosinas como una suerte de substituto de la hostia. Al ofrecer las golosinas, los clérigos se inclinaban de manera de quedar al mismo nivel que los animales, acariciarlos, hablarles y conferirles la bendición. Insistían en llamar a cada uno por su nombre, adiendo en cada bendición una breve descripción de la apariencia y personalidad del perro o gato.

A manera de sermón, la rectora de San Albano, la reverenda Deborah Meister (una mujer joven que llevó a sus dos perros) anunció su intención de explicar la razón detrás de la bendición anual de animales el día de San Francisco de Asís.

 

 

2 “All things bright and beautiful, creatures great and small / All things wise and wonderful, the Lord God made them all / Each little flower that opens, each little bird that sings / He made their glowing colors, he made their tiny wings”.


 

Expli que viviendo en Los Ángeles, soa entablar conversaciones espontáneas con gente sin hogar, muchos de los cuales iban acompados por un perro. Al preguntarles sobre la notoria presencia de perros entre ellos y sobre el gran costo económico que representaban para sus escasos recursos, la respuesta era que los transeúntes suelen dar más fácilmente dinero a los perros, y que sin ellos recibi- rían mucho menos limosnas. Sin embargo, San Francisco, afirmó la rectora, era diferente a esos transeúntes: a él le concernían las personas y los animales por igual.

Otra celebración sagrada de animales ocurre anualmente el último domingo de septiembre en el cementerio de mascotas sin denominación de Hartsdale, vein- te millas al norte de la ciudad de Nueva York. Durante la celebración no hay ninguna referencia directa a San Francisco, aunque cualquier creyente cristiano sabe que la ceremonia coincide, al menos aproximadamente, con el día de San Francisco de Asís. En 2008, cuando asistí al evento, había más de cien visitantes con sus animales. Luego de unas palabras del personal del cementerio, un ministro episcopal retirado dedicado a proveer ceremonias para animales, bendijo a cada una de las mascotas. El sacerdote, al igual que la rectora de San Albano, no confi- rió ninguna plegaria formal a los animales: simplemente acarició a cada perro y a cada gato, al tiempo que imploró a Dios les otorgase su buena voluntad. Algunos concurrentes traían fotografías de sus mascotas fallecidas para ser bendecidas, clara evidencia de que consideraban a sus mascotas como en cierto modo permanecien- do en espíritu aunque no en cuerpo.

Norine Dresser (2000) describe no solamente la bendición de animales en Los Ángeles durante el sábado previo a la Pascua, sino también una amplia gama de ceremonias religiosas adicionales, incluyendo un bar mitzvah para un caballo y funerales para virtualmente toda clase de mascotas. Estos rituales revelan clara- mente la creciente creencia en la sacralidad de la vida animal. Dresser encuentra que los dueños de mascotas “integran a los animales a las costumbres funerarias humanas de su propio bagaje religioso y cultural. Por ejemplo, el dueño de un cementerio de mascotas en California reportó que los dueños de mascotas asiáticos suelen quemar incienso; si en cambio la familia es judía, no colocarán una lápida en la tumba hasta pasado un año del entierro” (Dresser, 2000: 100). Dresser tam- bién revela casos de bendiciones de animales que producen efectos positivos, como por ejemplo una mujer que creía que su canario había cambiado al ser bendecido el año anterior. Sostenía que antes el pájaro era neurótico y que la bendición lo calmó considerablemente, logrando que ella y su familia desarrollaron sentimien- tos de afecto hacia el canario y por ello deseaba volver a bendecirlo” (Dresser, 2000:98).

Estos breves ejemplos sugieren que la creencia en la religiosidad animal tiene una historia de al menos un milenio en el mundo occidental, y que esta tradición


 

continúa en el presente. En los Estados Unidos en particular, millones de personas están convencidas hoy en día de que sus mascotas poseen alma, y con el alma, la capacidad de alcanzar la inmortalidad. Muchos de ellos esperan reunirse con sus mascotas en el cielo después de morir. Pero este fenómeno social nos plantea sin embargo otro tipo diferente de relación entre los animales y lo espiritual, una que se aproxima y en muchos casos es equivalente— a lo que muchos creen que los humanos disfrutamos: la inmortalidad. A esta relación la podríamos llamarLos Animales como Inmortales.”

