REFLEXIONES SOBRE MIGRANTES COLOMBIANOS…                            81

 
REFLEXIONES SOBRE MIGRANTES COLOMBIANOS Y TRANSNACIONALISMO

 

 

Rafael Ignacio Estrada Mejía

Universidad Estadual Paulista (UNESP), Brasil

correos electrónicos:  haikerazabi@gmail.com;  patiancho@yahoo.com.br RECIBIDO: 30 DE NOVIEMBRE 2015; ACEPTADO: 10 DE MAYO DE 2019

Resumen: Un análisis sobre los flujos contemporáneos de migrantes colombianos (voluntarios y/o forzados) evidencia que ellos aumentaron cuantitativamente, así como en la heterogeneidad social y regional, y la pluralidad de destinos, llegando a constituir lo que se ha denominado “diáspora”. Este artículo sugiere que dichos flujos se relacionan con el actual contexto económico mundial, los “estados de guerra prolongados y las políticas migratorias vigentes que privilegian la Seguridad Nacional y ven al (in)migrante, al refugiado, como una amenaza. Propone, además, que hipótesis como Formación Social Transnacional, configuración de “identidad” o “comunidad” transnacional son precarias y exigen todavía un arduo trabajo tanto desde el punto de vista antropológico como cualitativo y comparativo.

Palabras claves: migración, refugiados, Colombia, identidades, comunidad, diáspora.

 

REFLECTIONS ON COLOMBIAN IMMIGRANTS AND TRANSNATIONALISM

Abstract: A glance at voluntary and forced migration of Colombians demonstrates that, in addition to the quantitative increase, it has grown both in its social and regional heterogeneity and multiple destinations, approaching what might be termed Colombian Diaspora”. This article concludes that these flows are mainly related to the contemporary global economic context, the permanent state of war in Colombia and the current immigration policies favor the national security and perceive immigrants and asylum seekers as menace. It further suggests that assumptions of transnational social formation, transnational “identity or “community are precarious and still require hard work on ethnographic, qualitative and comparative research.

Key words: migration, refugees, Colombia, identities, communities, diaspora.


 

INTRODUCCIÓN

En 2006, Romano Prodi ganaría las elecciones parlamentares en Italia, tal como lo anunciaría la prensa mundial: “contando con los votos de ultramar, Romano Prodi vence una de las más exacerbadas disputas electorales de la historia política italiana. Berlusconi aún no aceptó la derrota y quiere recuento de votos” (Deutsche Welle, 2006). El hecho más relevante de esta noticia es que, gracias a los votos de la diás- pora” italiana, Prodi conquistó cuatro de las seis curules reservadas al senado en el exterior. Sin el voto de los migrantes italianos Prodi habría perdido. En Italia se permitiría por primera vez que ellos votaran en una contienda electoral, eligiendo doce diputados y seis senadores. Se convocaría a votar a más de dos millones de italianos dispersos por el mundo. El índice de participación en el exterior alcanzaría más del treinta por ciento, de acuerdo con el periódico La Repubblica.

Los colombianos, de modo similar a los italianos, elegirían, el 28 de mayo de 2006, a los congresistas y presidente de la república. No tenemos idea si la influen- cia de los colombianos residentes en el exterior alcance algún día o supere la lo- grada por los italianos. Sin embargo, es evidente que sus actividades trasnacionales políticas son expresivas, especialmente si se observa la participación en los últimos procesos electorales. Precisamente, en la elección presidencial de 1998 votaron más 40 mil colombianos residentes en el exterior; ya en 2002 serían más de 100 mil; en 2006 y 2010 se contabilizarían más de 120 mil y 150 mil votos, respectivamente. No obstante, en las elecciones de 2014 habría una reducción expresiva en relación con esta tendencia ascendente, pues votarían apenas cerca de 110 mil electores de los cerca de 560 mil inscritos (Registraduría, 2014a). Además, estas serían las pri- meras elecciones presidenciales en las que los migrantes colombianos tendrían una semana para votar. Igualmente los colombianos en el exterior pudieron votar para Senado por la circunscripción nacional o por la circunscripción indígena. También participaron en la elección de representantes a la Cámara pudieron votar por la Circunscripción Internacional, la circunscripción indígena o la de comunidades ne- gras; e inclusive pudieron participar en la elección de los representantes por Co- lombia al Parlamento Andino (Registraduría, 2014b).

Además del derecho al voto para la elección presidencial (Ley 39 de 1961), en el transcurso de las últimas dos décadas, otros derechos políticos les han sido otor- gados a los migrantes colombianos, a saber: el derecho a la elección de senadores y representantes a la cámara en el congreso nacional (Ley 649 de 2001 y el artículo 176 de la Constitución), así como la posibilidad de adquirir la doble nacionalidad (artículo 96 de la Constitución). A ello se suma la formulación de una serie de programas que han redefinido el propio Estado-nación colombiano como trans-


