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El pensar quiroguiano en la obra de Silvio Zavala

Alberto Enríquez Perea *
UNAM, México

Revista de Historia de América

Instituto Panamericano de Geografía e Historia, México

ISSN: 0034-8325

Periodicidad: Semestral

núm. 155, 2018

revhistoamerica@ipgh.org

Recepción: 02 Mayo 2018

Aprobación: 03 Agosto 2018



Resumen: Vasco de Quiroga llegó al Nuevo Mundo y su vida y obra cambiaron. Hombre de estudio, los libros le permitieron seguir pensando sobre una realidad que no veía en la Europa católica: la humildad y sencillez de los indígenas. Éstas y otras características de la vida y la obra de don Vasco las entendió Silvio Zavala desde muy temprana edad, y siempre que tenía oportunidad daba a conocer sus hallazgos, las influencias que tuvo el obispo michoacano, su acción pastoral, poner en práctica sus ideas, su testimonio de vida. En la obra de Zavala, don Vasco es ejemplo de humanismo. El pensamiento de Quiroga debe estudiarse por la defensa que hizo de los indios contra la crueldad del conquistador y porque aquí estructuró los elementos de la Iglesia primitiva que tanto deseaba y añoraba y que se había perdido en la Europa católica.

Palabras clave: Utopismo, influencias, Iglesia, hospitales, crueldad, sencillez.

Abstract: Vasco de Quiroga arrived to the New World and his life and his work changed. A man of study, books allowed him continue thinking about a reality that he didn’t see at all in the Catholic Europe: humbleness and simplicity of the indigenous people. These and other characteristics of life and work of don Vasco were understood by Silvio Zavala from an early age. And at any time that he had the opportunity he made to know his findings, the influences of the Bishop of Michoacan had, his pastoral deed, putting in to practice his ideas, his life testimony. In Zavala’s work, don Vasco, it’s an example of humanism. Quiroga’s thought has to be studied on the defense he made of the Indians against the cruelty from the conqueror and because he structured the elements of the primitive Church that he desired and long for that had been lost in the European Catholic.

Keywords: Utopism, influences, church, hospitals, cruelty, simplicity.

El pensar quiroguiano en la obra de Silvio Zavala

Introducción

Silvio Zavala nunca dejó un tema que, desde su juventud hasta los últimos días de su centenaria vida, siempre le interesó: el pensamiento de Vasco de Quiroga. La enjundia con que inició esa investigación en 1937, con la aparición de La “Utopía” de Tomás Moro en la Nueva España, la continuó en 1941 con la publicación del Ideario de Vasco de Quiroga y la mantuvo por muchos años. No se desvaneció a pesar de que otros trabajos le ocuparon mucha más atención y obtuvo cosecha abundante de sus exhaustivas investigaciones, como fueron las Fuentes para la historia del trabajo en Nueva España (1575-1805), seis tomos que aparecieron entre 1939-1946 o El servicio personal de los indios en la Nueva España; el primer tomo apareció en 1984, y el último, es decir, el séptimo, en 1989.

A partir de esas dos obras fundamentales, más las notas que hizo sobre algún hallazgo que se encontraba en un repositorio extranjero, sus “Comentarios” a lo escrito por Alfonso Reyes, Genaro Estrada, Eugenio Ímaz, Lucien Fevre Marcell Bataillon, Fintan B. Warren, entre otros estudiosos del primer ilustre obispo michoacano, así como otros artículos y ensayos, el historiador yucateco formó un tomo con el muy zavaliano título, Recuerdo de Vasco de Quiroga (1965). Y como siempre lo hace un investigador serio y responsable como lo fue Zavala, acumuló información para realizar un grande y voluminoso trabajo de varios cientos de páginas, de varios tomos, como era su costumbre. Empero, proyectos como éste siempre quedan inconclusos entre los grandes maestros. Pero queda el ejemplo en cuanto a la persistencia, la curiosidad, la novedad de sus trabajos que pueden abrir paso a otras vertientes del pensamiento del ilustre obispo, que también de eso se trata en la investigación, abrir caminos.

De esos largos años de meditaciones, más de cincuenta,1 se pueden espigar temas del pensar quiroguiano que tanto le gustaba dar a conocer al historiador mexicano. Los enlistaba, discutía, hilvanaba e iba tomando de aquellos viejos estudios y tomando de lo nuevo descubierto para dar a la estampa una nueva visión de sus estudios que nacieron en 1937.

Tres temas pueden desprenderse de los trabajos de Silvio Zavala. El primero: el historiador yucateco explicó que don Vasco, al llegar a estas tierras que con razón se les llamó Nuevo Mundo, cambió su visión intelectual y le dio la oportunidad de hacer una defensa del cristianismo primitivo; el segundo, y aquí un aporte fundamental de quien fundó el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, el utopismo, la influencia de Moro y otros autores en la obra del primer obispo que tuvo Michoacán; y la tercera, el estudioso quiroguiano hizo énfasis de cómo el primer obispo michoacano dio testimonio cristiano de su conducta, prueba de su fe cristiana y su amor a los indios.

Estos temas que entresacamos de los textos de Silvio Zavala son evidencias de sus reflexiones y testimonios, de sus estudios en las fuentes bibliográficas que tenía a su disposición. Así pues, en el pensamiento del obispo michoacano estaba esta cara idea: que el Nuevo Mundo daba una iglesia —y los indios ofrecían sus virtudes para ello— que volvía a sus orígenes, a la iglesia primitiva, cercana a los Evangelios. Es decir, que se podía crear un orden nuevo cristiano.