Quizás la más vívida expresión actual de la inmortalidad animal en los Estados Unidos sea el poema en prosa El puente del arco iris (Rainbow Bridge). Existen literalmente miles de variaciones del poema en internet, y a pesar de numerosas especulaciones en sitios no académicos en la red, nadie ha logrado identificar sus orígenes (en septiembre de 2012, la frase “Rainbow Bridge” generó en Google

¡21,300,000 squedas!). Existe sin embargo una versión estándar más general- mente aceptada, que dice así:

 

Hay un puente que queda entre el Paraíso y la Tierra, y se llama Puente del Arco Iris. Cuando un animal que ha sido especialmente amado por alguien aquí en la Tierra muere, entonces va al Puente del Arco Iris. Allí hay valles y colinas para to- dos nuestros amigos especiales, para que ellos puedan correr y jugar juntos. Hay mucha comida, agua y sol, y nuestros amigos se encuentran cómodos y al abrigo. Todos los animales que han estado enfermos o que eran ancianos, recuperan su sa- lud y vigor; aquellos que fueron heridos o mutilados recuperan lo perdido y son fuertes nuevamente, tal como los recordamos en nuestros sueños de días y tiempos pasados. Los animales están felices y contentos, excepto por una pequeña cosa: cada uno de ellos extraña a alguien muy especial, alguien a quien tuvo que dejar atrás. Todos corren y juegan juntos, pero llega un día en que uno de ellos se detiene de repente y mira a la lejanía. Sus brillantes ojos se ponen atentos; su impaciente cuer- po se estremece y vibra. De repente se aleja corriendo del grupo, volando sobre la verde hierba, moviendo sus patas cada vez más y más rápido. has sido avistado, y cuando y tu amigo especial finalmente se encuentran, los dos se abrazan en un maravilloso reencuentro, para nunca separarse de nuevo. Una lluvia de besos cae sobre tu rostro; tus manos acarician nuevamente la cabeza amada, y puedes mirar nuevamente a los confiados ojos de tu mascota, tanto tiempo apartada de tu vida, pero nunca ausente de tu corazón. Entonces los dos cruzan el Puente del Arco Iris juntos...3

 

El Puente del Arco Iris es una especie de limbo o, para emplear un oxímoron, un alegre Purgatorio. En todo caso, es una escala hacia el camino al cielo, un Jar- dín del Edén. El poema proyecta la fantasía de una existencia dichosa y despreo-

 

3 <https://rainbowsbridge.com/RB_Poems/rb_spanish.htm>.


 

cupada para un perro o un gato que probablemente terminó su vida en mala salud o herido. A pesar de no mencionar a Dios, el poema posee una espirituali- dad innegable, expresando sin ambigüedades que las mascotas fallecidas están provistas de almas inmortales. Más aún, son almas que anhelan ser reunidas con los espíritus de sus humanos amados. El poema reconoce implícitamente el hecho evidente de que los compañeros animales tienen vidas mucho más breves que las de sus amos y por lo tanto mueren antes que ellos. También reconoce un lazo especial entre cada animal muerto y un amo en particular. Curiosamente, el poe- ma no ofrece lugar más que para que un solo miembro de la familia se reencuen- tre con su mascota en el Puente del Arco Iris antes de que ambos entren al cielo. En este sentido el poema refleja la tendencia sociológica individualista de los hoga- res en los Estados Unidos (Klinenberg, 2012), en la que a menudo el único habi- tante de una casa o departamento adquiere una mascota para fines de compañía o protección.

Aunque sus orígenes son poco claros y sumamente debatidos, “El Puente del Arco Iris” en su forma anónima clásica data de la década de 1980. Su aparición y su éxito coinciden de hecho con una acelerada redefinición de los animales de com- pañía acaecida en todo el mundo occidental. Existe evidencia de que, desde hace unos veinte o treinta años, perros, gatos y otros animales domésticos están siendo crecientemente considerados y tratados como seres humanos. Se han convertido, en palabras de Marvin Harris (1998: 195-196), en “cuasi humanos” (proxy humans). Por ejemplo, en Estados Unidos se ha visto un incremento en el uso de nombres humanos para animales (Brandes, 2012). Los animales son definidos en un grado nunca antes visto como miembros plenos de la familia, y en muchos casos como parientes reales de sus dueños y de otras mascotas del hogar (Brandes, 2009). Más n, los animales de compañía han sido recientemente dotados de identidad étnica y religiosa (Ibid.). Todos estos cambios representan una ruptura radical con el modo en que las mascotas eran tratadas hace cincuenta o cien años, y con toda certeza antes de la Segunda Guerra Mundial. Actualmente, y en particular para un gran segmento del mundo posindustrial, ha ocurrido un colapso virtual de los límites clasificatorios que separaban a los seres humanos de los animales, especial- mente a los gatos y a los perros con los que conviven (Ibid.). Puesto que los due- ños de mascotas se identifican cada vez más con sus perros y gatos, no es sorprendente que proyecten en ellos la vida más allá de la muerte que esperan para si mismos.