 

nacional, procurando incluir la “diáspora”. Entre dichos programas hay que men- cionar: la creación de una Red Electrónica Global de Científicos Colombianos (1993), un Programa para la Promoción de las Comunidades Colombianas en el Exterior (PPCCE), creado en 1996 por el Ministerio de Relaciones Exteriores como parte de un plan denominado Colombia para Todos, y más recientemente el pro- grama Colombia Nos Une (2003), liderado también por el Ministerio de Relacio- nes Exteriores. En consecuencia, se evidencia una tendencia cada vez más fuerte de construir la “identidad” colombiana a partir de una ascendencia común basada en lazos de sangre y no ya en un territorio, una lengua, una cultura o una historia política compartida (Glick Schiller, 2000 apud Feldman-Bianco y Capinha, 2000). Por otro lado, Colombia ha experimentado una creciente dependencia del envío de remesas de dinero por parte de migrantes colombianos (y oficialmente regis- tradas por el Estado), las cuales constituyen, sin duda, una de las principales fuen- tes de divisas del país.1

 

MIGRACIONES Y TRANSNACIONALISMO

EN BÚSQUEDA DE UN MODELO EXPLICATIVO

 

A lo largo de las últimas dos décadas hemos presenciado un cambio en el modelo explicativo del estudio de las migraciones internacionales, en el análisis de las comu- nidades de migrantes (y sus descendientes) y el modo como interactúan con las socie- dades en las cuales se insertan. De una perspectiva que se asentaba en una lógica de análisis de relaciones unidireccionales simples, por ejemplo: origen-destino; migración de retorno; reunión familiar; migraciones temporales o definitivas; push and pull, etc., pasamos a una lógica de análisis multidireccional complejo, por ejemplo: migraciones circulares; reemigración; transmigraciones; migraciones transfronterizas; comunidades transnacionales; prácticas transnacionales, etc. De acuerdo con varios autores (Verto- vec, 1999; Itzigsohn y Saucedo, 2002; Wimmer y Glick-Schiller, 2002), podemos dividir el tipo de estudios de acuerdo con las lógicas en las cuales se fundamentaban, es decir, en los tradicionales países de inmigración, los estudios sobre inmigración y sobre in- migrantes se centraron principalmente en los procesos de incorporación/asimilación de los inmigrantes en los países de destino. En los países de origen, a su vez, las inves- tigaciones sobre emigración se concentraron sobre todo en los contextos de partida,

 

 

1 Sen cifras oficiales del Banco de la Reblica, en 2002 estos envíos constituyeron la segunda fuente de divisas de país, superando en más de tres veces los ingresos recibidos por la venta del café y casi dos veces y media los del carbón. Al final del primer trimestre de 2003, las remesas de dinero se convertian en la primera fuente de divisas, superando los ingresos por petleo. Así, mientras en 2003 representaron casi el 3% del PIB, se ha previsto que en los próximos años esta cifra continúe aumen- tando.


 

en las condiciones de retorno o en las problemáticas asociadas a las familias separadas. La lógica que subyacía a estos análisis separaba la sociedad de origen y de destino en dos realidades independientes, imposible de yuxtaponerlas, constituyéndose en un claro ejemplo de nacionalismo metodológico” (Wimmer y Glick-Schiller, 2002). Por supuesto que se constataba la existencia de procesos de interacción entre las dos socie- dades, por ejemplo, se hablaba de las remesas financieras o sociales y se sabía que muchos de los inmigrantes terminaban por regresar a los países de origen, pero esto no era considerado suficiente para impedir el alcance de un objetivo de incorpora- ción/asimilación en las sociedades de destino, en un periodo de tiempo razonable o sobre todo en el sentido de generar estudios diacrónicos y longitudinales que permi- tieran evaluar cuáles eran las interacciones sociales engendradas entre país/sociedad de origen y país/sociedad de destino. Durante la década de 1990, sin embargo, empieza a surgir un nuevo modelo explicativo que defiende la idea de que los inmigrantes re- definen, es decir, no abandonan, los lazos que los unen al país de origen, o sea que por regla no existiría una asimilación/incorporación total en los países de destino, sino más bien un compartir complejo entre dos o más sociedades. De acuerdo con esta perspectiva, los inmigrantes crean una multiplicidad de lazos en diferentes áreas de la acción social que trascienden las fronteras nacionales y tornan complejas las relaciones sociales de los inmigrantes con las sociedades de origen y de destino (Itzigsohn y Sau- cedo, 2002; Faist, 2000; Portes, Guarnizo and Landolt, 1999; Vertovec, 1999). Estos estudios funcionaron desde el principio como una advertencia con relación a las teorías de la asimilación, dirigiendo nuestra atención para las conexiones estables que vinculan a muchos de los inmigrantes de la primera generación” y/o sus descendientes a sus lugares de origen, conectando de esta manera, origen y destino de una forma lida y continua. Este nuevo modelo explicativo surgiría en el momento en que, para abordar los nuevos flujos migratorios y los modos de inserción en las sociedades de destino, Glick-Schiller, Basch y Blanc-Szanton (1992) propusieron la adopción de un nuevo cuerpo conceptual: el transnacionalismo, como un nuevo campo analítico para la com- prensión de las migraciones internacionales. Dicho cuerpo conceptual se formuló a partir de investigaciones sobre varios grupos de inmigrantes en los Estados Unidos, específicamente de inmigrantes procedentes del Caribe (Haití) o de Filipinas a lo largo de las décadas de los ochenta y noventa. Al ser aprehendida la nueva realidad de los inmigrantes de estos países hacia los Estados Unidos como no estando, de inmediato, sujeta a una asimilación o integración en la sociedad de destino, Glick-Schiller et al. (1992) comprenderían que las migraciones internacionales contemporáneas tenían un nuevo tipo de actor: el transmigrante, un actor social que compartía su vida entre su sociedad de origen y la sociedad de destino sin privilegiar ninguna de ellas. De acuerdo con estas teorías, los inmigrantes pasan por tanto a poder llamarse transmigrantes cuando desarrollan y mantienen múltiples relaciones (familiares, económicas, sociales,


