Scheurmann, Erich (comp.)
Los papalagi. Discursos de Tuiavii de Tiavea,
RBA Libros, Barcelona, 2019, 79 pp.,
ISBN: 978-84-7871-424-7

 

 

A noventa años de haberse publicado por primera vez, RBA Libros reimprime la edición de 2005 de Los papalagi. Discursos de Tuiavii de Tiavea reunidos por Erich Sheurmann,[1] ilustrada por el neerlandés Joost Swarte (incluye la reproducción de su historieta Anton Makassar in Western Samoa)[2] y complementada con una bibliografía básica para comprender la vida antes y después de la llegada de los europeos a Oceanía (la cual no deja de lado a autores clásicos de la antropología como B. Malinowski o M. Mead, o de la literatura, como R. L. Stevenson, quienes representan en sus obras al territorio referido).

     Después de una larga estancia de trabajo de campo en Samoa Occidental, y de su cercana amistad con Tuiavii, jefe de Tiavea,[3] Erich Scheurmann transcribe al alemán once discursos que el líder pretendía enunciar ante el pueblo polinesio tras su visita a Europa, como advertencia de los peligros de la felicidad y el bienestar augurados por el progreso ético, tecnológico y político al estilo occidental, y por el cristianismo y su doble moral. Sin el consentimiento del dignatario, Scheurmann publicó tales discursos en holandés en 1929, en su editorial De Voortgang, siete años después de que Malinowski escribiera Los argonautas del Pacífico occidental (1922), y con ello revolucionara la teoría antropológica y los métodos y técnicas de investigación en campo. De acuerdo con Scheurmann, los discursos del jefe samoano estaban dirigidos al pueblo polinesio y no a los lectores occidentales, pero los divulga con la intención de dar a conocer cómo se percibe al europeo desde la visión de alguien “más simple”, más cercano a la Naturaleza que a la civilización y a la ciencia, con la intención de conducir al lector a la reflexión y la autocrítica.

     La presente edición al castellano de Los papalagi se basa en la traducción en lengua inglesa de Martin Beuner, del original en holandés de 1929, pues conforme a los editores no se ha podido encontrar la primera versión de las transcripciones en alemán. En la introducción al libro, Scheurmann escribe acerca de la dificultad para traducir un idioma “primitivo” a uno “moderno” sin que el resultado parezca “disparatado”, “absurdo”, “infantil” o “estúpido”, dando cuenta con ello no sólo de la dificultad de interpretación entre lenguas sino del etnocentrismo europeo característico de un momento histórico en el cual Samoa aún era un territorio en disputa entre los imperialismos británico, estadounidense y alemán, desde mediados del siglo xix.

     Si Los argonautas del Pacífico occidental es referente clave para lo que más tarde Clifford Geertz (2001) llamaría descripción densa en la etnografía, Los papalagi es quizás el texto fundador de la antropología nacida para cuestionar al mismo sistema que la engendró, ya que en esta ocasión es el comúnmente otro quien interpreta al comúnmente observador. Los papalagi resulta en un ejercicio émic y étic (Pike, 1967), pues al mismo tiempo que Tuiavii describe las prácticas de los europeos desde el punto de vista del observado, también las aborda desde un análisis ético, hermenéutico y analógico. El jefe samoano es presentado por Scheurmann como “el despreciador de los europeos”, un hombre grande y fuerte, de buen corazón y voz delicada, el cual resaltaba de los demás nativos porque no vivía como un niño, “sin interrogarse siquiera sobre sí mismo o sobre su entorno”, dado que los samoanos, en general, eran considerados por los europeos como seres primitivos e inconscientes.