Estas interpretaciones se sustentan en las inscripciones sepulcrales de los dos cementerios de mascotas más antiguos del mundo occidental: el Cementerio de Mascotas de Hartsdale, Nueva York, fundado en 1896, y el Cementerio de Perros fundado en 1899 a la vera del río inmediatamente al norte de París en Asnière- sur-Seine. La historiadora Katherine Grier descubr evidencia de funerales para


 

mascotas en Estados Unidos mucho antes, en 1800. Hacia 1830, señala Grier (2006: 135), tanto niños como adultos solían celebrar el fallecimiento de sus ani- males queridos mediante ceremonias de duelo y entierro”. Pero ninguna de las poéticas inscripciones sepulcrales que cita indican la creencia en un alma canina o una vida en el más allá (Ibid.: 135-137). Los entierros privados para animales do- mésticos persisten hasta hoy, incluso cuando están prohibidos por una ley munici- pal (por ejemplo, numerosos neoyorquinos y californianos, me confesaron que violaron estos digos legales enterrando a sus perros y gatos fallecidos en el jar- dín). John Grogan escribió un aclamado relato del ritual que celebró en su jardín tras la muerte del perro de la familia, Marley (Grogan, 2005). Sin embargo, e incluso cuando ocasionalmente acompañado por lápidas u otras cosas, este tipo de procedimientos funerarios son practicados en espacios privados y conducidos ex- clusivamente por los amos del animal fallecido, quizás con la presencia de amigos cercanos. Exceptuando algunas descripciones de entierros de mascotas como las del escritor John Grogan, no tenemos evidencia pública que confirme o refute la creencia de los dueños de mascotas en el alma o la vida después de la muerte de sus animales (la ceremonia de Grogan de hecho no ofrece evidencia al respecto, y parece haber sido diseñada más bien para consuelo de los dueños.)

Desde finales del siglo XIX y hasta el presente, los entierros y funerales de animales han imitado crecientemente la forma y el contenido de los rituales mor- tuorios humanos. En Hartsdale, por ejemplo, la oficina administrativa del cemen- terio de mascotas posee una pequeña capilla para ceremonias previas al entierro. El sacerdote que preside las bendiciones animales cada septiembre oficia también rituales de entierro al costado de la tumba, en la capilla del cementerio, o en am- bos, para los dueños de mascotas que desean un rito funerario para su animal, utilizando en el ritual fragmentos del Génesis, el cual habla de la creación por Dios de todas las criaturas de la Tierra (comunicación personal). Las inscripciones monumentales en Hartsdale demuestran que en tiempos recientes muchos dueños de mascotas, a diferencia del pasado, cree que sus animales poseen un alma inmor- tal. Varias lápidas especifican una reunión con los animales en el Puente del Arco Iris, por ejemplo: Tu amor y tus huellas / están para siempre en nuestros corazo- nes / hasta que nos reencontremos / en el Puente del Arco Iris”. La inscripción para Aida, una mascota fallecida en 2005 dice: Hasta que nos veamos en el cielo”. El perro Lanney es encomendado al cuidado de Dios” en el cual descansa eter- namente”. En una lápida firmada por Mami y papi”, los dueños se despiden de Champ, su “Amado boxer”, con la frase “Rezamos para volverte a ver”. “En re- cuerdo de Manny y Max”, se lee en otra, “Siempre espendome. Amados por Ida Zuckerman”. La familia de Scooter Woller (nótese que el perro lleva el apellido de su dueño) se despide de él con las palabras Nos vemos en el cielo”.