¿Los textos de Zavala nos ayudan comprender y entender al obispo michoacano? ¿Logró sus objetivos Quiroga? ¿Son suficientes los trabajos de Zavala para comprender y entender al ilustre obispo michoacano? Es importante partir y examinar a Quiroga a través de Zavala porque ofrece una visión fresca y audaz y que, como una plataforma, nos permite acercarnos y estudiar a una figura fundamental de la historia mexicana. Las fuentes que usó Zavala fueron las necesarias y se pueden completar o complementar con alguna otra. Sigo su método de exposición, contraste y análisis de las fuentes y autores, así como los métodos de los padres fundadores de la historia, Heródoto y Tucídides.

En defensa del cristianismo primitivo

A Silvio Zavala le gustaba referirse a don Vasco de Quiroga a partir de su arribo a estas tierras arcanas hacia finales de 1530 y principios de 1531. Presagios había en su vida y en su obra, pues se terminaba una forma de pensar, de entender y de mirar el mundo que hasta esa hora le era conocido.2 Al presente tenía a la vista cosas que maravillaron a los conquistadores, quienes no las arrasaron para construir sus moradas. Quiroga, recuerda Zavala, era hombre de estudios y de gran sensibilidad, y poco a poco fue entendiendo este Nuevo Mundo y preparando el suyo porque quería por lo menos rememorar los primeros tiempos de la iglesia, con humildad y sencillez.

Así pues, dice el historiador yucateco, la posición apostólica de don Vasco al poco tiempo de llegar a estos lares, cuando andaba en la sexta década de su vida, fue condenar la “codicia” del conquistador, defender el “amor cristiano al prójimo” y mirar al “aborigen con ojos de esperanza para crear un modelo excelente de humanidad”.3 Por ello y para ello, lo mejor que se debería de hacer en estas tierras era atraerse a los indios pacíficamente, tal como lo enseñaban los evangelios. Los conquistadores deberían “ir a los indios ‘como vino Christo a nosotros, haciéndonos bienes y no males, piedades y no crueldades, predicándoles, sanándoles y curando a los enfermos y en fin las otras obras de misericordia y de la bondad y piedad cristiana, de manera que ellos en nosotros las viesen, consolando al triste, socorriendo al pobre, curando al enfermo y enseñando al que no sabe y animando al que teme’”.4

Esta visión, escribió Zavala, estaba más cerca de Las Casas, “bajo la influencia común de la distinción de Cayetano”. Para demostrar lo que escribía y afirmaba, se valió del célebre trabajo de don Vasco, Información en Derecho del 24 de julio de 1535, en donde decía y lo citaba, que los

indios que no han sido sujetados, ni infestan a los españoles ni resisten a la predicación del Santo Evangelio, sino defiéndense contra las fuerzas, violencias y robos que llevan delante de sí, por muestras y adalides, los españoles de guerra, que dicen que los van a pacificar. Obras de la predicación del Evangelio, no las ven, con las que, sin duda alguna, vendrían mejor al conocimiento de Dios y se allanarían y pacificarían sin otro golpe de espada, ni lanza, ni saeta, ni otros aparatos de guerra que los alborotan y espantan, porque a las ‘obras de paz y amor responderían con paz y buena voluntad y a las fuerzas y violencias de guerra naturalmente han de responder con defensa,porque la defensa es derechonatural y tan bien les compete a ellos como a nosotros’.5

Cita afortunada que hizo Zavala porque puso de manifiesto la cultura jurídica de don Vasco y con ella la defensa que estaba haciendo de los indios y sobre todo, de los cristianos que estaban en estas tierras y que no daban ejemplo del Evangelio. La distinción entre el “infiel pacífico” y “agresor”, señaló Zavala, estaba apoyada en la “doctrina del cardenal Cayetano expuesta en su comentario a la 2ª. 2ae. de Santo Tomás, q. 66, artículo” que lo transcribió y que reiteró que el método de atracción pacífica tendría un mejor resultado y de lo cual estaba seguro que el “Evangelio es y no puede faltar y palabra de Dios es que pueden el cielo y la tierra faltar y ella no y de aquesto hay en estas tierras muchas y muy ciertas experiencias”. Así pues, creía que este método estaba completamente de acuerdo con los Evangelios y con la bula del papa Alejandro VI.6

En la doctrina quiroguiana había un matiz que Zavala quería que quedara asentado. El obispo michoacano no admitía que el “cristiano pueda, en conciencia, dejar al infiel en su estado de perdición espiritual y temporal, sino que” debería “tratar a toda costa de convertirlo y elevarlo”. Además, Quiroga no tenía “un concepto muy favorable de los caciques nativos”, pues le parecían “tiranuelos” que carecían de “formas razonables de gobierno” como tampoco los tenía de los caciques o conquistadores españoles. Así se expresó de estos hombres que no seguían las enseñanzas cristianas. “Los conquistadores o pacificadores [sic] de estas bárbaras naciones [sic], más que a requerir y persuadir” iba a “confundir, enredar y enlazar a los indios como a pájaros en la red, para dar con ellos en las minas y espantarlos y escandalizarlos”. No guardaban las “reales instrucciones sino todo al contrario de cómo se manda. Su intento no es poblar, no la tierra, sino las minas de estos tales, de que les parece que les viene más provecho que no de la población y buena conversión ni conservación de la tierra, de que tienen poco cuidado, porque en esto de este interés lo tienen puesto todo”.7

De ahí que dedujera que la doctrina de Cayetano se debería entender en “infieles políticos que a lo menos” sabían y guardaban la “ley natural”. En consecuencia, dice Zavala, “cuando don Vasco examina la actitud que debe adoptarse si los indios se resisten irracionalmente a la religión y a la comunicación con los españoles” se valió de San Pablo para decir que la “iglesia debe rogar por los bárbaros” (sic),

pero no para destruirlos, sino para humillarlos de su fuerza y bestialidad, y humillados, convertirlos y traerlos al gremio y misterio de ella y al verdadero conocimiento de su criador y de las cosas criadas. Contra estos tales y para este fin y afecto, cuando fuerzas hubiese, por justa, lícita y santam servatis servandis, ternía yo la guerra, o por mejor decir, la pacificación o compulsión de aquestos, non in destructionem sed in edificationem.8