     Tuiavii no intenta ser objetivo y describe e interpreta el mundo de los papalagi con extrañeza, asombro y cierto desprecio, a partir de comparaciones con los elementos de su espacialidad, referenciales en su vida cotidiana: ríos, piedras, grietas, montañas, ramas, cuerdas, árboles, bosques, humo, cenizas, volcanes, pieles, reptiles. El autor de los discursos reconoce a los papalagi como salvadores autoproclamados de los samoanos, como aquellos quienes se creen destinados a desarrollar o modernizar a los pueblos polinesios. Es imposible no recordar el Libro de Chilam Balam de Chumayel (2013), una importante colección de textos mayas anticolonialistas, históricos, míticos y de rebeldía: pareciera necesario que, para que la flor europea florezca la flor samoana debe marchitarse. Con una “actitud muy antieuropea e irreverente”, según el recopilador alemán, Tuiavii logra una “aproximación muy infantil a la realidad” occidental, y expone las costumbres que, para el originario de Tiavea, resultan un gran error o, más bien, un complejo de defectos morales.

     El samoano refiere al movimiento constante y acelerado de la época, a los avances tecnológicos en el campo de las comunicaciones, como el teléfono; al ruido callejero ensordecedor, y al consumismo frenético en las ciudades, que para los papalagi es símbolo de la concreción civilizatoria y su “dudosa felicidad”. Habla de la imponente Modernidad frente a la impotencia de la Naturaleza; de asentamientos humanos altamente concentrados; de un hacinamiento poblacional urbano en una especie de encierro privado, aún en la multitud y la cercanía física, el cual deriva en un aislamiento espiritual entre las personas y en un total alejamiento de la Naturaleza al interior de un entorno polucionado y competitivo. Sin embargo, tiene una apreciación distinta de los papalagi rurales, indiferentes ante los ojos de los urbanos, y a quienes Tuiavii describe como personas más saludables y de mejor carácter, similares a los samoanos.

     Llama en especial la atención de Tuiavii la medición del tiempo, considerada por él como una enfermedad que produce infelicidad al buscar ejercer control sobre todas las actividades del hombre blanco. Dice que calcular, incluso, hasta cuándo vivirá uno, entristece a las personas pues la medición del tiempo implica la aceleración de la existencia, lo cual impide su disfrute. La vida europea es descrita como una vida sin respiros, cuando en realidad “hay más tiempo entre el amanecer y el ocaso del que un hombre ordinario puede gastar”. Ante los ojos del observador antes observado, el tiempo de los papalagi parece líquido; se esfuma si no es productivo. No ve entre los hombres blancos el consumo improductivo, el goce, el placer del tiempo libre, ya que los europeos viven inmersos en el individualismo; en el egoísmo construido en torno a la acumulación de cosas, a la ilusión de propiedad, cual derecho divino, en específico el dominio violento sobre los componentes de la Naturaleza vueltos recursos explotables.

     Tuiavii cuestiona el amplio desarrollo tecnológico frente al limitado o nulo desarrollo moral en Europa, y cómo el poder de la máquina supera la fuerza natural del ser humano. En cuanto a los avances tecnológicos le asombra el cine mudo, esa industria de fabricación de deseos, placeres y crueldades “que muestran al papalagi su propia alegría y tristeza, su necesidad y debilidad” desde la nula interacción con lo que observa, alimentando el amor por sí mismo y creyendo que son mejores las ilusiones proyectadas en la pantalla que la realidad misma, por lo cual la vida europea parece una pseudovida construida a partir de pseudoimágenes que hacen olvidar al papalagi lo real y desear lo irreal. Otro alimento del ego son los periódicos, o “papeles”, como los nombra Tuiavii. Los europeos usan los papeles para llenar su cabeza de información, sea útil o no, pues quieren saberlo todo. Todos saben lo mismo sin necesidad de estar en el lugar en el que ocurren los hechos o de conocerlos de primera mano, lo cual reduce sus canales de comunicación ya que entre ellos no hay nada nuevo que contarse. Según Tuiavii, el mayor daño de este fenómeno ocurre debido al ruido producido por el exceso de información y a las opiniones de los que creen saber, las cuales son puntos de vista modelados por los papeles, que buscan homogenizar las diversas formas de pensar en un pensamiento único. Así, el conocimiento parece una práctica exclusiva de los papalagi: “un hábito, una necesidad y una carencia”.