 

Los dueños de mascotas suelen grabar breves poemas en las pidas de sus animales tal como los europeos y estadounidenses lo hicieron tradicionalmente con sus parientes fallecidos en tiempos coloniales y posteriores (Deetz, 1996). Una tal Joana escribe en una pida dedicada a tres mascotas diferentes “¡Adiós, queridos amigos! / ¡Compañeros de mi corazón! / Aunque lejos ahora, nunca nos separare- mos”. En una tumba que aloja a seis mascotas, fallecidas entre finales de la década de los setenta y los tempranos 2000, su dueño declara, “Jesús, bendice a mis amo- res / hasta que el Cielo abracemos / pues los tuyos no perecerán / sino que vivirán por siempre”. Algunas pidas están inscriptas con la voz del animal fallecido: “Yo fui un buen niño / no cometí pecado alguno / San Pedro, soy yo, Fred / por favor

/ ¿me dejarías entrar?”. Otros están dirigidos directamente al animal:

 

Max,

Amado hijo, eternamente en nuestros corazones Tu dulce espíritu y tu alma gentil

tocaron a tantos tan profundamente Te amamos y extrañamos

hasta que nos reunamos Dios te bendiga y te cuide.

 

Una versión más breve en un registro similar dice: Nuestro bebé / Te ama- mos/ Nos veremos / en el Cielo”.

Hay por supuesto muchas variantes de epitafios poéticos en el cementerio de Hartsdale, pero un buen número parece combinar todos estos elementos. Consi- deremos por ejemplo la placa que recuerda a Jessica, una hembra pastor alemán fallecida en 1990:

 

Sólo le faltaba hablar

Su tierno amor tocó nuestras almas y camb para siempre nuestras vidas Dulce Jessie

Estamos perdidos sin ti  Descansa nuestra pequeña niña cerca de tu abuelita que te quiso tanto –y espéranos.

Todo nuestro amor para siempre Mami y Papi

Esta inscripción es dirigida a dos destinatarios diferentes. Las primeras dos líneas, escritas en tercera persona, dan al observador una descripción del animal desde la perspectiva de sus dueños. El resto del epitafio habla directamente a la fallecida perra, “Jessica”, como si estuviera efectivamente presente y pudiera recibir el mensaje. Los autores también suponen que “Jessica” comparte una vida en el


 

más allá con su “abuelita”. El uso de este término de parentesco indica que el indi- viduo fallecido posee una relación en con con el animal y con los creadores del epitafio, quienes aparecen en la inscripción como los padres reales de la perra Jessica”. La lápida está adornada en la parte superior con una fotografía del animal, acompañada por simples cruces.

 

Fotografía 1: una vista del Cementerio de Perros [Cimentière des Chiens] en Asnière sur Seine

(Autor: Stanley Brandes)

El Cementerio de Perros de Asnière reproduce en varios sentidos los patrones que encontramos en Hartsdale. Las tumbas son pequeñas y muy cercanas entre sí, y varias secciones alojan los restos de varios animales juntos. El diseño y la arqui- tectura de las tumbas de Asnière cambiaron a través del tiempo, las más actuales expresan abiertamente el remordimiento y el afecto por los compañeros animales fallecidos. La diferencia más evidente entre los cementerios de Asnière y Hartsdale es la total ausencia en el primero de mensajes y signos religiosos, un rasgo origina- do en la fundación del cementerio en 1899, cuando cruces y mbolos sagrados en general fueron prohibidos formalmente (Gaillemin, 2009). rénice Gaillemin, quien reali un detallado estudio de este cementerio, identificó que a pesar de esta restricción algunas lápidas indican una creencia en el alma y la inmortalidad de los animales. Gaillemin documentó asimismo la presencia de íconos religiosos, como una pequeña estatua de la Virgen de Lourdes, colocada discretamente entre ofrendas sepulcrales. Reposando sobre una tumba hay estatuillas de ángeles y


 

santos junto a una estatua de Santa Claus. Aunque el cementerio de perros carece de una capilla como la del de Hartsdale, Gaillemin señala que una vez al año

 

los dueños de mascotas pueden conducir a sus compañeros vivos dentro de la capilla de Santa Rita en París, para permitir que Monseñor Philippe, el sacerdote de la pa- rroquia, rece por su salud. Esto confirma a la congregación la existencia del alma y de un Paraíso animal (…) En la misma iglesia, Monseñor Philippe puede bendecir, a pedido, las urnas que contienen las cenizas de animales fallecidos de la familia (tra- ducción mía).