Zavala volvió a citar a Quiroga, para reforzar esa idea:

La pacificación de estos naturales, para los atraer y no espantar, había de ser, a mi ver, no guerra sino caza. En la cual conviene más el cebo de las buenas obras que no inhumanidades ni rigores de guerra ni esclavos della ni de rescate, si quisiéramos una vez cazarlos y después de cazados convertirlos, retenerlos y conservarlos.9

Zavala reconocía que estas posiciones quiroguianas coincidían con la de algunos de sus contemporáneos. Había una, empero, que lo distinguían de los demás y la llamó “bello gesto cristiano”. O sea, la censura que hizo “a la práctica de marcar con el hierro la cara de los indios”. Y Zavala agregó estas palabras que sin la menor duda le dan al pensamiento del obispo michoacano mayor trascendencia cristiana: “El rostro humano, hecho a imagen y semejanza de Dios, según la doctrina bíblica, era convertido en papel para imprimir los sucesivos letreros a hierro de los compradores”.10

Vasco de Quiroga, recordaba Zavala, quedó impresionado del Nuevo Mundo. Sus ojos veían estas tierras con asombro. Su vida cambió y modificó su obra al ver la edad de oro que estaba extinguida en la Europa católica. Allá no había tal edad, sino la edad de hierro. No había comparación entre lo que acontecía en esa Europa y en este Nuevo Mundo que con toda razón se llamó así porque sus “gentes” eran “y cuasi en todo como fue aquel de la edad primera y de oro”.11 Es decir, encontró “simplicidad y humildad de los indígenas”, cosa que ya no se veía en las tierras católicas. Tampoco la bondad ni la obediencia; y reconocía que los habitantes de estas demarcaciones eran “afectos a fiestas y beberes, ocios y desnudez, como las gentes de los tiempos de los reinos de Saturno”. A pesar de esto, menospreciaban lo “superfluo con muy grande y libre libertad de las vidas y de los ánimos; gente, en fin, tan mansa, tan nueva, tan rasa y tan de cera blanda para todo cuanto de ella hacerse quisiera”. No había comparación entre estas tierras y las suyas, de donde venía, que era civilización de hierro. Allá no había simplicidad, sino la “codicia, la ambición, la soberbia, los faustos, vanaglorias, tráfago y congojas de él”. En consecuencia, aquí no se debería trasplantar la “vieja cultura a los pueblos descubiertos, sino a elevar a éstos, desde su simplicidad natural, a las metas ideales del humanismo y del cristianismo primitivo”.12

Este descubrimiento lo llevó a pensar, idear y crear una alternativa porque encontró en los indígenas las características fundamentales de la “primitiva iglesia” ahora olvidadas por sus “fieles” y sobre todo, por sus dignatarios. Aquí en el Nuevo Mundo estaba la salvación de la iglesia y del mundo católico. Quiroga siguió pensando y leyendo las “oportunas lecturas” que “matizaron humanísticamente sus inquietudes y singularizaron su actuación”. Un lustro después de su arribo a tierras mexicanas llegó a la “madurez intelectual completa”, nos asegura Silvio Zavala.13

Utopismo

La Información en derecho (1535), era una obra que, de acuerdo con Herrejón, tiene la intención de “echar por tierra una provisión real que permitía la esclavitud de los indios y recomendar, una vez más, el remedio general del Nuevo Mundo: la creación de cierto tipo de pueblos”.14 Y para Zavala es una obra singular, sobre todo por la influencia de Tomás Moro en el obispo michoacano. Por eso el historiador mexicano señaló que Vasco de Quiroga era cuidadoso con sus fuentes y que las dejaba bien señaladas. Por ejemplo, sigue señalando Zavala, citaba a Luciano, Moro, Platón, San Cirilo. A través de éstas y otras lecturas asimiladas ratificó las diferencias que había entre los indios y los europeos. Aquéllos eran sencillos e ingenuos; éstos, maliciosos, soberbios y ambiciosos. Quiroga tampoco dejaba pasar inadvertidas situaciones que le desagradaban del mundo indígena, como eran sus “costumbres bárbaras” y su rechazo total al “régimen gentil”. Era español y europeo, después de todo; cambiaba, pero lo quedaba la estructura mental e intelectual, a pesar de todo. ¿Cuáles eran pues esas costumbres y ese régimen? Que vivían

derramados como animales por los campos sin buena policía y se crían a esta causa, malos, fieros, bestiales y crueles, perjudiciales, inhumanos e ignorantes e tiranos entre sí mismos… y en culto de muchos y diversos dioses y contra ley natural y en tiranía de sí mismos, como gente bárbara y cruel, y en ignorancia de las cosas y del buen vivir político y sin ley y sin rey como son estos naturales, que demás y allende de su infidelidad eran entre sí mismos crueles, bárbaros, feroces y aun son bárbaras naciones y sus principales [caciques] tiranos contra los menores y maceoales que poco pueden.15

A Quiroga, sigue narrando Zavala, para nada le gustaba ese universo indígena. Le desagradaba porque se alejaba de los anhelos de la antigua iglesia y, sin embargo, imposible que no fuera su referente. Con las dos virtudes que había descubierto en los nativos era posible crear “un mundo perfecto, sencillo y la esperanza de restaurar la perdida virtud de la iglesia”. Y esta contienda sería uno de los “impulsos primordiales de la obra civilizadora española”. Lo llevaría a cabo a través de un “Método simple y eficaz —La Utopía—”, que serviría “para conservar las admiradas cualidades de la sencillez de la vida indígena y para perfeccionarla hasta aquellos límites ideales”. Esto era lo que llamó Silvio Zavala la “fe humanista” del primer obispo michoacano. Y agregaba el historiador mexicano que, “en este vasto proyecto, orienta la civilización del Nuevo Continente e infunde a la empresa un excelente rango moral”.16

