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Revistas y redes intelectuales. Ejercicios de lectura

Alexandra Pita González *
Universidad de Colima, México
Ignacio Barbeito **
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina
María Carla Galfione **
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina
Ezequiel Grisendi **
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina
Diego García **
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina

Revista de Historia de América

Instituto Panamericano de Geografía e Historia, México

ISSN: 0034-8325

Periodicidad: Semestral

núm. 157, 2019

revhistoamerica@ipgh.org



Revistas y redes intelectuales. Ejercicios de lectura

El 13 de noviembre de 2018 se realizó el conversatorio “Revistas y redes intelectuales. Ejercicios de lectura” en el Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Participaron como expositores Alexandra Pita González, Ignacio Barbeito, María Carla Galfione, Ezequiel Grisendi y Diego García.

A continuación compartimos las intervenciones que se expusieron en esa oportunidad, seguidas de la conversación que se desarrolló entre los expositores y los asistentes a la actividad.[1]

Aproximaciones a las redes

Antes que nada, quiero agradecer a Carla Galfione por organizar este conversatorio; siempre es un gusto volver a ésta mi casa original de estudios. Dado que hay muchos estudiantes presentes creo que una manera de iniciar mi participación es explicando cómo es que me acerqué al estudio de las revistas desde una perspectiva de redes. Antes de estudiar la maestría, mi acercamiento a esta fuente documental era parcial, o, mejor dicho, recortaba por completo el documento al buscar sólo lo que había dicho una persona particular. Es decir, encontraba la revista, buscaba el artículo donde estos autores mencionaban alguna idea que me parecía importante, la copiaba y nada más.

A medida que avanzaron mis estudios y me metí más a fondo a comprender lo que era el contexto y la intertextualidad me di cuenta del recorte que significaba y de cómo al recortar una idea de una revista la descontextualizaba, quitándole su universo de significados. Al mismo tiempo tenía que proponer a mi asesor cuál iba a ser mi proyecto de tesis. Me interesaba el período de entreguerras en América Latina, los intelectuales como sujetos de análisis, los conceptos de identidad y las propuestas de integración regional. Mi asesor, Carlos Marichal, me escuchó con atención y tras una serie de reuniones (en las cuales atacó los puntos débiles de la propuesta, como es debido a todo buen asesor), me llamó a “aterrizar” este conjunto de variables para convertir ese caos de ideas en un proyecto. Mi respuesta fue estudiar una organización, la Unión Latino Americana que, como su nombre lo dice, se proponía unir a los países de América Latina para contrarrestar el poderío de Estados Unidos (al que veían como una amenaza ante el avance imperialista). Como historiadora me di a la tarea de buscar documentos: cartas de José Ingenieros, fundador de esta organización, no había (el archivo que donaron al CeDInCI llegó años después), el de Alfredo Palacios era inaccesible. El de otros integrantes Fernando Márquez Miranda, Arturo Orzábal Quintana, entre muchos otros de los colaboradores más importantes, no existía. Menos aún era de esperar, el encontrar un archivo de la organización. Lo único que me quedaba era rastrear el Boletín Renovación, su órgano de difusión, del cual sólo había algunas pocas referencias de algunas editoriales de unos pocos números. Después de una búsqueda de detective, por numerosos archivos y bibliotecas en varios países del continente americano y europeo, logré encontrar varios números (sesenta y seis para ser exactos). Logré así hacerme de una fuente documental, pero no sabía qué hacer con ella. Si como venía haciendo, sólo extraía las ideas más importantes de los personajes más relevantes no sólo no llenarían las muchas páginas que debía escribir, sino que no lograría alcanzar un sentido. Segundo, la publicación empezó en enero de 1923 y la Unión se fundó recién en marzo de 1925 ¿desperdiciaría los primeros tres años? De no ser así, ¿cómo los incorporaría si no eran formalmente parte del grupo unionista? Así, me acerque al estudio de las redes intelectuales para entender a una publicación que después se convirtió en órgano de difusión, más por necesidad que por convicción.

Pero, ¿qué hacía con este universo de análisis? ¿Cómo analizaría la publicación como un universo de debates generados por actores que intercambiaban ideas al interior del boletín, pero que a su vez interactuaban con otros actores en otras revistas del período? Como la perspectiva de redes se basa en la vinculación, en la relación entre actores, me ayudaba a enfocarme más en qué ideas circulaban y a través de qué mecanismos. Si quería captar toda esta información debía modificar también mis herramientas de trabajo. Para empezar, las fichas a las que estaba acostumbrada en papel no me servirían, no sólo porque tendría que hacer miles de ellas, sino porque la cantidad de datos que debería incluir era mucho mayor. Para ello fue necesario utilizar programas de bases de datos como el File Maker y crear un fichero donde en cada ficha se pudieran completar aproximadamente cuarenta campos de datos: autores, citados, citas, lugares, editoriales, reproducciones, secciones, temas, libros, revistas, folletos, etcétera. Este universo de datos implicaba tomar una perspectiva analítica donde las categorías (o campos) debían ser definidos previamente en función de su posible relación. Con todo este material pude hacer mi tesis de doctorado (de la cual se publicó un libro que algunos de ustedes conocen) donde reconstruyo la red unionista desde 1923 hasta su desaparición en 1930, no como una historia particular, sino con todas sus conexiones con las otras revistas (Valoraciones, Inicial, Sagitario, entre otras).

A partir de ahí, seguí trabajando redes porque consideraba que me faltaba entender mucho más la relación entre revistas y redes intelectuales. Me desprendí un poco del estudio de ese caso particular para pensar en algunas ideas más reflexivas en lo metodológico, tales como pensar las revistas como redes en sí mismas a partir de la circulación de autores, ideas (como capitales simbólicos), libros y revistas (como bienes culturales). Pensar cómo esta geografía humana que se reunía imaginariamente en cada número creaba discursos que circulaban y al hacerlo, generaban circuitos. Esto te saca de la lógica habitual del mundo editorial, porque detectas que las redes no sólo tocan ciudades capitales (México, Buenos Aires, Madrid, París), sino ciudades menores que suelen pasar desapercibidas. Tal vez, por ejemplo, El Salvador no tenía tantas editoriales de impacto continental, pero era un punto (nodo desde los tecnicismos de redes) importante para redistribuir en Centroamérica o por sus contactos con México.

La mirada de redes implica dar valor al carácter relacional y eso cambia toda la perspectiva y hace que se piense en actores que antes incluso pasaban desapercibidos, como los citados. A quiénes se cita de manera textual, a quiénes de manera indirecta, son éstos contemporáneos a los autores que los citan o son antecedentes, cuál es su función en el texto (para qué se acude a ellos), qué se dice de ellos, entre otras preguntas. En la primera base de datos que realicé no los incorporé y a medida que avanzaba en la lectura de mi fuente documental (el Boletín Renovación) me daba cuenta [de] que tenían un papel fundamental. Tuve que regresar, crear nuevos campos, volver a leer y capturar, pero ese pequeño detalle me permitió adentrarme en ideas cada vez más complejas, como la creación de genealogías intelectuales (especie de árbol genealógico de los intelectuales precedentes construido por mis sujetos de análisis a medida que los citaban para legitimar su presente). De esa idea salieron algunos artículos que modificaron mi manera de ver la Unión Latino Americana como red, puesto que como saben José Ingenieros murió en 1925 y la organización siguió varios años más, por lo que la red se desmembró creando nuevas organizaciones (como la Alianza Continental), pero la original, la ULA, buscó apropiarse simbólicamente de Ingenieros a través de convertirlo en su principal citado. En este sentido, en otros artículos exploré la idea de pensar los banquetes de intelectuales y los homenajes, sus discursos y rituales, como momentos coyunturales de creación de estas historias (y, por lo tanto, de estos enlaces, vínculos y relaciones) entre intelectuales del pasado y del presente.

Después de estos trabajos, me he dedicado más bien a cuestiones metodológicas. Por ejemplo, plantear y después resolver -a través de un estudio de caso- cuándo se conformó una red, es decir, si una revista nace como resultado de una red que se propone (siguiendo la idea de Beatriz Sarlo) actuar en la sociedad, adoptando públicamente una postura política, o si es la revista la que genera a través de los colaboradores que se van sumado, una red (nueva o transformada de la anterior, pero de cualquier modo distinta). Aun los historiadores olvidamos el sentido de la secuencia al analizar, esto es, distinguir cuál es el momento inicial, el segundo, etcétera, no en concordancia con el contexto, sino con el objeto de estudio. Pensar en esto me llevó a reflexiones interesantes de las cuales surgió el proyecto de Redes Intelectuales, que terminó como libro colectivo en el cual regresé a mi objeto de estudio original, Renovación, pero desde otra perspectiva. De inicio me cuestioné cómo hizo Ingenieros para lanzar en enero de 1923 este boletín, ¿creó una red en los años anteriores? ¿Utilizó sus viejos contactos y los interesó por una temática latinoamericanista y antiimperialista? Me fui hacia atrás, los años previos desde 1920, para poderme explicar cómo es que creó una red que diera sentido a la publicación. Busqué en la correspondencia de Ingenieros las cartas que comenzaban a mencionar una crítica hacia Estados Unidos o una defensa a América Latina, los libros que comenzaron a circular a través de estas cartas (ya sea porque se citaron, ya porque se enviaron junto con la carta). Me ocupé, desde las redes, de observar el cambio que mencionó Óscar Terán desde hace tiempo, el paso de un período a otro en las reflexiones de Ingenieros. Encontré que el Grupo Clarté, de Francia, jugó un papel importante en este tránsito y que el discurso de Ingenieros de octubre de 1922 se convirtió en un hito importante, no sólo por lo que ya sabía a nivel discursivo (lo cual ya había analizado en la tesis), sino porque seguir la ruta de edición y difusión del mismo, las cartas de respuesta, los actores y los lugares de estos circuitos intelectuales, me permitió entender la trayectoria de una idea, su recorrido geográfico y, de nuevo, la importancia de las redes para comprender este dinamismo.