 

En Asnière, así como en Hartsdale, Gaillemin demuestra que varios epitafios confirman la creencia en una vida después de la muerte para los comperos ani- males: Compagnon d’une vie, compagnon merveilleux. Tu nous as donné ta force et ta tendresse. Jusquà ton Paradis, ou le ciel est radieux. Que ton éternité reçoive une caresse [“Compañero de una vida, compañero maravilloso. Nos diste tu fuerza y tu ternura. Hasta tu Paraíso, donde el cielo es radiante. Que tu eternidad reciba una caricia”]. Gaillemin encuentra más ejemplos: Que ton repos soit doux comme ton Cœur fut bon [“Que tu descanso sea tan dulce como bueno fue tu corazón”]; Comme un bateau qui dépasse lhorizon nous ne la voyons plus, mais elle continue à exister. Elle a commencé une nouvelle aventure [“Como un barco que se pierde en el horizonte, ya no la vemos, pero ella sigue existiendo”]. La investigación de Gai- llemin demuestra que al menos algunos dueños de mascotas perciben y tratan a sus animales fallecidos como si fuesen humanos.

Más aún, es posible que el entierro en un cementerio animal, sea en París o en Nueva York (y ya hay más de seiscientos cementerios de este tipo a lo largo de los Estados Unidos) constituya en mismo un acto espiritual, que implica la creencia en un lazo entre dueños y mascotas que perdura más allá de la muerte. Numero- sas inscripciones tanto en Asnière como en Hartsdale contienen mensajes dirigidos directamente al animal muerto (“Nos diste tu fuerza y tu ternura”, “Que tu des- canso sea […] dulce”). Comunicarse de esta manera con un animal fallecido supone una fe en la presencia espiritual del animal y una conciencia de que éste es cons- ciente de la atención del amo mucho después de la muerte biológica.

Existe evidencia adicional en este sentido. En años recientes, en ambos cemen- terios es común que los visitantes coloquen pequeños objetos que resultarían atractivos para los niños juguetes de plástico, imitaciones de huesos, reguiletes, animales de peluche y cosas por el estilo sobre o al lado de las tumbas. Estos regalos recuerdan la presencia de vasijas, joyas, barcos en miniatura y objetos de uso cotidiano en las tumbas del antiguo Egipto que eran colocadas con el fin de ser usados en el más allá. Los cementerios de animales de hoy reflejan la preocu- pación de los dueños de que sus perros y gatos estén rodeados de los objetos que ellos disfrutaron cuando estaban vivos. En Hartsdale, los visitantes pueden encon-


 

trar cierto número de tumbas judías de animales adornadas como si fuesen tum- bas humanas. Al lado de varias tumbas judías hay unas velas votivas conocidas como velas yahrtzeit; encapsuladas en vidrio, estas velas que son muy altas, están diseñadas para arder ininterrumpidamente las veinticuatro horas del día hasta el primer aniversario de la muerte de un ser querido, así como durante el shiva, el período de luto que en la tradición judía sigue inmediatamente al entierro. La vela yahrtzeit, destinada a iluminar la muerte de un hombre o mujer judíos, actual- mente acompaña también, a veces, la muerte de mascotas.

El visitante a cualquier cementerio judío notaría a primera vista pequeñas piedras colocadas sobre las pidas de piedra. Cuando los judíos visitan una tumba, normalmente colocan una pequeña piedra sobre la lápida de la persona muerta para simbolizar que han visitado el sitio y no han olvidado al familiar que ha partido. Esta práctica, basada en la costumbre, requiere buscar en los alrededores de la tumba cualquier guijarro o piedra de tamaño y forma apropiados. Piedras de este tipo también adornan tumbas judías de mascotas en Hartsdale, así como un número menor de tumbas sin rasgos étnicos o religiosos distintivos.