No dudo en la “fe humanista” que dice Zavala de Quiroga. Pero no eran los indios ni la “obra civilizadora española” lo que más le interesaba al obispo michoacano. Trabajaba en ello porque encontró aquí esa “cera blanda” que había que trabajar para el renacer la “perdida virtud de la iglesia”. Era la iglesia lo que le importaba al obispo, el resto vendría por añadidura; no hay duda al respecto cuando se repasa este pasaje de la Información en derecho,

Confiemos, pues, en Dios que todo lo puede, y de toda cosa que buena y conforme a su voluntad sea, ama y quiere, y pensamos siquiera que por ventura, permitiéndole Él por sus secretos juicios, en este Nuevo Mundo ya se envía desde lo alto del cielo un nuevo linaje, suplicándole y dándole orden y manera como en gente de tal calidad y propiedad, a quien es más propio, fácil y natural lo bueno y perfecto de nuestra religión cristiana, que no lo imperfecto della, se pudiese reformar y restaurar y legitimar, si posible fuese, la doctrina y vida cristiana, y su sancta simplicidad, mansedumbre, humildad, piedad y caridad de esta renaciente iglesia, en esta edad dorada, entre estos naturales, pues que en la nuestra de hierro lo repugna tanto nuestra y casi natural soberbia, cobdicia, ambición y malicia desenfrenadas, las cuales, a lo menos en éstos, sé de cierto no la resistirán, porque no se halla en ellos ni aun rastros dellas, que no será pequeño fundamento y esperanza para semejante reformación, que se funda sobre aquesto. La cual reformación no deja de estar profetizada que la ha Dios de hacer una sancta Iglesia en estos tiempos de la Iglesia que ya envejece, con renovación de sanctos pastores, y no sabemos dónde ni cuándo ni cómo; pero sé que me parece, si no me engaño, y pienso cierto que no me engaño en esto, que muy fácil se podría hacer en una tierra y gente tal como ésta.17

Además, don Vasco, siempre sintió “amor por la simplicidad y humildad de los indígenas” que evocaban en “su pensamiento la imagen del cristiano primitivo”. Y se imaginaba, asimismo, que los indígenas eran la imagen viva de los apóstoles al verlos “descalzos, de cabellos largos, descubiertas las cabezas”. Esta posición quiroguiana, señala Zavala, era parte de esa “poderosa corriente renacentista” que llevó “a Antonio de Guevara, a escribir Su menosprecio de Corte y alabanza de aldea; a perseguir, en suma, un ideal de vida sencilla y natural opuesta al artificio, tráfago y codicia” que rodeaba a quienes pensaban su “existencia en medio de los afanes del poder y de la riqueza”. Por eso, el obispo michoacano encontró que entre las virtudes del indígena y las del europeo o del español no había comparación. Los indígenas se contentaban “con poco y con lo de hoy” aunque “fuera poco, sin ser solícitos por lo de mañana, y con muy buen menosprecio y olvido de todas las otras cosas tan queridas y deseadas y codiciadas de este nuestro revoltoso mundo cuanto por ellas olvidadas y menospreciadas en este dorado suyo”.18

Quiroga seguía haciendo comparaciones entre los nativos de estas tierras y las de su procedencia, las reiteraba cuantas veces podía porque tenía su propio y peculiar proyecto. En un esfuerzo de síntesis que hizo Zavala señala con precisión las ideas de Quiroga. El historiador mexicano escribió:

Por la diferente naturaleza de indios y europeos, aquéllos sencillos e ingenuos, éstos maliciosos y víctimas de la ambición, afirma ser imposible darles leyes iguales, pues convienen a los indios reglas simples, adaptables a su condición sencilla. Los europeos viven en la edad de hierro; las costumbres de los indios parecen y remedan la edad dorada. No porque carezcan de defectos y costumbres bárbaras, sino porque estos vicios coexisten con virtudes de ingenuidad y bondad que deben conservarse, enseñándoles lo que temporal y espiritualmente les falta, quitándoles lo malo y guardándoles lo bueno, convirtiéndoles todo lo bueno en mejor, y no quitándoles lo bueno que tengan suyo que nosotros deberíamos tener como cristianos, que es mucha humildad y poca codicia.19

Ahora bien, Zavala, en páginas de hondo calado, realizó las comparaciones necesarias entre las Ordenanzas y la Utopía para demostrar la influencia o “principios esenciales” que el obispo michoacano tuvo en cuenta del pensador inglés, que se concretaban en estos aspectos: “organización comunal, familias, campo y ciudad; distribución de los frutos”.20 Pues bien, con respecto a las “familias urbanas”, vivían en el Hospital,

en edificios amplios, donde moran junto abuelos, padres, hijos, nietos y bisnietos; en general, todos los de un linaje, descendientes por la línea masculina, hasta 8, 10 o 12 casados por cada familia. Este término corresponde, por lo tanto, en el proyecto de Quiroga, como en el de Moro, [dice Zavala] a un concepto extenso. Los matrimonios se celebran contando los varones más de 14 años y las hembras 12. Preside la parentela el más antiguo abuelo y debe ser obedecido por toda la familia; las mujeres han de someterse a los maridos, los descendientes a los ascendentes, los menores a los mayores en edad. El jefe de familia responde de los excesos y desconciertos de ellas; impone la disciplina, y su negligencia es corregida por el rector y los regidores del Hospital; incluso puede ser sustituido por otro familiar más hábil, con parecer del rector y los regidores.21