 

organizacionales, religiosas y políticas) que amplían las fronteras nacionales e interre- lacionan lo global y lo local (Glick-Schiller et al., 1992). A la luz de esta nueva gica, se hacía necesario abordar las migraciones internacionales desde una óptica que tuviera en cuenta la sociedad de origen aun cuando se analizaba la inserción de los inmigrantes en las sociedades de destino. Por una parte, se constataba que la percepción de los inmigrantes como rápidamente asimilados por las sociedades receptoras había condu- cido a una perspectiva en las ciencias sociales que buscaba explicar la relativa inmovi- lidad de estos flujos, categorizando de manera simplista como inmigrantes temporales a los que se desplazaban o como inmigrantes permanentes a los sedentarios. Para las mencionadas autoras (Glick-Schiller et al., 1992), los estudios clásicos sobre inmigra- ción, al elaborar estas categorías, no contemplaban la complejidad de los flujos con- temporáneos y eran por consiguiente ineficaces en la comprensión de esa realidad. Dichos estudios no se daban cuenta, por ejemplo, que los inmigrantes mantenían un conjunto amplio de relaciones con la sociedad de origen, no en contradicción, sino en conexión con su sociedad receptora o de destino. Son estos vínculos que, por ejemplo, posibilitan a los inmigrantes, durante su permanencia en otro país, dejar a los hijos al cuidado de familiares en la tierra natal, continuar participando en las decisiones fami- liares; visitar la familia con cierta frecuencia; comprar inmuebles y construir casas y negocios en sus países de destino (Glick-Schiller et al., 1995: 53). Por otra parte, nume- rosos autores (Feldman-Bianco, 1992; Glick Schiller, 1999; Guarnizo, 1998; Guarnizo y Díaz, 1999a; Guarnizo, et al., 1999b) han investigado con profundidad los vínculos históricos y contemporáneos entre inmigrantes transnacionales y Estados-nación, ob- servando particularmente como ellos se constituyen recíprocamente. Recientemente también algunos estudiosos (Feldman-Bianco, 1992; Mahler; 2000; Smith; 1997; Wy- man, 1993) han publicado ampliamente sobre los motivos por los cuales los Estados y no solamente los inmigrantes persiguen sus objetivos a través del espacio transna- cional. Históricamente algunos Estados enviaron sujetos para el exterior como parte de sus proyectos de construcción de la nación.

 

¿UNA DIÁSPORA COLOMBIANA?

Una mirada sobre la historia reciente de los flujos migratorios colombianos, revela que ellos se caracterizan por ser masivos, continuos, heterogéneos, social y regio- nalmente, y dirigidos a ltiples destinos, aun al interior de los propios países receptores, llegando a configurar lo que algunos denominan “diáspora” colom- biana (Guarnizo, 2004; Gamarra, 2004). Sería sólo a partir de la segunda mitad de la década de los noventa que estos flujos alcanzarían una aceleración sin prece- dentes (Cárdenas y Mejía, 2006 apud Estrada, 2010).


 

Con relación a los flujos de migrantes en dirección a Colombia, estos serían históricamente reducidos, inclusive su importancia disminuiría en los últimos años, al contrario de lo ocurrido en países como Argentina o Brasil, los cuales recibieron un gran volumen de inmigrantes europeos durante la Primera y Segunda Guerra Mundial (Cárdenas y Mejía op. cit.). Tradicionalmente las migraciones no fueron una temática central en Colombia como lo demuestra la bibliografía especializada. Sin embargo, en los últimos años se evidencia un interés creciente por parte de la comunidad académica en dicha área del conocimiento. Interés notorio debido a los estudios hechos desde la perspectiva de la ciencia política, la economía o socio- logía. No obstante, aún se conoce poco sobre su magnitud, destacando sobre todo que la información disponible también es poca (Cárdenas y Mejía, 2006).

En el estudio de los flujos migratorios colombianos se han destacado tres pe- riodos, a saber: de 1965 a 1975, de 1975 a 1985 y de 1996 en adelante (Cárdenas y Mejía, 2006; CEMLA-BID/FOMIN/, 2005, 2007, Cruz et al., 2008). El comienzo de una migración colombiana significativa se remonta a la década de los sesenta, momento que coincide con el fin del denominado periodo de la Violencia y el principio del prolongado conflicto armado interno que permanece hasta el pre- sente. Pero también coincide con la introducción de importantes reformas en las leyes de inmigración en los Estados Unidos, las cuales por la primera vez en la historia atribuirían cuotas de inmigración a todos los países del mundo sin distin- ción de raza u origen étnico. Tales leyes permitirían asimismo la reunificación fa- miliar a los inmigrantes documentados, mecanismo que se convertiría en la principal forma de obtención de una visa permanente en los Estados Unidos.