Alexandra Pita González

Revistas e intelectuales: de la revista político cultural a la diseminación digital

Revistas. Cuando pensamos en el estudio de las revistas, cuando nos disponemos a considerar algunos recaudos metodológicos para el estudio del objeto “revista” solemos representarnos este objeto desde un punto de vista histórico. Por una parte, se nos presenta como un objeto múltiple: cada revista, a la que nos referimos por su título, está integrada en realidad por varias revistas, por varios números de lo que consideramos una misma revista. ¿Qué otorga a este conjunto, temporalmente diferenciado y, a veces interrumpido y vuelto a resurgir tras unos años, una unidad de objeto? El título suele ser tomado como un indicador, pero en modo alguno es posible fiarse de él como garante de la consistencia del objeto. Pensemos, por ejemplo, en la revista Pasado y Presente, que cuenta con una primera y una segunda época; o en la revista Caras y caretas, en la que es posible reconocer al menos tres épocas. ¿Se trata, en cada caso, de una misma revista o de revistas diferentes? De una época a otra, puede sobrevivir el título, pero modificarse los contenidos, la orientación ideológica, la identidad visual y/o el grupo intelectual que la dirige, entre otros muchos aspectos. Aquí, la unidad del objeto no está dada por su nombre, sino que se sugiere determinada por algo exterior a ella, algo que le acontece. Y aun cuando todos estos aspectos se conservasen idénticos, ¿es posible, de un número a otro, postular la identidad del objeto? Desde un punto de vista histórico, las revistas se nos aparecen escalonadas en el tiempo y consumándose como objetos posibles de estudio una vez que han dicho su última palabra, una vez constatada su desaparición como agente de enunciación luego del último número publicado.

Pero también es posible abordar el estudio de una revista precisando la escala temporal, aunque la revista se prolongue más allá. Esta operación, por ejemplo, es la que permitiría abordar revistas cuya textualidad no pertenece enteramente a la dimensión de las “cosas dichas” sino que aún se inscribe en la de las cosas que se están diciendo, en el presente.

Si efectúo estas aclaraciones se debe a que probablemente lo que desde un punto de vista histórico consideramos una “revista” es un objeto que hoy está desapareciendo o ha desaparecido. Desde un punto de vista histórico, la revista suele ser para los investigadores revista impresa. Así, el punto de vista histórico se proyecta a espaldas de la reconfiguración de los horizontes de enunciación que ha provocado internet. Cuando los historiadores o los críticos culturales se refieren a “revistas” privilegian en la representación de su referente a la materialidad impresa y eluden o ignoran a la incorporeidad digital. Ciertamente, todos lo sabemos, se habla también de “revistas digitales”. Pero, ¿en qué radica el punto de apoyo que en ambos casos parece habilitarnos a emplear un mismo nombre para dos objetos que, apenas efectuadas algunas consideraciones comparativas, se revelan enteramente diversos? ¿Cómo modifica internet la naturaleza de una publicación aun cuando la identidad nominativa nos haga creer que también estamos ante una “revista”? En un conocido ensayo, “Intelectuales y revistas: razones de una práctica”, Beatriz Sarlo postula que las revistas constituyen una “modalidad de intervención cultural” que “pone el acento sobre lo público”, imaginado como espacio de alineamiento y conflicto, planeadas para “la escucha contemporánea”. Así, en lo que respecta al tiempo histórico, las revistas, en tanto artefacto o dispositivo cultural, mantienen lo que podemos denominar una dimensión sagital con el presente. ¿Qué decir de las revistas digitales, cuando internet se despliega siempre en un presente perpetuo? Una revista digital, por caso, puede actualizar a perpetuidad sus contenidos, eliminar otros, sin que existan “números”.

Intelectuales. Las revistas político-culturales suelen estar referenciadas en un grupo intelectual al que se reconoce por su vocación de intervenir e incidir en la comprensión de la realidad político-cultural. Retrospectivamente se trata de lo que suele llamarse “influencia”. A través de la revista, el grupo, por lo general un grupo reducido, interviene en una coyuntura, estableciendo posicionamientos fundamentados e instando a otros a adoptarlos o discutirlos. Pero aquí no basta con la voluntad de intervenir, de persuadir o de adoptar [una] posición. El análisis debe ser capaz de delimitar el público de una revista y también a sus interlocutores. Suele ser más sencillo establecer quiénes son los interlocutores directos de una revista que su público, que incluye a aquéllos. A menudo, el examen de la revista nos permite explicitar contra quiénes se produce el Editorial o un pronunciamiento de la revista, ya que son enunciados explícitamente. El grupo nucleado en la revista decide con quién discutir o de quiénes diferenciarse. Pero si por “público” entendemos a todos aquellos eventuales lectores o seguidores de la publicación es seguro que debamos apartarnos de la textualidad de la revista para dirigirnos a buscar indicios de las formas y del alcance de su distribución o de otras publicaciones que la referencian. Esta red suele expandirse con el paso del tiempo, a medida que se agota la eficacia coyuntural de la revista, convirtiéndose en objeto histórico, es decir, a medida que la revista pierde su aura.

Lo que cabe llamar revista político cultural debe distinguirse de otros tipos de publicaciones periódicas que, aun compartiendo muchas de sus características, revelan diferencias fundamentales. En ambos extremos de la revista político-cultural podrían colocarse a las revistas periodísticas, por un lado, y a las revistas académicas, por otro. Su relación con el tiempo es diversa. Si la revista político-cultural se asume como un instrumento para incidir en el presente, la revista periodística procura incidir en la actualidad. Mientras aquélla es sostenida por la labor y la voluntad de trascender un campo de especialización hacia el espacio en el que sedimentan las significaciones de una comunidad nacional o regional, la revista periodística suele manifestarse como un instrumento de un grupo empresario para capitalizar poder y recursos económicos. Mientras la condición de intelectual supone la reivindicación de la insobornabilidad del juicio, la de periodista se acerca a la del “mercenario de la pluma”. La revista académica, por su parte, aparece como una plataforma de publicación en la que capitalizar un prestigio que no es el del intelectual, sino el del currículum personal del investigador especializado. Los artículos académicos no se orientan a intervenir en una coyuntura política o cultural; aspiran más bien a sobrevivir al tiempo, como fuentes de nuevas investigaciones, dirigiéndose a un público que mantiene intereses de investigación antes que de intervención en la cultura.

A menudo, las revistas han sido no sólo el instrumento de un grupo intelectual para intervenir e incidir en la cultura, sino también el medio por el que un escritor o un académico se convirtieron en intelectuales. Así, la revista se convierte en matriz de producción de la condición de intelectual. En un sentido amplio, intelectuales son aquéllos que ejercen actividades no manuales. Pero en un sentido más restringido, y seguramente más familiar, son intelectuales los escritores “comprometidos” con la realidad política de su tiempo, los que establecen una posición pública en relación con acontecimientos o coyunturas en que se decide el porvenir de la sociedad o de algunos de sus integrantes. Ciertamente, no fueron solamente las revistas las matrices de producción de la condición intelectual. También, a su manera, lo fueron los periódicos, la radio o la TV. Pero la incidencia de la revista en la producción de la condición de intelectual se ha atenuado sensiblemente.

La noción de “revista político-cultural” sobrevive como espectro de un campo cultural que ya no es el nuestro. Difícilmente, esa categoría sea operativa más allá de la segunda mitad de los noventas. Si la revista político cultural otorgaba a la palabra “intelectual” una dimensión pública, las que sólo por comodidad y economía de expresión podrían llamarse hoy revistas político culturales adquieren casi el carácter de ediciones privadas. La producción digitalizada, por caso, asegura la posibilidad de una viralización comunicacional prescindiendo del requerimiento de atender al marco editorial de la publicación, algo que es particularmente relevante en el caso de material impreso. La vocación política que portaba como un blasón aquella publicación impresa ha intentado ser revalidada muchas veces, pero ese intento puede hacer peligrar la consideración histórica, toda vez que el examen permanezca referido a la publicación con prescindencia del contexto comunicativo. Aun cuando de tanto en tanto pueda seguirse oyendo el llamado entusiasta a publicar una revista, como expresión de un impulso a incidir en el debate público, a estimularlo o desequilibrarlo, en las actuales circunstancias muy difícilmente ese llamado redunde en la afirmación de una efectiva política cultural.

Ignacio Barbeito

Las revistas como fronteras

Cuando lo que en principio nos interesa es reconocer vínculos, contactos, redes, advertir que las publicaciones periódicas también establecen límites puede parecer un desafío. Pero estamos acá para dialogar.

Partiendo de algunas advertencias, pero en particular, de la dificultad de reconocer las revistas como un todo y expresión de grupos más o menos definidos, nos interesa avanzar y pensar la posibilidad de encontrar en las publicaciones algunos rasgos relevantes propios, que no sólo les den una identidad particular sino que también, por ello, las distingan de sus contemporáneas.