Y en cuanto al “orden político comunal”, asegura Zavala, perseguía Quiroga lo mismo que Platón y Moro, “una finalidad ética”. Sin embargo, el mismísimo historiador encontró diferencias notables. Moro expuso en su Utopía la “filosofía moral que ha de presidir la república. Quiroga, en este punto, se limita a la tradición cristiana. Lo mismo ocurría sobre los problemas religiosos”. Moro era tolerante. Quiroga nunca lo fue, por eso procuraba “desterrar la idolatría y afianzar la religión católica entre los indios”.22 Es decir, jamás pensó en la convivencia de los antiguos dioses que poblaron estas tierras con un dios invisible, inmortal y todopoderoso que venía de otros lares y que nunca se ha dado a conocer.23

Zavala destacó un aspecto más en la obra de Quiroga con respecto al orden jerárquico, es decir, el “principal” asunto, el de la autoridad, y las particularidades que debería tener eran, según el obispo michoacano: “Ser manso, sufrido y no más áspero y riguroso que lo conveniente”. Debería procurar “ser amado más que temido. Nadie procurará los cargos, pero los elegidos pueden ser obligados a desempeñarles. El principal y los regidores tienen la facultad de nombrar por sus fandas y remudas a los que” había “de ir a residir en las estancias o familias rústicas. En general, este ayuntamiento […] mira por el bien común del hospital, estancias, términos y obras comunes de él, conforme a las Ordenanzas y lo demás que le pareciere convenir, no yendo contra ellas, siempre con acuerdo del rector”.24

Además, nos dice Zavala, los “utopienses” no eran “esclavos del trabajo”, tenían jornadas de seis horas. Tres “antes de la comida del medio día y las demás dos horas después de éstaˮ. El reposo lo podían emplear en lo que quisieran, “con tal de no vagar ni embriagarseˮ. Los obreros acudían “en las horas libres ha instruirse, pues la República de Moro es esencialmente cultaˮ. Si alguno demostraba “aptitud y dedicación para la sabiduría” era “absuelto de la obligación del trabajo manualˮ; pero si fracasaba “científicamente” regresaría donde estuvo. Se detallaban, asimismo, “los regocijos, juegos y demás honestos entretenimientos de los ciudadanos”.25

Estas líneas recuerdan a las que Maquiavelo escribió en sus obras políticas, y se podría decir que el escritor y teórico por excelencia del Estado dio una respuesta a los utopistas. Así no se podía fundar ni dirigir un Estado, aunque ciertamente, don Vasco no pensaba en crear un nuevo Estado, sino más bien comunidades, “islas”, muy jerarquizadas. Y González Pedrero se equivoca al señalar “lo que en Moro es obra intelectual: un libro, en Quiroga es lucha por la libertad”. Como si los libros sólo fueran para adornar libreros. Y en cuanto a la libertad, Zavala tiene en su haber estudios de interés sobre este tema, de las limitaciones que hubo en esa época de la libertad de movimiento de los indios y de sus antecedentes y consecuencias.26

Zavala aborda la traducción que Quiroga hizo de Moro del latín al castellano; así, cito ampliamente a Zavala en esta parte relativa, cómo tradujo Quiroga al pensador inglés:

Aunque mayor justificación de lo dicho, y para cumplimiento de lo que por otras tengo expuesto, suplico se vea también el preámbulo y razonamiento que aquí al final de este envío, como lo prometí, donde se alterca a mi ver esta y otras dudas que en esto podría haber por parte, y avisos muchos que de él se pueden tomar para en ello, harto sabia y sutil y aun a mi ver no menos verdaderamente si no me engaño, y por asaz elegante estilo a lo menos en el latín donde yo a la letra lo saqué y traduje para este fin y efecto y porque a todos fuese más familiar y no se les defendiese algún rato como hizo a mí algo, con todo quitado, aunque no de la sustancia e intento de la sentencia para mejor aplicarlo a mi propósito.27

Enumera Zavala lo que aquí encuentra de riqueza. Elegante el “estilo latino” de Moro; difícil, pero “lo defendió algún rato”; la traducción tenía como objetivo hacer “familiar a todos”, por eso, la “aligera (‘con todo quitado’), aunque conserva la sustancia y el intento de la sentencia para mejor aplicarlo a su propósito. Aclaraba ahora el estudioso mexicano que el obispo michoacano se refería a la

parte de la Utopía donde Moro ‘en manera de diálogo’ parece que se propone alegar, fundar y probar por razones las causas porque sentía por muy fácil, útil, probable y necesaria, la tal república entre una gente tal que fuese de la cualidad de aquesta natural de este Nuevo Mundo, que en hecho de verdad es cuasi en todo y por todo como él allí, sin haberlo visto, lo pone, pinta y describe. Ese diálogo comienza en el Libro Primero de la obra, y a él parece referirse don Vasco como objeto de su traducción.28

El cotejo lo siguió haciendo Zavala y llegó a esta conclusión: a Quiroga hay que darle el “título de primer traductor conocido de una parte del texto latino de la Utopía a la lengua castellana, labor que concluye siendo oidor en la ciudad de México en 1535, si bien por desgracia no ha aparecido hasta ahora el documento que el propio don Vasco anunciaba que enviaría al fin de su Información, ni conocemos su extensión”. No dejaba de señalar y mucho menos de referir que, con toda razón y “para los efectos prácticos”, el primer traductor de la obra de Moro fue Antonio de Medinilla y Porres, pero sólo del segundo libro, y “lo imprimió en la ciudad española de Córdoba en 1637, con un juicio sobre Utopía y su autor por D. Francisco de Quevedo y Villegas”.29

Como muy bien lo señaló Zavala, don Vasco era un hombre de “carácter”, lejos estaba de tener una “quimérica idealización”. Pensaba mucho y esto lo obligaba a actuar con rapidez y ejecución de obras que diseñaba. Y así lo hizo. Puso en práctica su pensar, y bajo su cuidado nacieron y crecieron los frutos de su inspiración.