La migración masiva de colombianos coincide también con la alta demanda de mano de obra por parte de la economía venezolana que estaba en expansión de- bido al boom del petróleo, al inicio de la década de los setenta. El flujo de colom- bianos hacia Venezuela desaparecería a medida que la industria petrolera decaía y la sociedad y economía venezolanas entraban en crisis, al final de la década de los ochenta (Guarnizo, 2004). El nuevo contexto generado a partir de la década de los sesenta abriría las puertas de los Estados Unidos a la inmigración latinoa- mericana, caribeña y asiática en general, mientras que se daba una aguda dismi- nución de la inmigración proveniente de Europa. Aunque pequeña al principio, la presencia colombiana durante este periodo sentó las bases para el masivo des- plazamiento de colombianos que, de manera intermitente, se han movilizado para los Estados Unidos durante las cuatro últimas décadas.

Mientras tanto, durante las décadas de los sesenta a ochenta, Europa continua- ría siendo el destino principal de las élites socioeconómicas colombianas. Sin em- bargo, durante este periodo, nuevos actores tomarían el mismo destino de tales


 

élites: refugiados políticos de izquierda, intelectuales, artistas y estudiantes. Simul- táneamente, otro proceso se constituiría en un puente importante para la actual heterogeneidad social que se observa. Dicho proceso ocurriría en Inglaterra en la década de los setenta. De hecho, el gobierno inglés autorizaría la entrada de mano de obra extranjera no calificada para trabajar en el entonces creciente sector de servicios comerciales, especialmente el de la limpieza industrial y comercial, y en la industria hotelera y de restaurantes. Se contrataría por este medio un grupo significativo de colombianos (en su mayoría mujeres) con contratos renovables anualmente. Tales trabajadoras evidenciarían ser la conexión, fuente de informa- ción y apoyo logístico para muchos colombianos que optaron por la migración en las últimas décadas (Guarnizo op. cit.). Se estima, por ejemplo, que 75% de los colombianos que residen en Inglaterra viven en Londres. Se calcula igualmente que haya 150 mil colombianos en Inglaterra (Cabrera, 2004). Otros analistas con- sideran que haya hasta 200 000 (Mcilwaine, 2005). Asimismo, se supone que los colombianos constituyen el mayor grupo de latinoamericanos (Bermudez, 2003) y se afirma que ellos constituyen el colectivo más organizado (BBC, 2003 apud Cabrera, 2004). Paralelamente las cifras sobre refugiados son imprecisas. De cual- quier modo, se habla de cerca de 350 refugiados (Home Office Control of Immi- gration United Kingdom, 2002).

Igualmente hacia mediados de 1980 se registraría un flujo significativo de co- lombianos hacia los Estados Unidos, principalmente hacia el sur de la Florida. Dicho flujo se relacionaría con la caída del PIB y la acelerada expansión del nar- cotráfico en Colombia y, específicamente, con la necesidad de contar con mano de obra para la distribución y comercialización de narcóticos (Gaviria, 2004; Guarnizo op. cit.).

A partir de la segunda mitad de la década de los noventa se produciría una inusitada aceleración de los flujos de migrantes colombianos, especialmente de clase media y alta (Cruz et al., 2008) que estaría relacionada con la agudización del conflicto interno armado y la crisis económica de final de siglo. Se estima que en este periodo hayan emigrado más de dos millones de colombianos con destino a los Estados Unidos, España y Venezuela, principalmente, y en menor medida a Inglaterra, Ecuador, Panamá, Canadá, Francia, Italia, México y Costa Rica (Cár- denas y Mejía op. cit., 2006; Cruz et al., op. cit.).

En 2003 se sostenía que había más de cuatro millones de migrantes colombia- nos dispersos por el mundo, es decir, cerca del 10% del total de la población total del país. Los países de destino de estos flujos serían por lo menos 25 diferentes distribuidos en los cinco continentes. Entre ellos sobresaldrían, por su magnitud, Estados Unidos, Venezuela, España y Ecuador (Cárdenas y Mejía, op. cit.).


 

No obstante, ¿cómo se explica el paso de una migración de colombianos con- centrada en pocos destinos a la migración disgregada que se observa actualmente? Coincidiendo con Guarnizo (op. cit.), la crisis económica, política, social y militar, así como la generalización de la violencia —tanto la común como la derivada del narcotráfico y la política— contribuirían para generar un ambiente de inseguridad e incertidumbre en el cual la migración surgiría como una salida viable e inclusive aconsejable para sectores cada vez más amplios de la sociedad colombiana. Ade- más de estos factores, otros dos contribuirían significativamente para generar una migración masiva de colombianos. Por un lado, a nivel macro-estructural, la con- solidación y expansión del narcotráfico, que favorecería en este proceso la de- manda de mano de obra para el funcionamiento de este negocio. Por otro, a nivel micro-estructural, la consolidación y madurez de las “redes” sociales transnacio- nales (Guarnizo, op. cit.).