Si recorremos los nombres de autores que participan en revistas de una misma época, es muy probable que advirtamos que, si bien varios de ellos coinciden, no ocurre eso con todos ni con la mayoría siquiera. Y, del mismo modo, conviene andar con cuidado cuando reconocemos las coincidencias. Porque una lectura detenida puede permitirnos hipotetizar que los lugares ocupados por los mismos autores en diversas revistas a menudo no son los mismos. ¿Los lugares? Sí, el contexto de publicación, qué artículos los acompañan, en qué orden, pero también la frecuencia de aparición en relación con otros articulistas, las temáticas abordadas por los artículos publicados, hasta la extensión de éstos.

En efecto, no siempre es común encontrar muchas coincidencias si miramos estas variantes. Es probable que dependa del perfil de la revista, y éste es ya todo un dato. En el caso, por tomar el que nos interesa, de las revistas de los años veinte, en el Río de la Plata, es sugerente lo que ocurre con revistas como Nosotros o el Boletín Renovación, publicaciones que comparten nombres con muchas otras. Pero, llamativamente, esas otras no comparten tan asiduamente sus articulistas entre sí. Cuando nos referimos a las revistas culturales de esa época, cuesta bastante pasar por alto esta singularidad. Cabe preguntarnos si la constatación alcanza un universo menos limitado.

Como sea, este rasgo en cuestión puede ser explicado de muchas maneras, pero me detengo ahora en una que vuelve a redoblar el riesgo provocador de esa idea de límite: el contenido. La hipótesis para discutir es que la consideración del contenido, o incluso, de las ideas que se postulan en los diversos artículos de las revistas sirve como indicador que permite reconocer mucho de lo que las distingue. Un indicador que se potencia cuando ponemos en diálogo dos o más revistas. Si, por muchas razones podemos identificar los proyectos editoriales y los autores como parte de un mismo plan, atender a lo que se afirma en los artículos puede permitirnos distinguir algunos otros aspectos e, incluso, llegar a explicar por qué las presencias que atraviesan publicaciones contemporáneas no son las mismas y, en caso de coincidencias, no son del mismo tenor.

Por razones de tiempo y espacio voy a ser breve con el ejemplo que he elegido. Ejemplo en absoluto azaroso y que me permite mostrar que dos publicaciones en apariencia próximas, que comparten articulistas y el mismo escenario intelectual, pero sobre todo, que se definen levantado la bandera de una causa común, no sólo se diferencian profundamente en sus formulaciones sino que, por ello, pintan de diversa manera los colores de esa bandera.

Las revistas sobre las que quiero hablar son la platense Valoraciones y la porteña Revista de Filosofía. Ambas, como varias otras, constituyen el amplio arco de las revistas reformistas argentinas. Defensoras de la Reforma universitaria de 1918, se adjudican la posibilidad de referirse al acontecimiento estableciendo estrecha afinidad con él, con sus ideas y con el movimiento estudiantil.

Muy brevemente, Valoraciones sale a la luz en La Plata, a mediados de 1923, por iniciativa de Héctor Ripa Alberdi, pero bajo la dirección de Carlos Amaya primero, luego de Alejandro Korn, y se edita hasta abril de 1928, con un total de doce números de aparición irregular, organizados en cuatro tomos. Se presenta como portadora de una tarea específica: hacer efectiva, real, la Reforma Universitaria. Tal como afirman en la nota editorial del primer número, para sus editores, “la bandera de la Reforma […], hoy no es más que el trapo descolorido que envilecen las traiciones de los mercaderes”. La tarea a la que convoca es la de la definición y la afirmación de “Nuevos valores” (o, de otro modo, de “un espíritu nuevo”), frente al predominio de un modelo “profesionalista”. Se habla de una renovación espiritual, en que radicaría la posta “reformista”: “este conglomerado heterogéneo de escuelas profesionales de índole meramente utilitario, fábrica de diplomas, sin unidad ni cohesión moral, no puede ser el alma mater de la nueva generación”. Hace falta otro motor y allí se encuentra la filosofía y su potencialidad.

Contra el predominio de las preocupaciones de orden científico, que conducían a una actitud escéptica en términos de valores, se afirma el “despertar del espíritu” que traía la filosofía idealista y que debía ser recuperado. La definición de filosofía se elabora como producto de la tensión entre el “positivismo” y el “antipositivismo”.[2] En el número dos, con la pluma de Ripa Alberdi, se afirma: “La juventud argentina marcha hacia la Universidad ideal por las rutas que le abriera la filosofía contemporánea”. Esa filosofía, agrega, viene a liberar a la juventud “del peso de una generación positivista”. Había que beber de nuevas fuentes para encontrar las armas de la renovación que afecta, primero a la filosofía, después a la Universidad, y por último a la cultura toda. Entre esa renovación disciplinar y la superación de la “Universidad profesionalista” hay una continuidad estrecha que opera sobre el sentido de aquel modelo “positivista”, y que construye su definición.

En ese marco entonces, la conclusión de la Reforma depende de la renovación filosófica. El problema de la hora es moral y en ese sentido, en el mismo momento en que se define el presupuesto básico (el dualismo que no anula ni sujeto ni objeto, pero que fundamentalmente deja libre al sujeto), se establece que la filosofía es la disciplina llamada a orientar el rumbo. Y se avanza en la definición de esa filosofía: “Altos son los fueros de la ciencia; la filosofía ocupa la misma jerarquía y no le está subordinada. El híbrido consorcio perjudica a una y a la otra. Frente al mundo objetivo está el subjetivo, frente a la energía física, la voluntad consciente, frente a la naturaleza, la cultura humana”, dice Korn en el 26.

Llamados a ser constructores de esta opción, los jóvenes se constituyen en una “nueva generación” que tiene en sus manos la tarea de diseñar una comprensión renovada del mundo y de lo humano. “Andamos en busca de un contenido ideal para nuestra vida”, decían.

La Revista de filosofía, por su parte, se publica en Buenos Aires entre 1915 y 1929, primero bajo la dirección de José Ingenieros, luego de Aníbal Ponce. Muchos elementos aproximan esta publicación a Valoraciones. Se ocupa de la Reforma, dando cuenta de los sucesos, las posiciones, los debates y la reflexión sobre el sentido de la educación superior en el país, y también de la filosofía, como el título mismo lo sugiere.[3]

En su mirada de la Reforma, revela preocupaciones que a simple vistas son próximas a las de Valoraciones, por ejemplo: la crítica al perfil profesionalista de la universidad. Así, reproduce el agitado discurso que Deodoro Roca pronuncia en septiembre de 1920: la ciencia se ha puesto al servicio de los intereses, diseñando un sistema educativo capaz de reproducir una división del trabajo que garantiza a unos pocos el dominio del mundo. “Desde entonces se distribuye con férrea consigna, por escuelas y universidades, un ejército resonante de asalariados intelectuales, de domésticos doctorados, de dómines verbalistas y pedantes, de parásitos de la cultura”, decía Roca.

La Reforma es presentada en la revista como respuesta al reconocimiento de una crisis que excede el ámbito universitario, y que puede sintonizar, sin inconvenientes, con el modelo de reforma que propone Lunacharsky en Rusia: llevar la educación universitaria al centro obrero, al sindicato, parafrasea Ingenieros.

Del mismo modo se expresan otros autores frecuentes y las definiciones se van puliendo. El problema por momentos no es la ciencia, sino la mala interpretación de los servicios que ésta puede prestar. En ese marco, apuestan por una “filosofía científica”. Una idea inaugurada en la revista por la pluma de Ingenieros, pero que se reproduce incansablemente. Y esa noción parece proponerse articular la exigencia social de la universidad con el perfil y rol de la filosofía. “Como la filosofía no es más que la carrera de la inteligencia cabalgando sobre la experiencia, al través de la realidad, es inevitable la conclusión de que mientras no aceleremos el ritmo de la vida social por la mayor densidad del grupo, el pensamiento argentino no sólo no habrá salido del balbuceo filosófico, sino que caerá en la falacia de imaginar que la filosofía se logra en la agradable divagación de admoniciones generosas o de exhortaciones trascendentales”, decía Raúl Orgaz en el 18. Se reclamaba una nueva “cultura” para la Universidad, en donde las ciencias y la filosofía debían solidarizarse y articular un nuevo modelo.

Ello contenía de manera explícita su diferencia con el idealismo que postulaba Valoraciones. Los autores manifestaban a menudo el divorcio entre el idealismo filosófico y la realidad. Atenta a las experiencias sociales, la permanente modificación de la realidad social se convertía en el motor de renovación de los ideales de la filosofía. Mantenerse ignorantes de aquellos cambios era un error teórico, pues, decía Ingenieros “cada ideal sólo será legítimo donde sean efectivas las verdades que lo engendran”.

Hay mucho más para profundizar sobre ambas revistas y sus diferencias. Pero baste esto de muestra. Con ideas diferentes acerca de la filosofía construyen también lecturas diversas de lo que debe ser el reformismo universitario y la tarea que a cada uno le cabe allí, y viceversa. La preocupación por el presente atraviesa ambas revistas, pero las respuestas son bien diversas. Ambas son revistas reformistas, y ambas lo son también de filosofía, pero no parten de los mismos supuestos ni describen la realidad del mismo modo. Lo que la variedad de autores y temas reunida en cada caso permite reconocer una identidad, diferenciada dentro de un mismo escenario académico, intelectual, social y, por qué no, político. El hecho de que las elaboraciones sean compartidas, como parte, explícita por momentos, de un grupo, da fuerza de intervención e identidad a cada una de ellas sobre ese presente. Se pone en evidencia no sólo que hay al menos dos posiciones en ese escenario, sino que además, están enfrentadas en algunos puntos para nada menores. Sus diferencias muestran modelos diversos de filosofía, pero también de universidades. En un mismo contexto, los variados proyectos de revistas muestran que parece importante decir algo diferente. Y puede mostrarnos, como lectores, que si el ambiente puede parecer uno, los actores pelean por diversas descripciones y maneras de desplegar su protagonismo.