Zavala escribió, muchos lustros después, que el obispo michoacano también tenía otra influencia, la de Erasmo. Y lo explicaba de la siguiente manera:

No porque se ignorara la huella que el eramismo dejó en los albores de la cultura hispanoamericana, la cual había quedado al descubierto desde los memorables trabajos de Marcel Bataillon, José Almoina, José Miranda y otros investigadores. Y aun antes por las conexiones que supo descubrir en México don Joaquín García Icazbalceta al estudiar la personalidad y la obra del primer obispo y arzobispo, don fray Juan de Zumárraga. Pero en el caso de Quiroga faltaba la prueba concreta que al fin ha aparecido.

Esa prueba se le debe al estudioso estadounidense Ross Dealy, cuyo procedimiento es parecido al que hizo el mexicano con Moro, haciendo cotejos. Así pues, señala Zavala que Dealy

Identifica una nota marginal que figura en la Información de 1535, proveniente de la Paraclesis de Erasmo, que en la edición hecha por Dámaso Alonso en Madrid, en 1932, p. 460, aparece traducida así al castellano: ‘Ciertamente con estas tales armas (la filosofía de Christo escrita en los corazones y manifestada por el buen vivir) muy más presto traeríamos a la fe de Jesu Christo a los enemigos del nombre cristiano, que no con amenazas ni con guerras; porque puesto caso que ayuntemos contra ellos todas cuantas fuerzas hay en el mundo, cierto que no hay cosa más poderosa que es la misma verdad por sí’. Si recordamos que en la hipótesis plausible de Bataillon, la Información fue enviada por Quiroga a Bernal Díaz de Luco, viene a punto tener presente que, según el mismo autor, el doctor Bernal, cuenta poderosamente ‘en el corro de los seguidores hispanos del humanista bátavo’, pero dentro de la línea moderada. Asimismo, Quiroga mantenía vínculos intelectuales estrechos con fray Juan de Zumárraga, de cuyo eramismo han quedado pruebas fehacientes.30

Ejemplo de vida cristiana

Silvio Zavala citó el testimonio de Cristóbal de Cabrera, contemporáneo de Quiroga, para darnos la imagen de un obispo que despreciaba las “riquezas” y llevaba una “vida frugal”. Su “única ambición” era de la “convertir infieles por amor a Dios”. Sus libros eran el “único lujo”. Tenía “una riquísima biblioteca” y “cuán necesaria era para su labor de jurista y hombre de iglesia”.31 “En obras buenas y piadosas” empleaba “todo el sobrante del salario” que recibía del “rey como pago por su oficio de oidor, y luego, siendo obispo, cuanto” podía “adquirir por razón de obvenciones y de réditos eclesiásticos”. Los “dos hospitales de Santa Fe” eran como “dos escuelas generales de catecismo. En la ceremonia del bautismo” los indígenas avanzaban “vestidos con albas túnicas” y entonaban “himnos traducidos a su propia lengua, compuestos por el anciano obispo, que guarda la ley y siempre obra la justicia”. Jamás tuvo en sus manos una moneda de oro o plata, no tenía “una vida placentera”. Era como sus indígenas que tanto quería, “trabajador, esforzado y virtuosos”. No probaba el vino, pues era abstemio. No comía, sino lo necesario. Dormía poco y velaba “casi toda la noche, leyendo y escribiendo”.32

Otro testimonio que Zavala citaba era el de fray Juan de Zumárraga, y con ello demostraba una vez más que el obispo no sólo escribía, sino también hacía las cosas y de su peculio. El obispo de México pues, alababa

el amor visceral que este buen hombre les muestra (a los indios), el cual prueba bien con las obras y beneficios que de continuo les hace y con tanto ánimo y perseverancia, que nos hace ventaja a los prelados de acá… siendo oidor, gasta cuanto S.M. le manda dar de salario a no tener un real y vender sus vestidos para proveer a las congregaciones cristianas que tiene en dos hospitales: el uno cabe en esta ciudad (de México) y el otro en Mechuacán, haciéndoles casas repartidas en familias a su costa y comprándoles tierras y ovejas con que se puedan sustentar.33

Era un jurista, nos recuerda Zavala. Sus estudios le servían “para redactar un vigoroso alegato contra la práctica de hacer esclavos a los indios de guerra o a los que se obtienen por rescate. Dice saber que todos los indios son ingenuos o libres porque conocía en la Audiencia de sus causas, asesorado por cuatro jueces mayores de indios, que le decían sus costumbres, y se les aceptaban las buenas y rechazaban las malas. Entre los indios se usó el alquiler a perpetuidad, pero no vendían la persona sino las obras”. Reitera Zavala, Quiroga era “justiciero, y no contemplativo sino de acción”.