Asimismo, tanto las condiciones socioeconómicas de Colombia como las res- tricciones legales para la inmigración “legal hacia Estados Unidos (y más recien- temente hacia Europa) han contribuido en la diversificación de la geografía migratoria colombiana. Cuando las fronteras de Estados Unidos se cerraron en la década de los noventa, surgieron otros destinos alternativos importantes como Canadá o Europa, especialmente países como España, Inglaterra, Italia, Francia, los países escandinavos, Alemania, etc. Los que no pudieron emigrar a Estados Unidos, lo hicieron hacia México y Costa Rica o en dirección al sur del continente (Ecuador, Chile, Argentina, Brasil), y el Caribe (particularmente para República Dominicana). Simultáneamente, comenzó a crecer la migración femenina hacia los países asiáticos (especialmente hacia Japón). Así como también se presentó una gran movilidad e interacción entre los colombianos asentados en Estados Unidos y Europa (Guarnizo, op. cit.).

De cualquier manera, es de resaltar que desde mediados de 1980 el conflicto armado se tornaría también una de las causas más significativas del proceso mi- gratorio colombiano, caracterizándose por el creciente número de municipios afectados y el incremento de acciones violentas, así como por la excesiva crueldad con la que actuaban los diferentes actores (guerrilla, paramilitares, ejército) y el desplazamiento de familias del campo hacia los tugurios de las grandes ciudades. Este último fenómeno ha sido denominado desplazamiento interno.

Tal vez el ejemplo más crítico de cambios en la naturaleza de la migración forzada en el continente americano lo constituya la crisis humanitaria en Colom- bia. El incremento de los refugiados colombianos (registrados) en el mundo ocurre de forma exponencial y a partir de la década de los noventa. Su número aumen- taría casi cuarenta veces en un poco más de una década. A se pasaría de 2 168 refugiados colombianos en 1996 a 80 458 en 2007. En lo que atañe a los solicitantes


 

de asilo en el mismo período (1996-2007) serían 14 veces más, es decir de 1 697 a 23 242, sin contar la presencia masiva de colombianos indocumentados en Ecua- dor, Venezuela, Panamá o Brasil, entre otros (Estrada, 2010). En Brasil su presen- cia es pequeña, pero importante desde el punto de vista sociológico, pues retrata la agudización del conflicto, durante la primera década del siglo XXI. El número de refugiados se aproxima a los 500 individuos, sin contar 17 mil personas esta- blecidas en Manaos, principalmente, indígenas de origen colombiano (Estrada, op. cit.).

Por otro lado, el desplazamiento o refugio interno afecta alrededor de cinco millones de colombianos, de acuerdo con la Consultoría para los Derechos Hu- manos y el Desplazamiento (CODHES), cifra real estimada de refugiados internos (desplazados) por motivo del conflicto armado interno, desde mediados de la dé- cada de los ochenta, cuando se inició su registro. Contrariamente y de acuerdo con el gobierno colombiano, el número de refugiados en 2011 sería menor, esto es, 3 millones setecientos mil (ACNUR, 2014).

Vale la pena recalcar que el desplazamiento interno como proceso migratorio coercitivo es siempre, para las familias que huyen, una forma transitoria de ale- jarse de las amenazas del terror del conflicto. No obstante, la continuidad de las circunstancias que producen tal desplazamiento y que impide a las familias a vol- ver a su lugar de origen, hace de este proceso un evento de “permanente transi- toriedad”. Muchas familias desplazadas, de hecho, se tornan solicitantes de asilo o refugio político.

Al contrario de países como España, Estados Unidos y algunos países latinoa- mericanos como Ecuador o Costa Rica, Brasil no ha sido un destino migratorio masivo (voluntario o forzado) para los colombianos. Ello se relaciona, en parte, con la diferencia de idiomas que influencia al momento de huir hacia un país latinoamericano. No obstante, en los últimos tiempos los colombianos ven a Brasil como una buena oportunidad para pasar algunos años estudiando o trabajando: Aq no se llega buscando trabajo como en los Estados Unidos o en España, aquí se debe llegar o con un trabajo o con un programa de estudios previamente esta- blecido”, menciona Joaquín en su corta experiencia en Brasil (Conexión Colombia, 2006). Del mismo modo, este país está recibiendo cada vez más colombianos en sus tentativas de escapar de Colombia (debido a persecución, amenazas de muerte, etc.) procurando refugio. Tal movimiento nos permitirá en el futuro comparar la transnacionalidad o no de estos colombianos, ya que ellos por su condición jurídica no pueden regresar al país, a pesar de mantener “redes” sociales y realizar prácticas transnacionales, como por ejemplo, ejercer el voto y enviar remesas para sus fa- miliares en el país de origen.


 

Además, el creciente número de refugiados provocado por el conflicto armado colombiano y la difícil situación de esta población en países como Ecuador y Costa Rica ha llevado al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) a crear en Brasil, en 2004, un programa de reasentamiento regional para refugiados latinoamericanos, enmarcado en los principios de solidaridad interna- cional y responsabilidad compartida. Esta iniciativa abriría la posibilidad para que cualquier país de Arica Latina se asociara en el momento que lo considerara oportuno, ofreciendo recibir refugiados que se encuentran en otros países de América Latina.