María Carla Galfione

Las revistas entre redes y trayectorias

El estudio de las publicaciones periódicas supone una tarea de alcances tan variados como puntos de partida podemos considerar. En tanto objeto impreso, el análisis de la materialidad de las revistas y de las condiciones económicas de su realización, son dos dimensiones que han ganado mayor atención en las últimas décadas en vistas de descentrar una perspectiva que, usualmente, se focalizaba principalmente en los contenidos de los textos y en sus efectos. Sin perder de vista esa “dimensión textual”, los trabajos más recientes han enfatizado el universo de relaciones sociales en las que las revistas son producidas a la vez que los contextos intelectuales de sus intervenciones.

Si bien en las últimas décadas las pesquisas sobre revistas han multiplicado sus horizontes de investigación, este deslizamiento metodológico, sin embargo, no siempre resultó acompañado por una indagación ampliada de publicaciones periódicas de perfil institucional (revistas universitarias) u orientadas al público masivo (revistas de periodismo de masas). Un breve repaso de las principales investigaciones que tomaron por centro de indagación al objeto revista, menos como fuente de información para dar cuenta de otra cuestión y más como un problema de pesquisa en sí mismo, permite distinguir una regular predilección por las revistas político-culturales, en tanto producto de una formación o grupo cultural particularmente prestigioso y/o como resultado de una confluencia de expresiones ideológicas y/o artísticas significativas para una tradición estética o intelectual determinada.

En este sentido, el estudio de las revistas no ha escapado a una serie de desafíos teóricos y procedimentales de variada intensidad, entre los cuales el de la escala de análisis es uno de los más sugerentes. Si el “giro espacial”, como ha sido denominado, impactó de diversa manera en zonas de la historiografía cultural, la recuperación de la “dimensión biográfica” ha concentrado una singular atención también en las pesquisas sobre los bienes impresos. Esto propulsó tanto los estudios comparados como de “historias conectadas” sobre revistas, pero fundamentalmente, el empleo de categorías como “circuitos”, y su énfasis en la circulación, y “redes”, con el foco en las relaciones entre puntos de contacto como vía privilegiada para inscribir los proyectos revisteriles en coordenadas geográficas y sociales variables.

Sobre el desarrollo de estas líneas de pesquisa, entiendo que una reflexión ha convocado regularmente a quienes exploramos como objeto las revistas y a los grupos que las animan. El interrogante más comúnmente enunciado sobre la causalidad (¿es la trama de contactos la que produce la revista o ésta la que genera la red?), orienta indagaciones empíricas cuyas respuestas suelen ajustarse a cada problema en particular. La contrastación empírica con las fuentes provee insumos para mesurar el peso específico de cada variable. Pero en torno a una revista, entiendo, no sólo podemos anticipar la activación de uno sino, presumiblemente, varios dispositivos reticulares.

Una exploración detenida de cada revista y de la red por ella promovida permite, en el caso de que fuera posible, identificar los lazos efectivamente construidos por cada uno/a de las/os agentes ligados a la revista, cuáles se atan directamente con las afinidades personales y/o cuáles se recortan más bien sobre el proyecto editorial o político colectivo. En los casos de “revistas de autor”, en las que la función de editor se recuesta sobre un liderazgo sobresaliente (por ejemplo, la Revista de Filosofía, de José Ingenieros), la superposición entre la constelación de contactos de su director y la descripta por la revista, no sorprenden. Cabe preguntarse qué ocurre en otros casos donde dicho solapamiento resulte menos evidente. Pienso, por ejemplo, en una revista como Sagitario, donde sus principales animadores (Carlos Amaya, Julio V. González y Carlos Sánchez Viamonte) activaron sus respectivas redes, conformando un proyecto articulado conjuntamente con otros grupos o revistas afines. ¿Dónde colocar el límite entre la red provista por cada agente y la que se configura como la red de la revista? ¿Es importante tal delimitación a fin de evidenciar el carácter plural de una publicación? ¿Cuál es la capacidad interpretativa que una aproximación de este tipo brinda al estudio de las revistas? Apenas unos interrogantes que pueden orientar algunas exploraciones particulares.

Asimismo, si es productivo indagar sobre la suerte de una revista a partir de su conexión con otras publicaciones y reponer la red de intercambio de la que participa, tal vez sea importante llamar la atención sobre la diversidad de posiciones que, al interior de esa red y de cada revista, habitan los diversos agentes (editores, colaboradores, reseñistas, etcétera). Vinculado a lo expuesto anteriormente, pienso que la desigual distribución de recursos y su inscripción en los diversos recorridos vitales, permiten problematizar la tensión entre proyecto revisteril y red de contactos. Por ejemplo, seguir la trayectoria de Fernando Márquez Miranda, miembro de la Unión Latino Americana (ULA) y director por un año del Boletín Renovación, no sólo significa adentrarse en las redes del anti-imperialismo latinoamericanista que promovió Ingenieros desde la ULA, sino atender a otros proyectos académicos y editoriales universitarios con los cuáles se vinculó. ¿Cuánto y de qué manera Márquez Miranda fungió como mediador entre estas redes y espacios de producción cultural? ¿De qué manera comprender esas religaciones ilumina mejor los alcances de una revista y los de la red que ella agilizó?

La invitación es, en este caso, a indagar en las trayectorias sociales de los promotores de las revistas, tanto entre quienes cumplen las posiciones de mayor visibilidad (director/es, editor/es responsables) como aquéllos que, desde lugares menos expectables, permiten reponer contornos menos transitados. ¿Qué tipo de conexiones establecieron los animadores de una revista con otros agentes del mundo cultural próximo o más distanciado? ¿Cómo impactaron dichos lazos en la configuración de la revista y en la proyección de su red de contactos? ¿Qué tipo de dinámica interna se desarrolló entre los integrantes de un colectivo productor de la revista?

En muchos casos estudiados, la carencia de materiales de archivo o de series completas de las revistas de nuestro interés, atentan con la construcción de respuestas a estas preguntas. En otros casos, resulta necesario un cambio de enfoque para asir una gama muy diversa de datos en vistas de identificar vínculos menos obvios. El trabajo de Alexandra sobre el Boletín Renovación y la Unión Latino Americana bien vale como ejemplo de este desplazamiento metodológico.

Ezequiel Grisend

Las revistas como fuentes

Mi punto de partida será una distinción que creo que estuvo presente -aunque no necesariamente de forma explícita- en las intervenciones que me precedieron; una distinción vinculada al modo de trabajar con las revistas desde una perspectiva histórica. Diferenciaría, entonces, al menos dos maneras de tratar con las revistas: éstas pueden ser, por un lado, consideradas como objeto de investigación, delimitando simultáneamente una unidad temática y empírica; por otro lado, pueden ser tratadas como como fuentes para enfrentar un objeto o problema definido de otro modo. La primera opción, simplificando, supone a las revistas como fin de la investigación, mientras que en la segunda se piensan como un medio que permitirá conocer otras cosas.

Esa distinción, sin embargo, no siempre se presenta con claridad y es pasible de ser cuestionada. En primer lugar, porque reposa en una mirada “externa” –tal como señaló Ignacio- que deriva de la operación historiográfica. En efecto, ambas aproximaciones al “artefacto revista” convierten su originaria voluntad de intervenir en determinada coyuntura en un índice del pasado. En segundo lugar, suele ser necesario que para aprovechar una revista como fuente, deba prestarse atención a los aspectos que habitualmente caracterizan una aproximación que la encare como objeto (grupo de animadores, materialidad, formato, espacio de circulación, periodicidad, etcétera). Y la situación inversa también es cierta: el desarrollo de una investigación que tome a una revista como objeto (por ejemplo los estudios ya clásicos sobre Sur o Contorno) precisa ineludiblemente tratarla también como fuente. Como sea, y más allá de estas observaciones que no hay que desestimar, sostengo que la distinción tiene valor y utilidad porque revela formas diferentes de ubicar y de considerar a las revistas en las tentativas de conocimiento del pasado. Voy a intentar ilustrar esta afirmación comentando brevemente algunas de mis experiencias de investigación que suponen una ocupación más o menos recurrente con revistas.

Quisiera dejar asentado, desde el comienzo, que en mis trabajos siempre traté a las revistas como fuentes; es decir, como algo distinto a los que fueron para sus propios animadores y lectores. En mi caso constituyen una entrada, en ocasiones privilegiada, para observar ciertas prácticas, ideas o representaciones del pasado. Una entrada indirecta y parcial, con sus rasgos y características, que habilita ciertas preguntas e inhabilita otras.

El área de mis preocupaciones se define por la dinámica de la cultura en Córdoba y Argentina durante la década de 1960. Enfocando aún más la atención, sobre dos o tres “zonas” o espacios de esa cultura: la renovación de las ciencias sociales que se desarrolla en el espacio académico -especialmente la historiográfica: una experiencia acotada relacionada con la figura de Ceferino Garzón Maceda- y el proceso de modernización editorial que tiene lugar durante esos años en la ciudad y en el país -un proceso más amplio y menos personalizado.