Acaso una de las más bellas imágenes de don Vasco es la que nos muestra saliendo al camino para oponerse, caballero en una mula, al poderoso encomendero Juan Infante, que se disponía a tomar posesión de los barrios de la laguna de Pátzcuaro. Don Vasco se ve asistido por algunos españoles y por numerosos indios tarascos y chichimecas, y su oponente lo acusa de que les dio a entender que si lo mataban no les traería daño, porque sería la obra de la comunidad. En otro lugar he escrito [nos indica el historiador mexicano] que este episodio puede compararse con las escenas que hicieron célebres las obras del teatro español, Fuente Ovejuna y El Alcalde de Zalamea. No es de creer que don vasco llegara a admitir, ni menos a aconsejar, el derramamiento de sangre, que afortunadamente no ocurrió. Acaso sólo sea una imputación de su enemigo; pero lo que no deja lugar a duda es la firme decisión del obispo de acudir, rodeado de sus ovejas, a impedir el atropello.34

Otra bella página que escribió Zavala sobre el obispo fue sobre los indios chichimecas que tanto sufrieron en manos de los conquistadores. Y una vez más se comprueba aquello que lo dicho o escrito lo ponía en práctica. La mejor manera de ganarse a los indios no era imponiéndoles la fuerza bruta como lo hacían los españoles. Así lo dejó por escrito Zavala en esa parte de la vida de Quiroga:

Desde 1535 había señalado que de su natura [los chichimecas] no son menos dóciles que los otros indios, y que muchos de ellos, según se le ha informado, piden el bautismo y doctrina y la buena paz, amor y conversación de los españoles; pero éstos los quieren destruir y hacerlos esclavos de guerra. Quiroga, como oidor, secuestró a los que se habían de llevar a la ciudad de México y estaban herrados sin omitir mujeres ni menores de catorce años, ni los niños de teta de tres o cuatro meses, todos con el hierro tan grande que apenas les cabía en los carrillos. Después que llegó a ser obispo de Michoacán, decía don Vasco en 1561, que en su iglesia catedral, de más de veinte años acá, siempre se ha hecho bautismo general de unas gentes bravas y silvestres que se dicen chichimecas, que a él acuden porque se celebra con gran solemnidad, a la manera como se solía hacer en la primitiva iglesia; y así se atraen los unos a los otros sin dificultad. Acusa a los españoles que cautivan a los chichimecas y los echan a las minas. Cuenta Cristóbal de Cabrera, uno de los auxiliares de don Vasco, que un día vio venir lo que parecía un ejército de hombres y mujeres sumamente bárbaros y desnudos. Llegaron ante el obispo y le besaron las manos. Luego un intérprete, en nombre de todos, pronunció una alocución con tanta facundia y claridad, que admirado el obispó se volvió a sus acompañantes y les dijo: ‘¿Habéis visto alguna vez semejantes Cicerones, Fabios y Livios bárbaros?’. El aprecio por el hombre rústico subsiste en presencia de los indígenas más primitivos.35

Quiroga fue, pues, uno de esos varones que con celo evangélico quiso dejar testimonio de su fe, de su humanismo, de su bondad, de las fuentes que se nutría para poner en acción sus ideas. Por eso mismo Zavala, a lo largo de su vida, no dejó de interesarse, estudiar y, cuando sus tareas e investigaciones se lo permitían, escribir sobre el primer obispo de Michoacán, quien siempre creyó que era una de las “grandezas del alma de uno de los más preclaros hombres de letras y de acción de la Nueva España. De su vida íntima religiosa, de sus visiones, de sus santos preferidos, dejemos que se ocupen sus compañeros de iglesia. Ellos sabrán, mejor que nosotros, valorar ese aspecto propiamente espiritual de su personalidad”.36

Conclusión

Zavala nos dejó entre su grandiosa obra un tomo y varios artículos y ensayos sueltos sobre una de las figuras que siempre le interesó desde su juventud: Vasco de Quiroga. Gracias a esos empeños podemos asomarnos al mundo intelectual de Quiroga, a sus preocupaciones como cristiano y a sus cercanías con Moro y Erasmo, hechos que le permitieron llevar a cabo una tarea que en ese tiempo se buscaba y los hombres del Nuevo Mundo propiciaban, una nueva sociedad, aunque en el obispo michoacano era para crear una alternativa diferente a la europea. Es decir, a un nuevo orden cristiano.

Zavala trasmite la simpatía por este obispo de tal manera que contagia e invita a conocerlo. Arrebata su pasión quiroguiana y nos lleva de la mano a esa época, a meternos a su mundo o mejor, a tratar de comprender lo que este Nuevo Mundo estaba prohijando en mentes como las de Quiroga. A esa simpatía había que añadir, por supuesto, la invitación que también nos hace el historiador yucateco, estudiar su obra intelectual y humana porque el obispo no sólo sentía placer por la lectura, sino que, como hombre de acción, de fe, de espíritu cristiano, quería crear, y así lo hizo, y dio normas y conductas que deberían seguir los hombres quiroguianos, y defendió ese mundo hasta sus últimos días. Esta es la razón porque hasta la actualidad los indios michoacanos lo quieren y lo admiran, no hubo hombre como él que los defendiera de las crueldades del conquistador.

Y ese mundo fascinante de Quiroga es semejante al de Zavala, quien también era un gran lector, un gran estudioso, un constructor de instituciones. Gracias a esos estudios quiroguianos podemos asomarnos al mundo que creó el obispo michoacano y que lo inscribe en la línea de oro de los grandes hombres del pensar.

Bibliografía

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———, Ideario de Vasco de Quiroga, México, El Colegio de México, 1941.

———, “El solidario combate de Vasco de Quiroga”, El semanario cultural de Novedades, suplemento cultural de Novedades, año I, vol., I, núm., 21, 12 de septiembre de 1982.

———, “Tomás Moro influyó en sus acciones e ideas. La Utopía de Vasco de Quiroga”, en Excélsior, 5 de mayo de 1987.

———, Recuerdo de Vasco de Quiroga, tercera edición, México, Editorial Porrúa, 1997.

———, “La libertad de movimiento de los indios en la Nueva España”, Silvio Zavala en la Memoria de El Colegio Nacional. I. (1947-1974), compilación y prólogo de Alberto Enríquez Perea, México, El Colegio Nacional, 2009.