 

POLÍTICAS MIGRATORIAS: UNA CUESTN DE SEGURIDAD NACIONAL

Para entender el contexto de las prácticas transnacionales, es necesario analizar simultáneamente las políticas migratorias contemporáneas. Al mismo tiempo que las prácticas transnacionales acontecen con mayor frecuencia e intensidad, para- dójicamente el flujo de seres humanos (migrantes, refugiados o solicitantes de asilo) es también cada vez más controlado, restringido. Uno de los argumentos sobresalientes y que me gustaría tratar es el de la Seguridad Nacional. Tal expli- cación no es nueva, en este sentido no se puede evitar pensar en la famosa y ho- mónima doctrina surgida en el contexto de la Guerra Fría cuando se trasladó a Arica Latina. Dicha doctrina al parecer se resignificaría y fortalecería como consecuencia de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos y del 11 de marzo de 2004 en España.

De modo que la defensa colectiva ha sido un argumento que ha estado vincu- lado a la inmigración hace ya varias décadas, especialmente en Europa, no así en los Estados Unidos. El efecto que los atentados antes mencionados tienen sobre la inmigración se puede resumir en la homogenización de posturas ideológicas que tratan de frenar los flujos migratorios que se dirigen al llamado “centro del capi- talismo”. En general, se podrían destacar de ello algunas consecuencias funda- mentales: la criminalización de la comunidad árabe (y latinoamericana, como ocurre en Brasil) un mayor control interno de los extranjeros en los territorios nacionales, una tendencia a la selectividad de los inmigrantes que cruzan las fron- teras y la tentativa de reducir el volumen del flujo inmigratorio. Todo esto se materializa en direcciones diferentes: por un lado, el racismo institucional y la concepción de la inmigración como un privilegio y, por otro, el desarrollo y afian- zamiento del modelo europeo de fortaleza a nivel global (Guilló, 2001). En el caso brasileño, se evidencia también una política que privilegia la Seguridad Nacional y ve al inmigrante como una amenaza (Ferretti, 2002).


 

A pesar de que tanto en Europa como en Estados Unidos el principal argu- mento para cambiar las políticas inmigratorias sea el de la cuestión de la Seguridad Nacional, existe una serie de rasgos que las diferencian. En primer lugar, esa pos- tura es nueva en los Estados Unidos y está más relacionada con su política exterior que con su identidad como nación. Contrariamente, en Europa este argumento no es nuevo y está relacionado con las dinámicas de inclusión/exclusión que im- plican la construcción de una identidad supranacional: una identidad europea que exige una redefinición de las fronteras interiores y exteriores (Guilló, op. cit.).

 

COLOMBIA: ¿UNA FORMACIÓN SOCIAL TRANSNACIONAL?

Según Guarnizo (2004), sería posible afirmar que, como consecuencia de la masiva migración de colombianos ocurrida principalmente durante las últimas décadas, Colombia se habría transformado en una formación social transnacional:

 

Esto significa que tanto la sociedad civil como el ejercicio del poder a través del Es- tado, trascienden las fronteras territoriales de la nación colombiana. Las múltiples matrices de poder (político, económico, social) que estructuran la sociedad, así como la producción, reproducción y transformación de la cultura que modela la identidad nacional colombiana se dan en un espacio transnacional en el que los que viven “acá” (los residentes dentro del territorio nacional) interactúan con, influencian a, y son in- fluenciados por los que viven “allá (los colombianos residentes en múltiples destinos extranjeros).

 

Tal formación social se evidenciaría a través de los aspectos antes mencionados, así como por medio de densas relaciones sociales, culturales, políticas y económicas que vinculan a los que viven fuera del país con sus familiares y “comunidades” en el país de origen. Estas conexiones representarían más continuidad que ruptura entre los que residen en el exterior y los que están dentro del territorio nacional. Podría esperarse que el proceso de globalización que relaciona lugares, economías y personas en redes comunes de comunicación fuera fiel a la nación y a la identi- ficación con un Estado “anacrónico” basado en la territorialidad. No obstante, pa- rece ser que ese proceso y la revitalización de identidades ligadas a la localidad están correlacionados. En países donde existen asentamientos de inmigrantes im- portantes, un número significativo de ellos y sus descendientes se incorporan a “sus” nuevos países, sin embargo, se tornan también “nacionalistas a larga distan- cia” (Glick Schiller y Fouron, 2001), comprometidos en acciones a favor de su país de origen.


 

MIGRANTES COLOMBIANOS:

¿IDENTIDAD Y/O COMUNIDAD TRANSNACIONAL?

Hablar de “comunidades” o redes sociales” en el caso colombiano es bastante complicado, más aun, cuestionable, ya que la desconfianza generalizada es una barrera en su conformación. En este sentido, algunos investigadores prefieren ha- blar más bien de “red de contactos personales”, “red restringida de amigos” o subcomunidades” (Estrada, 2010: 197-200).

En cuanto a lo que atañe a la desconfianza Pécaut (2003: 152) nos da una buena pista cuando habla de que ni la desconfianza ni el “amoralismo” son datos “cultu- rales”, ni mucho menos “naturales”. La práctica colombiana del rebusque o del free rider no serían en absoluto “rasgos del carácter nacional”, sino efectos de las crisis institucionales y constituirían formas de adecuación racional a circunstancias en las cuales no tendría lugar la cooperación ni habría certeza sobre la estabilidad de acuerdos, transacciones. Adicionalmente, los estados de guerra prolongados (Uribe, 1998: 11-37; Uribe, 1999: 23-47) incrementarían esa situación, en vista de que los agentes de la violencia pretenderían confiscar todos los poderes. Por tanto, civilidad y convivencia serían asuntos de las instituciones, para estar en sintonía con Norbert Elias (Estrada, op. cit.).