Para el primer caso, ciertas revistas resultaron de gran utilidad. Por un lado un serie de publicaciones académicas de limitada circulación, pero expresivas de la actividad del espacio universitario: la Revista de la Universidad Nacional de Córdoba, la Revista de Economía y Estadística de la Facultad de Ciencias Económicas (C. Garzón Maceda era profesor titular en esos años de la cátedra Historia Económica en esa Facultad, a la vez que ocupaba el cargo de Director de la Escuela de Historia de la Facultad de Filosofía y Humanidades), la Revista de Humanidades de la FFyH. Mi búsqueda estuvo orientada a ubicar textos, reseñas e informes que dieran cuenta de esa experiencia renovadora y, por ese motivo, en general mi abordaje consideró esas revistas de un modo limitado y dirigido.

Pero, además de esas revistas académicas, fue central la consulta de una revista político-cultural que ya nombró Ignacio: Pasado y Presente, de la que salieron 9 números entre 1963 y 1965. El primero como una revista “frentista” de los jóvenes intelectuales de la sección cordobesa del Partido Comunista Argentino y los restantes como referentes de la “nueva izquierda” tras la expulsión del partido que siguió al número 1. Mi acercamiento, en este caso, fue a la vez más vasto y detallado. ¿Por qué esa diferencia respecto a mi estrategia con las revistas académicas? ¿No debería haber sido a la inversa, puesto que el objetivo era reconstruir la experiencia de renovación historiográfica que había tenido lugar en espacios muy acotados de la UNC? Sucede que gran parte de quienes se van a formar como historiadores con Garzón Maceda venían de la militancia juvenil en el PCA. La revista permitía, entre otras cosas, entender la importancia de la militancia como espacio de formación extra académico (marcado por el hábito de trabajo intelectual, la valoración otorgada a la palabra impresa y a la dilucidación teórica para la definición de estrategias políticas y por un amplio universo de lecturas autodidactas). Los rasgos de ese espacio estaban muy presentes en las figuras que participaron de la experiencia de renovación historiográfica. Podemos agregar, a su vez, la mención del proyecto de la revista que suponía –en su búsqueda de renovar la tradición marxista- un diálogo permanente y en tensión con las “ciencias burguesas más avanzadas”.

El uso que hice de las revistas para el segundo caso –el intento de dar cuenta de la dinámica editorial de esos años- fue completamente diferente. Es muy complicado acceder a la vida editorial de Córdoba en los ’60 debido a la inexistencia de archivos. Todo el papeleo, toda la documentación que produce la actividad editorial (correspondencia, balances, contratos, pruebas de imprenta, folletos, etcétera) es inconseguible. Y lo es porque nadie se ha encargado de guardar, conservar y, todavía menos, organizar ese material. Son papeles considerados en general con una importancia definida, y habitualmente se pierden y descuidan luego de cumplir su función. Por otro lado, la mayoría de las editoriales que funcionaron en esos años tuvieron una vida breve o discontinua, por razones económicas o porque sufrieron la censura y la persecución. Incluso aquéllas que lograron permanecer en el tiempo no tienen archivo o lo tienen desorganizado e incompleto o, por último, no entienden por qué razón alguien querría consultarlo (o, también puede suceder, consideran que son papeles “sensibles” de la empresa para que sean leídos por alguien externo).

Así, para reconstruir parte de la actividad de diversas editoriales –como Assandri, Nagelkop, Ediciones de Pasado y Presente, Ediciones Paideia o Eudecor- las revistas fueron de gran utilidad. Tanto las revistas político-culturales, como Pasado y Presente o Los Libros- como las revistas periodísticas, como Jerónimo (dirigida por Miguel Ángel Piccato), una revista que ocupa el rol del “nuevo periodismo” en Córdoba y que salió entre 1969 y 1976. ¿Qué se puede encontrar allí? Publicidades de las editoriales, anuncios de los libros recientes, lista y rankings de los libros más vendidos, anticipos de próximas publicaciones, reseñas. Podríamos decir que no leí esas revistas. Me limité a buscar información para reconstruir los catálogos: la unidad elemental para poder trabajar con las editoriales. Tarea que completé con la consulta de los paratextos (notas introductorias, solapas, contratapas) de algunos libros publicados por esas editoriales y un par de entrevistas. Pero fueron especialmente los testimonios involuntarios los que me permitieron reconstruir los catálogos de un conjunto de editoriales pequeñas, pero muy activas en esa época.

Me gustaría ahora detenerme en una cuestión que no me había formulado en un comienzo (o no le había dado un lugar importante) pero que el avance de la investigación fue asentando. Es una cuestión que fue señalada por Alexandra: ¿expresan las revistas un grupo? En la investigación este problema aparece a medida que voy reconstruyendo la actividad editorial ligada a la revista Pasado y Presente. Como ya señalé, la revista deja de salir en 1965; tres años después aparece la editorial Ediciones de Pasado y presente (1968-1970), que contiene una colección llamada Cuadernos de Pasado y presente que sin embargo tendrá una vida más larga (1968-1983). Recién en 1973 vuelve a salir la revista PyP (ahora en Buenos Aires) pero sólo se publican dos números. Un mismo nombre, un mismo título, para una diversidad de emprendimientos: dos revistas separadas por 8 años y publicadas en dos ciudades diferentes; una editorial de vida breve; una colección que se publica bajo varios sellos editoriales y en tres ciudades a lo largo de 15 años (primero Córdoba hasta 1970, luego Bs. As. hasta 1976 y luego México hasta 1983). La permanencia del nombre promueve -por otros medios- el mismo efecto que la forma revista entre sus textos o que la colección entre sus libros: generan continuidad y unidad desde la discontinuidad y fragmentación. La decisión de mantener el nombre nos informa de la pretensión de reproducir una identidad, que es también una marca de origen y de reconocimiento (voluntad que se ve confirmada cuando vemos la casilla de correo de Córdoba en los libros de la colección impresos en Bs. As. o México).[4] La iniciativa destaca la fuerza performativa que tiene hacia afuera, pero también hacia adentro donde la revista promueve un espacio de encuentro, de discusión, de sociabilidad intelectual.

En este último caso las revistas aparecen como un contexto específico de sociabilidad de la vida intelectual, pero también pueden ser un contexto de otro tipo. Para aclarar este punto voy a terminar mi presentación con un último ejemplo: se trata de un intento de encarar un análisis interpretativo de un texto específico titulado: “Tradición y modernidad en la cultura cordobesa” de José Aricó publicado en la revista Plural en 1989. La operación consistió en tomar al número de la revista como contexto material del escrito. Plural era una revista de la transición democrática, con sus temas característicos: inestabilidad económica, modernización de la justicia y del Estado, el autoritarismo, el papel de los medios, etcétera. Cada número de la revista era temático y estaba a cargo de un editor que se ocupaba de su organización convocando a invitados para las colaboraciones. No voy a desarrollar el argumento, pero mi diagnóstico es que las lecturas e interpretaciones previas del escrito de Aricó se habían caracterizado por no considerar su primer contexto: la revista donde había salido. Al realizar esa operación, haciendo dialogar el texto con ese número de la revista y el tema que la organizaba, con la “nota editorial” y con los demás escritos que la componen, la lectura y la interpretación que pude ofrecer fue otra. Una lectura guiada por la materialidad de la revista y por su composición.

Son, como señalé al comienzo, casos en donde las revistas han sido tratadas como fuentes antes que como objetos de una investigación. A pesar de que esa distinción pueda ser en ocasiones difusa, intenté de todos modos señalar su importancia.

Diego García

Ronda de preguntas y comentarios

Diego García: Me pareció muy adecuada la presentación de Alexandra, en especial porque señaló un recaudo, una alerta que hay que tener en cuenta (que es algo que también señaló Ezequiel), vinculada a la utilización de un recurso como el de las redes. Lo que me gustó de su exposición es cómo fue el camino que la llevó a utilizar la noción y perspectiva de redes a partir de una necesidad práctica. Esto me parece que es decisivo en términos historiográficos y de metodología histórica porque hay cosas que las redes permiten pensar y que son elementos muy útiles. Estoy pensando en el desplazamiento de la figura del autor (de la figura del autor como una figura aislada o perteneciente a grupos donde siempre incorporarlo es un poco incómodo, como una clase social, por ejemplo); en el desplazamiento de la pregunta por la influencia; en la concentración de la mirada en la circulación; en la concentración en el enfoque relacional; en el desplazamiento también de la definición de espacios de dimensiones que en general se delimitan a priori, como el espacio nacional. Lo que me parece más rico de la presentación de Alexandra es que cuando aparece la red como necesidad práctica se parte de lo fáctico siguiendo, por ejemplo, una idea. A partir de ese seguimiento se delimita una serie de contactos y se va construyendo un circuito. No se plantea un circuito a priori para ver si las revistas enganchan o no enganchan en ese circuito. El peligro, como decía Ezequiel, es convertir cualquier contacto en una red. Y allí creo que la duración y la frecuencia de esos contactos permiten controlar ese peligro y a su vez, pensar que un circuito es un espacio sin asimetrías. Eso también es otro peligro que apareció: siempre los circuitos son asimétricos y por lo tanto, sus flujos de circulación son desiguales. Es decir, siempre hay poder en el medio. Quería destacar que me gustó la presentación sobre todo porque estuvo atada a un proceso de investigación. En ese sentido, considero que las operaciones metodológicas, al menos de los historiadores, deberían ser siempre así: operaciones o herramientas ligadas a los mismos problemas.