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Notas

1. Cincuenta años después de publicar su ensayo sobre la influencia de Moro en Quiroga, Zavala rememoraba esos días: “Yo había publicado en 1937 un ensayo que traía de mis años de estudio en España, el cual mostraba la influencia que la obra de Tomás Moro, la Utopía,ejerció sobre las ideas y las acciones de don Vasco de Quiroga, que en parte tenían como escenario la región michoacana, porque uno de sus hospitales-pueblos de Santa Fe quedó establecido, desde 1533, en el sitio de Atamataho, que vino a llamarse Santa Fe de la Laguna. – Decía don Vasco que a ese pueblo-hospital le había dado Dios tal acrecentamiento de cristiandad que en la verdad no parecía obra de hombres, sino sólo de él, como don Vasco lo creía, pues él solo lo sustentaba al parecer maravillosamente, y aquello pensaba el fundadorque se debía en gran parte a la bondad no creída ni pensada, antes muy desconfiada, de la gente de aquella tierra” (Silvio Zavala, “Tomás Moro influyó en sus acciones e ideas. LaUtopía de Vasco de Quiroga”, en Excélsior, 5 de mayo de 1987).
2. Para acercarse a las lecturas que Quiroga hizo antes de llegar al Nuevo Mundo y sus dudas respecto a venir a estas tierras recién descubiertas, cf., Armando Mauricio Escobar Olmedo, “La catedral perdida de don Vasco”, en https://archivos.juridicas.unam.mx/www/buj/ libreros/9/4336/4.pdf, consultado el 3 de abril de 2018.
3. Zavala, Ideario de Vasco de Quiroga, México, El Colegio de México, 1941, p. 8. No hace mucho tiempo, 2015, se hizo una edición facsimilar de este libro por el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, con una introducción de Gerardo Sánchez Díaz.
4. Zavala, Ideario de Vasco de Quiroga, cit., p. 21.
5. Zavala, Recuerdo de Vasco de Quiroga, tercera edición, México, Editorial Porrúa, 1997, pp. 172 y 173.
6. Ibíd., p. 173.
7. Ibíd., pp. 184 y 185.
8. Ibíd., p. 22.
9. Ibíd., cit., p. 24.
10. Ibíd., pp. 26 y 27.
11. Ibíd., p. 1941, p. 44.
12. Ibíd., pp. 64 y 65.
13. Zavala, La “Utopía de Tomás Moro en la Nueva España y otros estudios, con una introducción de Genaro Estrada, México, Antigua Librería Robredo, de José Porrúa e Hijos, 1937, p. 4.
14. Vasco de Quiroga, Información en derecho, edición, introducción y notas de Carlos Herrejón Peredo, México, SEPCultura1985, p. 9, [Cien de México].
15. Cita Zavala la Información en derecho, en nota de pie de página número 29. Cf., Silvio Zavala, La “Utopía" de Tomás Moro en la Nueva España y otros estudios, cit., p. 22.
16. Zavala, La “Utopía" de Tomás Moro en la Nueva España y otros estudios, cit., p. 6.
17. Vasco de Quiroga, Información en derecho, Biografía e Ideario, Morelia, Gobierno del Estado de Michoacán / Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1992, p. 232. [Ediciones Inaugurales del Centro Cultural Universitario, 1].
18. Zavala, Recuerdo de Vasco de Quiroga, cit., p. 279.
19. Ibíd., p. 279.
20. Zavala, La “Utopía" de Tomás Moro en la Nueva España y otros estudios, cit., p. 7.
21. Ibíd., pp. 8 y 9.
22. Ibíd., cit., p. 12.
23. Cf., una importante reflexión entre el pensamiento de Quiroga, Moro y Maquiavelo, en Enrique González Pedrero, “Don Vasco de Quiroga: obispó de Utopía”, en www.revistadelauniversidad.unam.mx/ojs_revs/files/journals/1/articles/11326/ public/11326-16724-1-PB.pdf, consultado el 20 de abril de 2018.
24. Zavala, La “Utopía de Tomás Moro en la Nueva España” y otros estudios, cit., p. 14.
25. Zavala, La “Utopía de Tomás Moro en la Nueva España” y otros estudios, cit., p. 11.
26. Cf., Silvio Zavala, “La libertad de movimiento de los indios en la Nueva España”, Silvio Zavala en la Memoria de El Colegio Nacional. I (1947-1974), compilación y prólogo de Alberto Enríquez Perea, México, El Colegio Nacional, 2009, pp. 1-48.
27. Zavala, Recuerdo de Vasco de Quiroga, cit., p. 293.
28. Ibíd., pp. 293 y 294.
29. Ibíd., p. 294.
30. Ibíd., p. 290.
31. Con respecto a la biblioteca de Quiroga, véase, José Herrera Peña, “Reseña de Nuestros libros. Encanto de lo antiguo de Juan García Tapia (ed.)”, Tzintzun. Revista de Estudios Históricos, núm. 37, enero-junio, 2003, pp. 264 y 265.
32. Zavala, Recuerdo de Vasco de Quiroga, cit., p. 281.
33. Zavala, “El solidario combate de Vasco de Quiroga”, El Semanario cultural de Novedades, suplemento cultural de Novedades, año I, vol. I, número 21, 12 de septiembre de 1982, p. 1.
34. Zavala, Recuerdo de Vasco de Quiroga, cit., pp. 281 y 282.
35. Zavala, Recuerdo de Vasco de Quiroga, cit., pp. 282 y 283.
36. Zavala, “El solidario combate de Vasco de Quiroga”, El semanario cultural de Novedades, suplemento cultural de Novedades, año I, vol., I, núm. 21, 12 de septiembre de 1982, p. 2.

Notas de autor

* Doctor en América Latina Contemporánea y Doctor en Historia, Centro de Estudios Políticos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, correo electrónico: henriquezperea@yahoo.com.
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