Estudios sobre migrantes colombianos revelan la dificultad de considerarlos como comunidad “transnacional”:

 

Este referente tiene un significado muy diferente entre los colombianos, porque la mayoría provienen de los grandes centros urbanos donde la anomia y el aislamiento social no son infrecuentes. En suma, entre los colombianos no hemos encontrado tam- poco un sentido definido de Gemeinschaft, o de lo que Durkheim (1964 [1933], pp. 79-80) llama una “conciencia común”, es decir, un “conjunto de creencias y sentimien- tos comunes a los ciudadanos comunes de la misma sociedad... independiente de las condiciones particulares en las que se colocan los individuos”'. Este ha sido identificado como el principio de que sostiene la idea de “comunidades transnacionales” (véase Goldring, 1998 apud Guarnizo et al., 1999b, op. cit.: 391).

 

Desconfianza generalizada, solidaridad fragmentada, estigmatización del co- lombiano como narcotraficante, cultura política no intervencionista, filiaciones po- líticas pluralistas, son mencionadas como causas de dicha imposibilidad (Guarnizo y Díaz, 1999a, Guarnizo et. al., 1999b: 384).

 

En Nueva York y Los Ángeles, los colombianos han sido seriamente estigmatizados, y esta experiencia ha transformado dramáticamente la estructura y la dinámica social del grupo. El resultado ha sido el aumento de los niveles de fragmentación social y la desconfianza generalizada (Guarnizo et al., 1999b: 373).


 

Otras investigaciones apuntan que esa desconfianza, ya desarrollada en el país de origen, se mantiene al llegar, por ejemplo, a Nueva York, pues continúan siendo vistos bajo el “estigma negativo” del “colombiano” vinculado a la droga, la violencia y condición de “ilegalidad”. La desconfianza, por tanto, trae como con- secuencia la construcción de redes menores y puntuales, sin embargo, ella permi- tiría:

 

Pasar de redes de contactos personales a contactos más distantes, abrir nuevos puentes y, por consiguiente, crear cierta forma de democratización de las redes no sólo entre migrantes colombianos, sino también entre colombianos y otras personas con las cua- les comparten lugares de vida y trabajo (Magnan, 2008).

 

En lo referente a los exiliados colombianos en Canadá, Arsenault (2006) revela también que las relaciones que ellos establecen son muy selectivas, escogidas cui- dadosamente; son pocas y generalmente orientadas a la convivencia amigable y sin la finalidad de desarrollar concretamente actividades relacionas con Colombia. Al mismo tiempo en que se crea una “red” restringida de amigos de confianza, los colombianos optan por aislarse de sus coterráneos. Otros que se juntan alrededor de algún proyecto o acción relacionada con Colombia no llegan a constituir “co- munidades”, sino “subcomunidades” muy disimiles e incompatibles entre sí, tanto en sus acciones como en sus perspectivas.

 

Las fuertes tensiones y discrepancias que existen entre las personas que llegan a Quebec complican o hasta imposibilitan la formación de una comunidad colombiana en Quebec que presente cierta unidad, conciencia, creencias y sentido con a la mayoría (Guarnizo et. al. 1999b). Las características del conflicto interno que vive Colombia —pensando par- ticularmente en las represalias que afectan frecuentemente a los parientes de las víctimas iniciales de la persecución en el caso de haber escapado a ella y la existencia mencionada por muchos informantes de antenas de los diferentes grupos o actores beligerantes radi- cados en el extranjero— frenan también la posibilidad de establecer contactos de confianza entre la población de origen colombiano (Arsenault, op. cit.: 359-360).

 

La desconfianza de los colombianos, además de ser multifacética proviene de larga data:

 

La ausencia de los derechos y la fragilidad simbólica nacional no son ajenas al hecho de que muchos colombianos manifiesten la mayor desconfianza en relación al Estado. Este sentimiento se encuentra casi en todas partes de América Latina durante el siglo XX, porque el Estado parece tener una mera existencia abstracta con relación a los pueblos y las provincias y porque los fundamentos de su legitimidad son inciertos. No obstante, en el caso colombiano, esta desconfianza se ha prolongado. La complejidad del territorio, la diversidad de la red urbana, no son los únicos factores en causa; en


 

muchos aspectos, el fraccionamiento del régimen político lleva aún las marcas del siglo XX, debido a la permanencia de los partidos tradicionales, al encuadramiento de la po- blación en diversas redes de poder, al peso preponderante de las zonas rurales en la vida política, a la precariedad de todas las formas de ciudadanía, a la recurrencia a los pactos circunstanciales con el fin de garantizar el funcionamiento institucional. Una gran parte de las élites comparte con las clases populares este sentimiento de desconfianza en rela- ción al Estado (Pécaut, 2003: 100).