     De acuerdo con el polinesio, entre los hombres blancos hay una dislocación de su cabeza respecto al resto de su ser. Sólo piensan con la cabeza, por lo cual la Razón se desconecta de las emociones, el espíritu y el cuerpo. Sus pensamientos no le permiten percibir la belleza del mundo y, según él, no comportarse de esta forma demuestra estupidez entre los papalagi. Los europeos realizan investigaciones científicas: todo lo separan entre sus partes y cada parte es dividida en sí misma para poder pensar exhaustivamente sobre cada una de ellas, lo cual, para el jefe samoano, es una perversión del pensamiento; es como “tratar de ver con los ojos cerrados”. Hace referencia a la especialización y la hiperespecialización, al “saber-sólo-una-cosa”, y a lo limitada que resulta esta costumbre europea, dado que encasilla a las personas en una actividad a la cual se dedican el resto de su vida: “la felicidad ha abandonado sus músculos, porque están condenados a muerte por su trabajo”. Para los papalagi, educarse significa llenar la cabeza de pensamientos que terminan por marchitar los cuerpos de las personas, mientras que la evangelización implica la destrucción de las creencias samoanas y la imposición de formas de vida ajenas a su cultura. Aunque los papalagi aseguran ser cercanos a dios y el conocimiento, Tuiavii asegura que ello sólo es verdad en el discurso, pues en la práctica viven alejados de él y de la luz.

     El jefe samoano plantea una serie de cuestionamientos a los principios éticos y a la doble moral de los europeos, por ejemplo, en torno al cuerpo humano, a la vergüenza, a la artificialidad y la incapacidad del disfrute del otro y de uno mismo, y por tanto a la necesidad de cubrir la carne y no exponerla. Para el dignatario polinesio, los europeos son “gente enferma y perdida que se ha alejado de la mano de dios”, ya que viven una vida llena de pecados y horrores: también fetichizan el dinero, aquello que Tuiavii nombra “el papel tosco y el metal redondo”. Sienten amor por él y practican la crematística, el arte de hacer dinero a costa de lo que sea: el sacrificio, la deshumanización y la mercantilización de la vida, lo cual llega a ser ridículo, un sinsentido para el samoano, pues mientras que para los papalagi la vida gira en torno a la acumulación de valores de cambio, para los de Tiavea la posibilidad ontológica no deviene de la tenencia de cosas sino de la propia cualidad humana, biocéntrica.

     Los hombres blancos, llenos de envidia, ambición y poco esfuerzo, de acuerdo con el polinesio, viven para trabajar; sólo así pueden tener y, por ende, ser. La ostentosidad no es bien vista entre los samoanos, por lo cual Tuiavii agradece que en su sociedad existan normas “que no permitan a uno tener mucho más que a otro, o a alguien tener mucho y al otro no tener nada en absoluto”. Tuiavii expone con destreza una valoración ética y económica de las “cosas”, según la moral europea: distingue las cosas naturales y las producidas (valores de uso y valores de cambio respectivamente, aunque no se refiera a ellas de tal forma); estas últimas (planificadas para volverse pronto obsoletas y así garantizar un ciclo infinito de necesidad-producción-consumo), están ausentes en Samoa y, según los papalagi, los samoanos las necesitan para ser felices. De acuerdo con los hombres blancos, “tendríamos que usar la fuerza de nuestras manos para hacer cosas, cosas para nosotros mismos, pero principalmente cosas para los papalagi. Debemos estar también cansados, encorvados y grises. (…) Por eso creedme cuando os cuento que hay gente en Europa que presionan un palo de fuego frente a sus frentes y se matan, porque prefieren no vivir a vivir sin cosas”, dice Tuiavii.

     Sin llamarle como tal, el originario de Tiavea sugiere el desarrollo de las fuerzas productivas como sustento de la globalización, entendida ésta como el aumento de la rapidez en las comunicaciones, la reducción simbólica de las distancias, el incremento de la conectividad humana. El mandatario plantea la división del trabajo y su relación con la división de la sociedad en clases sociales (las cuales surgen a partir de la diferenciación por género en la división del trabajo, de la propiedad privada sobre los medios de producción, del delirio de acumulación infinita de capital por medio del despojo del plusvalor a los trabajadores, y de la mercantilización de los componentes de la Naturaleza). Con habilidad y de manera temprana señala no sólo la sobresaliente participación del sector financiero en la economía, sino también la especulación financiera y la improductividad del capital financiero. Tuiavii observa que la desigualdad social y la pobreza encuentran su origen en el desarrollo de las fuerzas productivas y, sin decirlo con las mismas palabras, remarca la falta de contradicciones internas necesarias para hacer posible la lucha de clases entre los papalagi. Asimismo, describe al Estado como el sumo protector de la propiedad privada, el cual se apoya en el Derecho para cumplir su objetivo. No es ninguna sorpresa que todo esto extrañe a Tuiavii, una persona acostumbrada a la propiedad comunal (“en nuestro idioma lau significa mío, pero también significa tuyo”), al trabajo colectivo y la ayuda mutua.