Ezequiel Grisendi: En el mismo sentido que Diego. Cuando describías, Alexandra, el proceso de construcción de los datos y todas estas elaboraciones en la cuantificación de las redes, mi pregunta es ¿qué te permitió ver el Boletín Renovación?, Especialmente, ¿qué te permitió explorar dado el tipo de fuentes de que se trata? Digo, para pensar – como decía Diego en relación a no presuponer los circuitos, sino reconstruirlos –, cuando muchas veces estamos frente a este tipo de revistas o publicaciones periódicas que se inscriben en redes, que no solamente suponen jerarquías, sino que también suponen interrogaciones o problemas de muy variado orden o muy plurales en su connotación. Por ejemplo Alexandra, cuando pensamos en tu trabajo sobre el anti-imperialismo, ¿Cómo lidiaste en el análisis de una red anti-imperialista con identidades políticas e ideológicas a veces diversas y a veces contrapuestas? Un obstáculo metodológico importante en el trabajo con el concepto de red es la definición de aquello que articula a los diferentes agentes y que nos permite ubicarlos en esa trama, conociendo que su inscripción no es exclusiva y que también participan de otros espacios sociales. Por ejemplo, ¿Cómo, en torno a las redes del anti-imperialismo, se superpusieron o recortaron otras redes? El problema de la generalización vinculado al trabajo con redes señala una tensión que me parece muy importante y que, en parte, ha sido atacado recuperando las trayectorias de determinados individuos que permiten iluminar las fronteras porosas entre redes de diverso orden. Esto va justamente en ese sentido, el anti-imperialismo puede estar informado de muchos otros problemas que no son solamente anti-imperialistas.

Carla Galfione: Tomando el planteo de Diego y pensando en la Revista de filosofía y el Boletín Renovación, ¿tenés alguna hipótesis, Alexandra, de por qué el proyecto de Renovación no incluye a la Revista de filosofía? Uno puede ver dos proyectos difiriendo en paralelo, en el mismo momento. En esto que decía Diego, un título marca algo y hay algo que efectivamente Ingenieros quiso renovar. Intuyo que tiene que ver con estos debates puntuales que uno puede ver con Valoraciones, por ejemplo, pero que a nivel de política internacional y de la conflictividad y del discurso anti-imperialista, esas diferencias ya se diluían o quedaban de lado y había que remarcarlas. Entonces, me parece que la Revista de filosofía no tenía protagonismo en ese escenario más de coyuntura y para atender a eso se creó Renovación, aunque la Revista de filosofía seguía produciéndose. Quería saber si tenés alguna hipótesis de lectura de por qué sucede eso.

Alexandra Pita: Voy a intentar juntar los tres comentarios por cuestión de tiempo. El tema de las redes me ha permitido problematizar elementos de análisis que todos damos por sentado y que sin embargo, a la hora de llevarlos a un estudio de caso, nos generan problemas. Como decían algunos maestros: uno intenta cerrar la valija aunque te quede media remera afuera y luego recortarla para que quede prolijo. Por ejemplo, todos nosotros hemos analizado, estudiado la teoría de la recepción, las influencias, las generaciones, etcétera, pero a la hora que lo llevamos a la práctica analíticamente vemos la teoría de la recepción de manera lineal. No bidireccional, no multidireccional: Emisor-receptor. Cuando mucho, tomamos la reapropiación del receptor y su envío, pero sigue siendo lineal nuestra manera de entender tanto las influencias como las recepciones. Lo que a mí me permitió ver las redes fue romper esa linealidad y entender que en realidad por ahí es tan o más importante para una revista el distribuidor, aunque sea un canillita, porque está posicionado en la dirección exacta que estaba entre círculos o espacios intelectuales fundamentales, que una gran figura que publicaba en la revista. Es decir, a nivel de circulación es más importante el canillita que el que haya publicado Ingenieros tal vez un artículo. Entonces, eso me permitió romper esa lógica y empezar a entender este mundo desde una manera tal vez más humana, tal vez más como nos veríamos hoy nosotros. Pero a veces cuando miramos al pasado y miramos a nuestro sujeto de estudio, lo reconstruimos de una manera tan esquemática que se nos olvida toda esta multidiversidad en la que viven. En este sentido, por ejemplo, en relación a la Revista de filosofía, en un artículo que hace poco entregué sobre la Reforma, lo que vi es a través de las personas y las redes. Es decir, como en 1926, cuando muere Ingenieros, lo que cambia no es solamente las ideas en torno al anti-imperialismo, que en realidad en un sentido retórico siguen siendo muy parecidas, aunque si uno ve la conjugación de ciertas palabras ya empieza a ver la diferencia entre el discurso de Palacios y el de Ingenieros, y entre el discurso de Fernando Márquez Miranda y el de Orzábal Quintana, es decir, de secretario a secretario y de director a director. Y en esa lógica seguí entendiendo por qué Ingenieros trajo realmente a sus redes a Renovación los primeros años, pero las subdividió, es decir, mantuvo en paralelo a los que estaban en la Revista de Filosofía y a los que estaban en Renovación. Muchos de ellos publican entre sí como Orzábal Quintana, otros están muy especializados como Moreau. A nivel de redes sí están los colaboradores, pero lo que quiso es mantenerlos en paralelo para ocupar distintos lugares o posicionarse y legitimar su proyecto desde dos lugares distintos, porque si no, no se entendería para qué editó Renovación si ya tenía la Revista de Filosofía que ya se encontraba consagrada y tenía toda una distribución. Tiene que ver con redes. No son las mismas redes. Cuando analicé el catálogo de las fichas que seguía Ingenieros que llegó al CeDInCI, le decía a Horacio Tarcus: “la hija de Ingenieros dice que esto es Renovación pero no es Renovación. Investiga quiénes son los contactos”. El catálogo de la Revista de Filosofía le sirvió a Ingenieros de alguna manera, pero en solamente algunos contactos que logró revertirlos hacia una nueva temática o problemática.

Ezequiel Grisendi: Me quedé pensando en lo que decía Alexandra en cuanto a la Revista de Filosofía y Renovación y sobre esta segmentación de redes. Aunque estoy pensando en otros casos donde tal vez la separación sea más restrictiva entre una revista político-cultural o una revista académica, es decir, la diferente tipología de estas revistas es lo que me llamaba la atención. En el caso de la Revista de Filosofía, uno detecta artículos muy especializados y sobre temas tan variados, pero en un tono claramente académico-científico, mientras otros no. Sin embargo, me parece que hay algunos temas que se continúan entre la Revista de Filosofía y Renovación. La pregunta es si esta diversificación de proyectos de revistas es producto de una estrategia editorial explícitamente formulada o si, más bien, es el resultado de las propuestas y demandas devenidas de la interacción entre los agentes intervinientes (editor/equipo editorial, institución implicada, colaboradores). Algunas figuras intelectuales son convocadas a espacios diferentes para escribir sobre temas variados: estoy pensando en el caso de Fernando Márquez Miranda, que en la Revista de Filosofía, después de Raúl Orgaz, era el especialista de sociología o antropología, donde escribía reseñas sobre temas afines mientras que en el Boletín Renovación es quien publica sobre Romand Rolland o sobre la intervención militar en Nicaragua, por ejemplo. Es la misma persona y es el que estuvo en la inauguración del grupo Renovación y después continuó en la Unión latinoamericana, pero sería alguien bifronte, que permite ubicar a las revistas en temas distintos. Si consideramos la idea de una estrategia editorial, imaginamos que la distribución de colaboradores para cada revista responde a un criterio de segmentación deliberado (podría ser el caso de Revista de Filosofía y de Renovación), pero la reconstrucción de los planteles de colaboradores y de sus afinidades/distanciamientos podría evidenciar hasta qué punto esa diferenciación no fue, también, resultado de disputas o proyectos conexos.

Carla Galfione: Me parece que eso invoca lo que planteaba Diego entre la forma y el contenido. La Revista de Filosofía es una revista muy densa, con artículos largos y complejos, y es una revista que se edita durante catorce años, con seis números por años y con un perfil académico importante. La cantidad de páginas que tiene cada número es de doscientos cincuenta aproximadamente, que en comparación con Renovación, un periódico que tiene ocho páginas y con otra función, muestra que el contenido, lo que se publica ahí, es distinto, es otro perfil. Me parece que fueron dos proyectos en paralelo porque cumplían roles distintos. Llamarla Revista de Filosofía,cultura, ciencia y educación y el hecho de que en cada artículo esté el nombre de cada autor e inmediatamente después su procedencia institucional-académica, tiene que ver con esa intervención. Es otro el perfil de la revista, y que no se adecuaría al objetivo del Boletín Renovación. Al mismo tiempo, el Boletín amplía. El discurso anti-imperialista amplía y no hace muchas distinciones. Decía que Korn publica en la Revista de Filosofía, pero en realidad publica sólo una vez. En términos de definiciones teóricas, uno puede establecer grupos que después se difuminan en relación con otras problemáticas. En el Boletín pueden aparecer todos juntos. Lo importante no es solamente el qué se dice, sino es el para qué de la revista, los modos de circulación y demás. Ahí hay algo muy característico. Respecto a la historia, recuperando lo que decía Alexandra, uno va haciendo los estudios y eso va llevando a algunas decisiones metodológicas. Por el lado de la filosofía pasa lo mismo. Es mucho más interesante trabajar con autores en diálogo a través de la revista. La revista te permite reconstruir un contexto de discusión que de otro modo cuesta mucho reconstruir; te obliga a salir de un autor y en esa pluralidad te das cuenta de todo lo que te estás perdiendo en el estudio del pensamiento de un solo autor. Se puede ver que están dialogando permanentemente de un número a otro, que hay respuestas que van y vienen. Eso también –para quienes nos focalizamos más en el contenido– amplía y deviene casi una necesidad. La revista nos resuelve una cuestión: nos pone sobre la mesa ese contexto amplio que es el contexto de todos los autores que publican, con todos los temas que se publican en la revista, pero también muestra el escenario de recepción, qué bibliografía se reseña en la revista, qué otras revistas se publican, etcétera. Lo que decía Alexandra de la red. En todos los números de la Revista de filosofía aparecen publicidades de un cuarto de página de revistas latinoamericanas. Entonces, con las revistas uno puede ir reconstruyendo diálogos variados y de diversa temática en el escenario intelectual de los debates a nivel internacional, que finalmente se constituye casi como una exigencia. Ya no nos podemos quedar centrados en un autor, en un libro, en un texto, porque así perdemos mucha riqueza.