 

Sin embargo, las redes de poder: ejército, guerrillas, paramilitares, etc., han catali- zado esa desconfianza que se extiende más allá de las fronteras nacionales y alcanza los niveles moleculares, infrapersonales, íntimos. Por consiguiente, en el marco del conflicto no se debería hablar de guerra civil, pues la mayoría de la población no se identifica con uno u otro protagonista, más bien la sociedad ha sido tomada como rehén”:

 

La territorialización es el objetivo, la ambición de los protagonistas armados. La deste- rritorialización es, al contrario, la suerte de una gran parte de la población. El espacio local pierde su materialidad. Ya sólo está definido por la convergencia de las diversas e invisibles líneas que marcan la influencia de los poderes armados. Las relaciones sociales se disuelven, pues la desconfianza se instaura aun entre los más cercanos, ya que es po- sible tener algún pariente en una de esas organizaciones. Ya no se trata de que exista una ley del silencio”: es que, en general, nadie se atreve a hablar. El lugar donde eso ocurre se transforma en un “no lugar”. Los desplazamientos masivos son apenas la ma- nifestación concreta de esta situación […] La guerra prosigue, pero no es una guerra civil, es una guerra contra la sociedad (Pécaut, op. cit.: 443-444).

 

Habría que añadir que los procesos asociativos de los inmigrantes y exiliados co- lombianos revelan que ellos estarían más preocupados con encontrar un espacio indi- vidual más que colectivo, la razón de ello: “Tal vez sea por la misma historia de Colombia, en donde asociarse es muy peligroso” (Cruz et al., 2008: 214). No apenas asociarse es peligroso, sino hablar o escuchar puede implicar cierta peligrosidad, tal como se evidencia en una investigación sobre refugiados colombianos en Sao Paulo:

 

En las entrevistas, fue evidente que desconfiar es lo natural. Desconfían de los cote- rráneos que llegan después de ellos. Desconfían en las esquinas, en los restaurantes. Desconfían de mí y me pareció normal. Yo desconfié de ellos y me impacté. No fue la desconfianza el sentimiento que dio forma a nuestros encuentros, sino que de alguna manera los afectó y no puedo hacer de cuenta que eso no existió, no logro no dejar de estar atónita, no detenerme en ello. Me pregunto si es una actitud colombiana conse- cuente del conflicto armado y derivado de las tragedias individuales o de la forma que nos inscribe en un mundo que se globaliza sin parar, que se horroriza con las diferencias y las niega en medio de un silencio que oculta el miedo vestido, disfrazado, de descon- fianza (Barreneche, 2007: 175).


 

CONCLUSIONES

Las actuales migraciones de colombianos se diferencian de las anteriores en tres aspectos principalmente. En primer lugar, desde el punto de vista de los flujos migratorios pro- piamente dichos, pues ellos se caracterizan por ser masivos, continuos, heterogéneos (re- gional y socialmente) y dirigidos a múltiples destinos. En segundo, desde el punto de vista de la redefinición Estado-nación colombiano como transnacional, cuya finalidad es la reincorporación de su diáspora”. Súmanse a lo anterior las actuales políticas migrato- rias de los países receptores de inmigrantes, como es el caso de los Estados Unidos, la Unión Europea y Brasil que ven al inmigrante, al refugiado potencial, como una ame- naza y privilegian la Seguridad Nacional. Finalmente, desde el punto de vista conceptual y explicativo, es decir, los flujos migratorios se abordan cada vez más bajo la óptica del transnacionalismo en oposición a los marcos teóricos tradicionales.

En cuanto a las prácticas transnacionales de los colombianos, se evidencia la necesi- dad de disponer de mayor información, más estudios de caso, que nos permitan susten- tar hipótesis como la de que Colombia constituiría una formación social transnacional y, por otro lado, la de una conformación de una comunidad transnacional. Con relación al primer aspecto se debe resaltar la dificultad histórica del país en la construcción y con- solidación de un proyecto nacional, haciendo evidente tanto la disputa de la soberanía como la ausencia de la retención del monopolio de la violencia (Weber, 1967) por parte de Estado colombiano. Ello indudablemente ha sido un obstáculo para la realización de dicho proyecto, tal como varios analistas políticos lo han señalado (Uribe, 1998, 1999). A que, si Colombia no ha logrado aún consolidarse como Estado nacional, ¿cómo sería posible hacerlo como formación social transnacional?

En lo que respecta al tema de la identidad y de la conformación de una comunidad transnacional, se han aportado algunos elementos a partir del caso de los migrantes y refugiados colombianos, en especial los residentes en Brasil que corroboran la dificultad de tal aseveración. Es importante reconocer que el tema da identidad es bastante pro- blemático, en lo referente a Colombia, particularmente si se consideran los estados de guerra prolongados (Uribe, 1998, 1999) y, en consecuencia, el inacabado proyecto de construcción de una comunidad imaginada (Anderson, 2005) en este caso escindida (Uribe, 1998).

En suma, el transnacionalismo nos brinda un enfoque novedoso, a pesar de no ser un fenómeno nuevo. Si bien no todos los inmigrantes son transnacionales, como tam- poco el transnacionalismo es el modo de adaptación predominante entre los inmigran- tes actuales, aunque sus prácticas impliquen consecuencias macrosociales. Por ello, además de los valiosos estudios etnográficos de caso, son necesarios aún análisis compa- rativos y cuantitativos adicionales (Portes, 2005) que permitan en un futuro ojalá cercano, confirmar o desvirtuar las hipótesis antes mencionadas.


 

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Antropología Americana                                                Vol. 4 Núm. 7 ( 2019) , pp. 81-99

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100                                                 RAFAEL IGNACIO ESTRADA MEJÍA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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