     Los papalagi. Discursos de Tuiavii de Tiavea, conjunto de textos breves que los editores de RBA Libros presentan como “el primer documento antiglobalización de la historia de la humanidad, o cómo no dejarse convencer por las falsas comodidades del mundo occidental”, es un trabajo crítico y actual, tanto ayer como hoy, y provee al lector especializado y no de un ejercicio muy entretenido y poco visto en el ámbito de los métodos y técnicas del trabajo de campo, el cual es importante rescatar desde el quehacer de cualquier ciencia social: la visión de quien suele ser el otro (no blanco, no europeo, no cristiano) sobre quien acostumbra ser el observador. En un contexto, aún, de imperialismos y colonialidades, de neoliberalismo, extractivismo y megaproyectos de desarrollo en territorios indígenas, de crisis civilizatoria en pocas palabras, el mensaje anticolonial y anticapitalista de Tuiavii, además de necesario es claro y contundente: “no podemos ni queremos ser cegados por los papalagi; de otro modo nos arrastrarán a su oscuridad”.

Emilio Nudelman Cruz

Programa de Posgrado en Estudios
Latinoamericanos, unam

Bibliografía

Geertz, C.

     (2001[1973]) La interpretación de las culturas, España, Gedisa.

Hoíl, J.J. (comp.)

     (2013[1782]) Libro de Chilam Balam de Chumayel, México, UNAM.

Malinowski, B.

     (2000[1922]) Los argonautas del Pacífico occidental, España, Península.

Pike, K.L.

     (1967) Language in Relation to a Unified Theory of Structure of Human Behavior, Holanda, Mouton.

Scheurmann, E. (comp.)

     (2019[1929]) Los papalagi. Discursos de Tuiavii de Tiavea, España, RBA Libros.

Tent, J. y  Geraghty, P.

     (2001) Exploding Sky or Exploded Myth? The Origin of Papālagi. The Journal of the Polynesian Society, vol. 110, núm. 2, pp. 171-214.



[1] Papalagi, en este texto, significa quebrantador de los cielos, lo cual puede interpretarse como “hombre blanco, extranjero”, así como chabochi o dzul significan lo mismo para rarámuris y mayas, respectivamente. Este significado etimológico, reconocido por Scheurmann, fue construido por el misionero John Stair, quien estuvo en Samoa entre 1838 y 1845, y se basa en la interpretación de la cosmología polinesia por parte de la London Missionary Society: según los europeos, los hombres blancos que iban a Samoa eran vistos por los nativos como seres supernaturales llegados del cielo, lo cual presupone una supuesta superioridad por parte del europeo. Sin embargo, actualmente se piensa que la palabra papalagi no es de origen polinesio, sino un término previamente usado por los europeos en Tonga (al suroeste de Samoa y al sureste de Fiji) desde mediados del siglo xviii (Tent y Gareghty, 2001).

[2] En esta ocasión, el personaje creado por Joost Swarte, Anton Makassar, cuestiona los valores, los privilegios y las comodidades europeas, y decide optar por la supuesta simplicidad y, por ende, felicidad de la vida primitiva samoana. Al verse afectado de manera negativa por su entorno, se convence de la superioridad de la vida al estilo europeo y vuelve a sus comodidades de manera casi instantánea.

[3] El poblado de Tiavea se encuentra en la bahía Fagaloa, dentro de la actual Zona de Conservación Uafato, en el distrito Va´a-o-Fonoti, al oriente de la Isla Upolu.