Diego García: Cuando yo decía “desde el punto de vista de la historia”, no era tanto para marcar diferencia con otras disciplinas, sino porque me parece un modo adecuado de llevar adelante este tipo de investigaciones. Un modo, para decirlo de alguna manera, “pragmático” en dos sentidos: en primer lugar, atento a las prácticas (y por eso a los espacios o contextos donde tienen lugar como, a la vez, a la perspectiva de los actores) y, en segundo lugar, con una relación utilitaria de las herramientas analíticas. Más allá de eso, por ejemplo, yo les decía, nunca trabajé con revistas como objetos en sí mismos, sino como fuentes para dar cuenta de otros problemas, y en general el problema de la red nunca se me presentó en primer lugar… pero sí el de circuito. Lo que me permite pensar un circuito, probablemente a Alexandra le permite pensar la noción de red. Pero no sé cómo distinguir o calibrar las ganancias y peligros cognoscitivos que puede implicar el uso de enfoques cercanos a las categorías de red o de circuito. Son dos nociones tomadas de diferentes disciplinas sociales: la de red – como decía Alexandra– es un préstamo de la sociología; la de circuito, de la economía. Para trabajar con intelectuales y con ideas, el primer efecto que deberían tener esas nociones es el de extrañamiento. Fueron pensadas para trabajar con otros objetos: bienes económicos o con flujos migratorios; así que utilizadas con las ideas o los intelectuales podrían promover un acercamiento oblicuo.

Me quedé pensando en lo que señalaba Carla recién y veo un riesgo. Para dar un ejemplo con la revista Pasado y Presente. Aparece un texto que siempre es citado cuando se estudia esta revista. En el último número - el número 9, en de 1965- abre la revista un texto de Oscar Masotta sobre las bases filosóficas del psicoanálisis lacaniano. Ese texto funciona como una prueba para dar cuenta de la apertura teórica de los miembros de Pasado y Presente, es decir, marxistas que están a la vanguardia de las ciencias humanas de la época. Ahora, ¿qué efecto genera este texto?, ¿genera algún tipo de efecto? No hay un número 10 pero, sin embargo, después hay una segunda etapa de la revista, y nos podríamos preguntar –como decía antes Ignacio–, ¿es la misma revista o es otra revista? Pero a la vez hay proyectos editoriales que como recién señalé recuperan el nombre y quieren mostrar continuidad e identidad (Ediciones de Pasado y Presente y Cuadernos de Pasado y Presente, etcétera). Podríamos buscar allí si hay algo que recupere el texto de Masotta… pero no hay nada. Si tomamos el primer número de la revista hay un debate que traducen de la revista Rinascita, que es el debate de los filósofos italianos. El que eligen para presentar es Cesare Luporini. En los Cuadernos de Pasado y Presente – este proyecto editorial que empieza en el ‘68 –, Cesare Luporini aparece en al menos una docena de libros; en las Ediciones de Pasado y Presente aparece en una introducción. Ahí podemos percibir una figura que les interesa (aunque hay que determinar a quién, si a todo el grupo o si Aricó). Ahora, la figura de Masotta y Lacan desaparece. Entonces, la sola presencia de ese artículo, ese contacto ¿hace una red? Hice entrevistas a varios de los que participaron de la revista, de la experiencia o la apuesta Pasado y Presente, y si bien hay que tomar los testimonios con recaudos nadie recordaba cómo había llegado ese artículo ni a través de quién. Seguramente, si alguien se los propuso lo aceptaron porque Masotta era una referencia que ellos conocían desde Contorno y Contorno aparece en la editorial del primer número como antecedente del proyecto de la revista. Pero además, porque el psicoanálisis era vanguardia teórica de la época.

Ignacio Barbeito: me parece que también hay un eje de lectura de la revista en esa inclusión, que no excluye nada de lo que estás diciendo, pero que es determinante: el debate conciencia-estructura, que de algún modo le da identidad a esa inclusión.

Diego García: Está muy bien. Hay un debate, como señala Ignacio, especialmente a partir de la recepción del estructuralismo de Lévi-Strauss, entre el modelo sartriano y el modelo estructuralista. Oscar del Barco –uno de los miembros de la revista– aparece discutiendo Lévi-Strauss. En los Cuadernos de Pasado y Presente, el segundo número es sobre Lévi-Strauss, y en Eudecor, hay uno sobre Lévi-Strauss. A eso voy. Hacen falta otras referencias para responder si efectivamente ese contacto es más que un contacto provisorio, esporádico, causal o es, no sé si una red, pero al menos un interés más prolongado. Lévi-Strauss y Luporini son dos casos completamente diferentes. Masotta estaba vivo así que aceptó que se publique ahí. ¿Qué vio Masotta para publicar ahí? Probablemente una revista de los jóvenes comunistas que fueron expulsados de PCA que tuvo impacto en todo el país. En este punto, la ganancia es para Pasado y Presente y para Masotta. Ahora, el contacto efectivo, el intercambio efectivo, me hace dudar más. También para ver cuáles son las posibilidades. Me parece muy bien lo que dijo Carla y que es un principio con el que acuerdo: pensar la revista en términos dialógicos. Los mismos textos, la revista como conjunto, pero también pensar a veces cuándo hay ciertas condiciones que podrían hacer posible un diálogo que finalmente no sucede. Muchas condiciones: la referencia a Contorno, la vanguardia teórica, el debate conciencia-estructura. Sin embargo, eso no cuaja. Que no cuaje es igual de interesante que si hubiese cuajado.

Susana Gómez: Soy de letras y responsable del Fondo Cortázar de la Universidad de Poitiers en Francia. Uno de mis problemas a la hora de trabajar en el Fondo es su caudal gigantesco. Ese fondo de 1666 documentos está formado casi todo por artículos de Cortázar, sobre Cortázar y entrevistas publicadas en revistas latinoamericanas y del mundo, como por ejemplo de Ucrania. Un dato interesante es que los documentos son recortes del ejemplar físico de la revista en que fueron originalmente publicados. Cortázar no guardaba la revista, sino un fragmento. Entonces es un trabajo muy grande identificar su procedencia. Por un lado, trabajamos en el marco del concepto de “archivo de escritor”, es decir, cómo el escritor conforma un archivo sobre sí mismo. Eso genera todo una serie de reflexiones teóricas acerca del papel de cada intelectual como autor. Cortázar recibía y colaboraba en revistas en todo el mundo, además escribía trabajos que vendía en las agencias de prensa, que luego los colocaban en distintos lugares. Incluso, había revistas intelectuales que le compraban los artículos. Entonces, es todo un tema.

Pero lo más interesante es el artículo de Héctor Schmucler en Pasado y Presente, que fue el primer estudio crítico que se hizo sobre Rayuela. En el Fondo está la carta que le escribió a Cortázar para ir a visitarlo a Francia. Es interesante porque ese artículo es uno de los más citados de toda la crítica sobre Rayuela, que empezó a ser una montaña durante los ‘70. Es interesante porque, incluso, la crítica francesa cita al texto de Schmucler. Hasta el propio Cortázar habla de ese trabajo. Entonces, es un hito en lo que es la historia intelectual sobre lo que significó la palabra y la obra de Cortázar, porque de alguna manera Schmucler lee lo político que tiene Rayuela, algo que no fue visto por muchos otros críticos y que, sin embargo, vuelven ahí. Entonces, se me abren un montón de preguntas: ¿en qué consiste el trabajo archivístico del que hablaba recién Alexandra, que pensaba a las revistas como una gran colección archivística, memorística?

También reflexioné mucho sobre el concepto de “anacronismo”. Es una reflexión grande que tenemos en el trabajo de archivo. Nos cuesta no caer en él. ¿Cómo fue posible que ese archivo de Schmucler saliera, con las condiciones físicas de circulación de la revista, tan nombrado en tantos lugares? ¿En dónde estaba la revista que le permitía ser nombrado por un crítico en México, un guatemalteco, un norteamericano del Centro de Estudio de Literatura Latinoamericana que hizo explosión con el boom de la literatura latinoamericana a mediados de los ‘70? Entonces, me pregunto, cómo fue posible la retransmisión con la tecnología que había entonces. Una de las posibilidades, entiendo, es que alguien le sacaba una fotografía al artículo y luego la hacía circular, por ejemplo. Al mencionar Pasado y Presente, me acordé de estas inquietudes: traer a la reflexión, hablando metodológicamente, el trabajo de observación y análisis de las revistas como un fenómeno cultural, reconociendo allí una cuestión historiográfica que se vuelca sobre esto, y por otro lado, está el papel importantísimo que tuvieron las revistas sobre todo literarias, como Sur, de constituir los campos de los nuevos autores que a su vez después alimentaron la propia red intelectual.