 

Fotografía 2: Una mujer adorna la tumba de su perro Murphy en el Cementerio de Perros, Asnère


 

A pesar de que estas manifestaciones de la creencia en la sacralidad de los animales son cada vez más habituales, los oficiales de instituciones religiosas occi- dentales (no así en Japón, por ejemplo [Chalfen, 2003]) sostienen que los seres humanos están dotados de alma y disfrutan un potencial único para adquirir vida eterna, y por esta razón a los animales no-humanos, considerados como desprovis- tos de alma, se les ha prohibido en general el entierro en lugares sagrados, sean cristianos o judíos. En los Estados Unidos, en ausencia de una legislación federal que permita o prohíba entierros humanos en cementerios de animales, cada estado establece sus propias regulaciones. Al menos hasta 2012 Ohio era el estado más flexible en este sentido: los cementerios pueden fijar sus propias reglas, algunos estipulando una sección especial para entierro de animales, otros permitiendo entierros humanos junto a entierros animales, y otros directamente prohibiendo por completo los entierros animales. En Texas, por el contrario, el digo de salu- bridad prohíbe el entierro de animales en cementerios de humanos.

En 2011, en el estado de Nueva York, donde se halla el cementerio de masco- tas de Hartsdale, se prohibieron los entierros humanos en cementerios de masco- tas. Bajo presiones legales y la amenaza de más denuncias en el futuro, la prohibición fue levantada el año siguiente, con la advertencia de que los cemente- rios de animales no deberán publicitar o cobrar por el entierro de restos humanos cremados, y los humanos que deseen ser enterrados en un cementerio de mascotas deben recibir noticia por escrito de que sus restos no estarán cubiertos por las protecciones y derechos legales otorgados a cementerios humanos” (Seymour, 2012). Una antigua prohibición sobre el entierro de restos animales en cementerios humanos sigue sin embargo vigente en el Estado de Nueva York. Esta prohibición adquir notoriedad recientemente cuando una magnate en bienes raíces de Man- hattan, Leona Helmsley, mur indicando en su testamento que Trouble (Pro- blema), su amado perro maltés, fuese enterrado junto a ella y su marido en el mausoleo donde ahora descansan en Sleepy Hollow, sobre el valle del río Hud- son en Nueva York. Esta cláusula del testamento no pudo ser satisfecha, aunque lo fue la disposición de otorgar millones de dólares al perro.

A pesar de las leyes religiosas y seculares que limitan el manejo de los restos animales, muchas personas, devotas o no, ven a sus comperos animales como hijos postizos. Actuando como padres, los amos a menudo proyectan sobre sus mascotas los rasgos culturales de la sociedad humana, frecuentemente (aunque no universalmente ni mucho menos) incluyendo la posesión de un alma inmortal. La continuidad de la presencia del alma animal después de la muerte recuerda la continuidad del alma de ancestros recientemente fallecidos, tal como Robert Hertz lo seña hace un siglo en su brillante ensayo Contribución a la representa- ción colectiva de la muerte (1960 [1907]). Cuando la gente comparte un hogar con sus animales, cuando da a esos animales un nombre —a veces incluso su propio


 

apellido— y cuenta con ellos para acompañarlos, se vuelve más probable que los vean como ven a sus parientes humanos. A como toma tiempo adecuarse a la muerte de un pariente cercano, y así como ese pariente parece presente en nuestra mente por mucho tiempo después de haber cesado de existir físicamente, así tam- bién, cada vez más, los dueños de mascotas encuentran difícil aceptar la muerte de un compañero animal. Durante el periodo de adaptación, la creencia en el alma animal y en su inmortalidad parecería proveer el consuelo que el luto demanda.

El gran filósofo medieval judío Moisés Maimónides (1135-1204) propuso una respuesta a la pregunta inescrutable de si los animales poseen alma o no. Para Maimónides, el “alma” es el principio vital de todo organismo vivo (humano, ani- mal no-humano, incluso vegetal). El alma humana, a diferencia de las otras, es capaz de conocer su propia condición (Broadie, 1988). Clérigos y laicos de numero- sas denominaciones estarían de acuerdo con un rabino de San Francisco quien en una reciente entrevista simplemente declaró: ¿las almas animales continúan vi- viendo de alguna manera?, no lo sé”. Un oficial del cementerio de mascotas de Hartsdale lanzó un desafío a los incrédulos: Algunos creen que los animales no tienen alma, pero no lo pueden demostrar”. Con respecto a la existencia del alma como un rasgo exclusivo de la especie, que distinguiría a los humanos de otros animales, esta breve reseña de opiniones populares y religiosas basta para revelar que el jurado se encuentra todavía deliberando.

 

Fotografía 3: La tumba de la perra Jessica, Cementerio de Mascotas, Hartsdale, Nueva York


 

AGRADECIMIENTOS

Una versión breve y preliminar de este ensayo fue presentada en el encuentro bianual de la Asociación Europea de Antropología Social celebrado en Nanterre en julio de 2012. Quisiera agradecer a Jane Brandes, Benjamin Kramarz, la reve- renda Deborah Meister, el reverendo Matthew Hanisian, el reverendo David James, los profesores Geoffrey Bodenhausen y Antoinette Molinié y el doctor Alex Toledano por su ayuda en la investigación que condujo a esta publicación. Agradezco también a los administradores del Cementerio de Mascotas de Harts- dale por su permanente cooperación. Una versión anterior de este ensayo fue presentada en la conferencia “La Antropología en el siglo XXI: retos y perspecti- vas”, organizada por el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universi- dad Nacional Autónoma de México en octubre de 2013.

 

 

 


 

Aarne, Antti


BIBLIOGRAFÍA


(1961) The Types of the Folktale A Classification and Bibliography, tradu- cido y ampliado por Stith Thompson, 2da. edición revisada, Helsinki, Suomalainen Tiedeakatemia / Folklore Fellows Communications.

Brandes, Stanley

(2009) “The Meaning of American Pet Gravestones”, Ethnology m. 48 (2), pp. 99-118.

(2012) “Dear Rin Tin Tin: An Analysis of William Safire’s Dog-Naming Survey from 1985”, en Names m. 60 (1), pp. 3-14.

Broadie, Alexander

(1988) The moral philosophy of Maimonides”, en Journal of Medical Ethics núm. 14, pp. 200-202.

Chalfen, Richard

(2003) “Celebrating Life after Death: The Appearance of Snapshots in Japanese Pet Gravesites”, en Visual Studies núm. 18 (2), pp. 143-155.

Dresser, Norine

(2000) The Horse Bar mitzvah: a celebratory exploration of the human- animal bond”, en Companion Animals and Us: Exploring the Relationships Between People and Pets (Anthony L. Podberscek, Elizabeth S. Paul, and James A. Serpell [eds.]), pp. 90-107.

Deetz, James

(1996) In Small Things Forgotten: An Archaeology of Early American Life, New York, Doubleday.


 

Farwell, Brown

(1900) The Book of Saints and Friendly Beasts: Saint Francis of Assisi and Other Saints Who Loved Animals, Boston, Houghton Mifflin.

Friedman, John Block

(1981) The Monstrous Races in Medieval Art and Thought, Cambridge, Harvard University Press.

Gaillemin, Bérénice

(2009) Vivre et Construire la Mort des Animaux: Le Cimetre de Asniè- re”, en Etnologie Française, núm. 39(3), pp. 495-507.

Grogan, John

(2005) Marley and Me, New York, Harper-Collins.

Harris, Marvin

(1998) [1985] Good to Eat: Riddles of Food and Culture, Prospect Heights, Illinois, Waveland.

Hertz, Robert

(1960) [1907] Death and the Right Hand (traducido por Rodney y Claudia Needham), Aberdeen, Cohen and West.

Klinenberg, Eric

(2012) Going Solo: The Extraordinary Rise and Surprising Appeal Living Alone, New York: Penguin Press.

L’Engle, Madeleine and W. Heywood

(1998) The Little Flowers of St. Francis of Assisi, New York, Vintage Spiritual Classic.

Hobgood-Oster,  Laura

(2008) Holy Dogs and Holy Asses: Animals in the Christian Tradition, Ur- bana and Chicago, University of Illinois Press.

Schmitt, Jean-Claude

(1983) The Holy Greyhound: Guinefort, Healer of Children Since the Thir- teenth Century (traducido por Martin Thom), Cambridge, Cambridge University Press.

Seymour, Kristen

(2012) With Fido Forever: Owners who Want to be Buried in Pet Ce- meteries”, NBC News.com, 25 de septiembre.

Strickland, Debra Higgs

(2003) Saracens, Demons, Jews: Making Monsters in Medieval Art, Prince- ton, Princeton University Press.

Wrangham, Richard

(2009) Catching Fire: How Cooking Made us Human, New York, Basic Books.