La otra pregunta es la pregunta por el archivo: ¿de qué manera podemos leer una revista particular? Cuando los escuchaba hablar me empecé a acordar de estas preguntas que me he estado haciendo a la hora de intentar reconstruir cuáles fueron los recorridos en las revistas intelectuales, las revistas académicas y las revistas de crítica literaria e incluso los semanarios de los periódicos, que también es otro recorte que también entra a tono.

Diego García: Dos cosas sobre estos problemas. Uno tiene que ver con algo que dijo Ignacio y que después intenté recuperar haciendo referencia a mi propia investigación: la importancia que en la dinámica de la cultura argentina –cultura en términos muy amplios, incluyendo la cultura académica– tuvieron las revistas políticos-culturales. Para dar cuenta de la renovación de las ciencias sociales es necesario trabajar las revistas político-culturales, de otro modo dejo de lado información muy valiosa. Lo mismo para la crítica literaria. Efectivamente, Schmucler publica en revistas académicas, pero el artículo sobre Cortázar lo publica en Pasado y Presente y es un artículo que hace historia, que tiene mucha repercusión, y que hoy, donde las revistas político-culturales no tienen ninguna función o son inexistente, nos parece extraño. En la actualidad la comunidad académica publica en revistas académicas. En ese punto, la relación cultura y política en los sesenta o en los veinte es más cercana que en la actualidad. Eso es un punto. Ahora bien, ¿cómo se difunde el texto de Schmucler? Schmucler viaja a Francia en el ‘66, por eso la carta para encontrarse con Cortázar, y le lleva el artículo. Cortázar dice públicamente que Schmucler hizo una lectura que nadie había hecho. Cualquiera que se ponga a leer a Cortázar encuentra esa declaración, busca el artículo de Schmucler y se procura el medio para obtenerlo. Una vez que lo reconoció el mismo Cortázar, el artículo circula solo. El segundo punto tiene que ver con el “archivo de artista”. Eso que hace Cortázar es muy común, por ejemplo, entre los artistas plásticos. Cada mención, cada reseña, cada comentario de una exposición, es cortado y pegado en una carpeta que después se presenta en el museo. Es su currículum. Todos los artistas tienen el mismo tipo de carpeta. ¿Eso implica que estos artistas que salen en La voz del interior, en el diario Córdoba o en una revista, participan de estas redes? No, a ellos lo único que les preocupa es saber en dónde salieron nombrados, más todavía si la referencia es positiva, si hay algún tipo de reconocimiento y si ese reconocimiento supone prestigio. Es un archivo de artista, no constituido por el material que trabajó el artista mismo, sino compuesto por los recortes que hace de las revistas, periódicos, etcétera, en donde aparece su nombre, y así va armando un cuaderno pegando en orden cronológico esas referencias; cuaderno que le puede servir como presentación, promoción, memoria de su actividad, etcétera.

Carla Galfione: Ese es un riesgo que tiene el trabajo con redes

Diego García: Ahí no hay redes.

Carla Galfione: En ese sentido, ¿cómo se construyen las redes? Hacen falta criterios para construir redes. En el libro de Alexandra hay muchas imágenes del mapa del mundo con esquemas que comunican. ¿Cuál es el criterio que uno utiliza para decir éste es un autor que constituye parte de la misma red que éste y éste, y cuál no?, ¿en qué medida una mención a un autor lo hace parte de una red? Volviendo al caso de la Revista de Filosofía, si uno va al archivo del CeDInCI, están las carpetas con las ventas y los canjes. Hay grandes listas de nombres, instituciones, etcétera. ¿Todo eso constituye la red de la Revista de Filosofía? Necesitamos otros elementos para constituir una red. Que Ingenieros le haya querido mandar a Ortega y Gasset, en España, la revista, ¿eso lo hace formar parte de una misma red?

Ezequiel Grisendi: En relación a lo que señalaba Diego y pensando para el mismo caso de la Revista de Filosofía. ¿Cuáles son y cómo pueden ponderarse las desigualdades que preceden y sobre las cuales se asienta una red? En el caso de la Revista de Filosofía, uno puede revisar que muchos de esos artículos fueron a pedido, requeridos a especialistas sobre una temática muy específica, pero que luego no vuelven a aparecer en toda la revista. Entonces, incluir a ese agente en la trama reticular de la revista, por un único artículo, ¿no supone expandir los alcances de una red sin un ajuste preciso de quienes participaron activamente o se reconocieron como parte de un colectivo particularizado en torno a una publicación como Revista de Filosofía? Todas esas desigualdades deben ser atendidas. Me parece que entre la cuantificación y una lectura más atenta, hay veces que una mayor cantidad de reseñas, mayor cantidad de artículos y demás, permiten ponderar a tal o cual persona al interior de una red de manera más o menos pertinente. Pueden ser solamente artículos menores, pueden ser reproducciones de otros artículos que aparecieron en otro lugar, pero de alguna manera visibilizan un contacto que no necesariamente lo integre a la red. Pero a la hora de cartografiar una red, puede que otros colaboradores tengan menos cantidad de artículos publicados, pero cuyas irradiaciones– más allá del caso puntual de Pasado y Presente –, hayan sido más importantes o decisivos para el proyecto político-cultural de la revista.

Diego García: Pero también depende del problema y de la escala del problema. La noción de red puede funcionar para indicar algo que de otra forma es imposible de observar. Los nodos son puntos donde se unen dos líneas y si de un nodo salen muchas líneas, ese nodo es más central que otro que tiene pocas líneas. No le dedicaría mucho tiempo a reflexionar sobre la red sin un problema que lo exija. A eso voy.

Andrés Carbel: Desplazando un poco el tema, hay unos trabajos interesante de la página web de divulgación científica, “El gato y la caja”, sobre el uso de la red social twitter, por ejemplo, en relación a ciertos debates legislativos como el debate del aborto. Se ocupan de reconstruir la red de debates, la cuestión de los nodos, quién sigue a quién, con quiénes discuten y qué tan comunicadas están las partes del debate. Quizás ver el uso de redes en otros contextos sirve para pensar el propio contexto en que uno quiere usar ese concepto.

Carla Galfione: Pero depende de la pregunta y recuperando lo que decía Ignacio sobre la operación historiográfica que se hace con la revista, me parece que se puede entrar de muchas maneras a las revistas. Creo que son infinitas, nunca se agotan, aunque depende de la revista, claro. Pero hay que ajustar acá el lente, porque parece que conviven dos miradas. Por un lado la que se fija en la cuestión más formal y material del objeto, y otra la que atiende a los contenidos. Hay que pulir el modo en que establecemos vínculos entre las dos cosas. Hay una cantidad de preguntas que uno puede hacerse y rehacerse sobre el mismo objeto y que va habilitando nuevas cosas. Me parece que en el caso de literatura se trabajó mucho en revistas literarias, como con la revista Sur, pero hay muchas revistas del ámbito más general, político-cultural o intelectual, sobre las que aún queda mucho trabajo y muchas preguntas por hacer, además de pulir aspectos metodológicos. Pareciera que las preguntas sobre las revistas no se agotan.

Juan Pablo Padovani: Me quede pensando a partir de lo que decía Ignacio. Me resulta interesante el público de la revista y siempre tiendo a tratar de ver cómo se construye desde la revista el propio público de la revista. Es la operación que me parece hay que desentrañar necesariamente y respecto de la que la mirada de redes puede ayudar. Hoy no tenemos a las revistas en el formato clásico, sino que tenemos esto de la viralización o del formato twitter – te sigo/me seguís –, y eso abre a un público que en realidad es una incógnita. Me pregunto si hay algo así como el público de la revista. Pensar el público que la revista pretende construir me dice algo de cómo el grupo se representa a sí mismo. La pregunta de la red me permite abrirme a este circuito: ¿me va a permitir descubrir un público efectivo y en ese sentido, quizás contrario a la representación de los propios miembros de Pasado y Presente, por ejemplo, o sigue teniendo un peso específico esto de ver cómo el grupo se representa a su propio público?

Notas

[1] La transcripción estuvo a cargo de Facundo Moine.
[2] Resalto las comillas porque fue así como los protagonistas de entonces lo calificaron, y considero necesario, como estudiosa de la historia intelectual, tomar distancia respecto de dichas denominaciones.
[3] El nombre completo es Revista de Filosofía. Cultura, ciencia, educación.
[4] La decisión de mantener el nombre de la primera revista, a su vez indica que es un nombre o título que sigue siendo reconocido, es decir, que sigue teniendo sentido para el espacio más restringido o el público más amplio.

Notas de autor

* Universidad de Colima, Colima, México, correo electrónico: apitag@ucol.mx
** Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, Argentina, correos electrónicos: altbaden@hotmail.com; carlagalfione@yahoo.com.ar; egrisendi@gmail.com; diegoegarcia@gmail.com
** Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, Argentina, correos electrónicos: altbaden@hotmail.com; carlagalfione@yahoo.com.ar; egrisendi@gmail.com; diegoegarcia@gmail.com
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